La Bahía de Hudson es a los osos polares lo que Quito parece ser ahora para la política exterior estadounidense: un punto de inflexión. En el Palacio de Carondelet, Marco Rubio, jefe de la diplomacia de EE.UU., presentó un paquete de medidas que reordenan las relaciones de Washington con América Latina. Lo que se juega aquí no es solo seguridad regional, sino también la narrativa de poder en el hemisferio.
Una visita con mensaje

Rubio llegó a Ecuador tras pasar por México, con un discurso cargado de advertencias. Calificó a Nicolás Maduro como “fugitivo de la justicia de Estados Unidos” y defendió la operación naval que hundió una embarcación vinculada al Tren de Aragua. La ONU no se pronunció, pero Washington dejó claro que la legalidad internacional no será un obstáculo. En paralelo, insistió en que en países aliados no habrá necesidad de ataques militares, porque “ellos cooperan”.
Ecuador como laboratorio de la cooperación
El presidente Daniel Noboa recibió la visita como un espaldarazo a su estrategia de mano dura. La extradición de alias Fito fue apenas un adelanto: ahora, bandas como Los Choneros y Los Lobos están en la lista de organizaciones terroristas de EE.UU. Esto habilita sanciones, confiscaciones y un flujo de inteligencia inédita. La promesa incluye casi 20 millones de dólares en ayuda militar, con drones para patrullar costas y proyectos de inversión en seguridad.
La sombra de una base militar

Más allá de cifras y discursos, el anuncio más sensible fue la posibilidad del regreso de una base estadounidense a Ecuador. Rubio habló de la reinstalación como una invitación pendiente, que será sometida a referéndum. De concretarse, anularía la prohibición constitucional vigente desde 2009. La ubicación, estratégica en el Pacífico, daría a Washington un nuevo puesto avanzado en su pulso con carteles y con Caracas.
Entre la violencia y la narrativa
Con 39 homicidios por cada 100.000 habitantes, Ecuador se convirtió en el país más violento de Sudamérica. Noboa, inspirado en Bukele, gobierna bajo un régimen de excepción y militarización. Para EE.UU., esa realidad ofrece la justificación perfecta: proyectar la idea de que su intervención no es imposición, sino un acto de protección mutua. En esta alianza, la seguridad se mezcla con la geopolítica y la narrativa del “estilo de vida” que Washington insiste en preservar.