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domingo, septiembre 28, 2025

Del cielo al mar: la astrónoma que le dio un giro a su carrera, vive en un velero y difunde la ciencia en redes

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Volver a habitar el mundo con asombro y lentitud, lejos del ruido urbano y de los calendarios. La vida en alta mar, donde los días están marcados por el viento, la corriente y la intuición, es la apuesta de una geselina y un platense, quienes decidieron abandonar el confort de la ciudad para emprender una travesía a vela y recorrer la vastedad del océano.

Manuela Saez (35) es doctora en Astronomía y dedicó su vida a la investigación científica de oscilaciones de neutrinos provenientes de explosiones estelares. Trabajó en Estados Unidos, Alemania y Japón, investigando en lugares como el Instituto Riken o la Universidad de California en Berkeley. Hoy, avanza con la escritura de un libro que vincula sus pasiones.

“La disciplina, la atención al detalle y la organización que me exigió la carrera se trasladan al mundo de la navegación. Tanto la astronomía como el mar invitan a la contemplación y a formularse preguntas esenciales”, conversa con Clarín.

La mujer confiesa que parte de esta vida en el mar representa un exilio profesional. “Volví a Argentina en 2024 con el concurso ya ganado para ingresar como investigadora de planta en Conicet. Por falta de presupuesto, mi ingreso quedó en pausa. Me duele no poder seguir desarrollando ciencia en mi país”, señala. Ahora, le otorga una mirada «científica» a otro tipo de desafíos: «Vivir de manera sustentable y divulgar ciencia”.

Su compañero de ruta, Raúl Ferrer (37), estudió ingeniería aeronáutica y, en forma autodidacta, aprendió oficios como mecánica, electricidad, carpintería y herrería. Reparó y restauró veleros ajenos hasta que alcanzó su sueño: el Tupac Amaru. Además, dirige la producción de una marca de cerveza artesanal bajo la marca “Desobediencia Civil Birras” y, a la distancia, colabora con la gestión de un bar cervecero de La Plata.

Ella es astrónoma y él ingeniero aeronáutico, y juntos navegan por las costas de Uruguay y Brasil.Ella es astrónoma y él ingeniero aeronáutico, y juntos navegan por las costas de Uruguay y Brasil.

“Producimos gin artesanal con la idea de tener algo especial para regalar o intercambiar con otros navegantes. También, nos permite participar en ferias de productores y artesanos como una forma de sustentar el viaje”, le cuenta a este medio.

Cada uno aporta sus habilidades y fortalezas para que la vida a bordo funcione con creatividad y trabajo en equipo. En sincronía, difunden contenido para crear conciencia. “En el trayecto vimos muchos pueblos de pescadores artesanales que sufren por la contaminación y el impacto del clima. También, visitamos lugares explotados por un turismo que no respeta el entorno. Intentamos difundir estas realidades en nuestras redes y vivir de manera coherente con ese mensaje”, explican.

Navegar sin rumbo

Manu y Rau se conocieron en La Plata, pero recién entablaron una conversación en profundidad y a la distancia cuando ella se mudó a Alemania por trabajo. A su regreso, se encontraron en persona y nunca más se separaron. El mar fue el punto de conexión que enlazó dos rumbos de vida: el sueño de él terminó siendo un proyecto compartido.

Así, la pareja zarpó el 26 de noviembre de 2024 desde La Paloma y ya llevan más de 3.000 millas náuticas recorridas por las costas de Uruguay y Brasil. “Nos movemos de un lugar a otro para transformarnos con cada desplazamiento. Aprendimos a vivir de otra manera: sencilla, económica y conectada con la naturaleza”, coinciden.

Diseñado para cruzar océanos y navegar con seguridad, el Tupac Amaru es un velero austero y rústico. De acero galvanizado, diseñado por Gilbert Caroff y construido en Francia, tiene 36 pies de eslora (11 metros de largo) y 3 metros de manga (ancho). De hecho, en el canal de YouTube NavegandoElTupac y el Instagram @tupacamarusailing comparten videos sobre la vida a bordo y las reparaciones del barco.

El velero en el que viven Manu y Rau lo compraron a un inglés y una norteamericana.El velero en el que viven Manu y Rau lo compraron a un inglés y una norteamericana.

“Durante la pandemia quedó varado y averiado en Uruguay porque sus antiguos dueños, un inglés y una norteamericana, decidieron volver pensando que pronto retomarían su viaje. Pero la vida los llevó por otros caminos. Se los compré a un precio simbólico y empecé a trabajar en las reparaciones. Nuestro presupuesto es muy ajustado, pero nos arreglamos con creatividad, trabajo e ingenio”, relata Raúl.

Locura marinera

Michel Foucault sostenía que la locura no es una condición natural, sino una construcción histórica que la sociedad ejerce sobre lo que considera desviado o «lo que no encaja». Para Manu y Rau, la verdadera cordura no es obedecer al orden establecido, sino habitar una lógica propia donde el silencio se vuelve presencia y el tiempo es cíclico como las mareas.

¿Cómo es vivir dentro del Tupac Amaru? El motor, las herramientas y las velas ocupan gran espacio y conviven con el proceso de restauración del barco. “Las tareas cotidianas llevan más esfuerzo y tiempo que en tierra. Por ejemplo, para tener agua en la canilla, primero debemos llenar los tanques, cargando bidones todos los días. Para hacer una compra, hay que inflar el gomón, bajarlo al agua, ir hasta el muelle o la playa, amarrarlo y después caminar hasta el almacén. Todo lleva su tiempo y dedicación, ¡pero nos encanta!”, describe Manuela.

Vivir en un velero también es aprender a convivir con lo mínimo y valorar lo esencial. Por eso, lo habitan de forma sustentable. Reducen el impacto ambiental, no desperdician ningún recurso y usan al sol como fuente de electricidad, priorizando reutilizar y reparar todo lo posible.

Desde el agua, el mundo se ve distinto: la frontera entre adentro y afuera se desdibuja y el mundo parece más amplio. Cuando bajamos del barco y pisamos tierra, lo conocemos de otra forma: más cercana, concreta y humana. Nos gusta esa doble mirada”, amplía Manuela.

Para ambos, estar en medio del mar implica una forma de entregarse a la inmensidad, de asumir la propia pequeñez frente a algo que te envuelve por completo. “Navegar es un recordatorio constante de las escalas del mundo. Y eso a veces da miedo, pero también es lo que nos impulsa a seguir adelante y a encontrar resiliencia en cada paso. La navegación es física hecha poesía”, reconocen.

Respecto de alguna anécdota en particular sobre una experiencia a bordo del Tupac Amaru, la astrónoma recuerda los tres «días duros» de navegación desde La Paloma a Río Grande do Sul: «Estábamos cansados y al divisar el puerto empezamos a festejar, pero a tan solo 200 metros de la amarra… ¡chan! nos varamos

«Probamos de todo: motor, velas, escorar el barco y Rau hasta se colgó de la botavara como si fuera un equilibrista… pero nada funcionaba. Fue entonces cuando apareció un pesquero artesanal local. Hicimos señas y el barco de madera se acercó. Nos lanzaron un cabo, pero se rompió. En ese drama, apareció un pescador brasileño que nadó hacia nosotros con otro cabo en la boca. Fue una imagen de película. Subió al Tupac y nos remolcaron hasta su amarre», relata Manu.

Y agregó: «En señal de agradecimiento, les dimos un vino argentino. A cambio, recibimos un atún fresco gigante. No podíamos creerlo: en cuestión de horas pasamos del estrés absoluto a saborear un atún de varios kilos en una cena de lujo.»

«La navegación es física hecha poesía», dicen Manu y Rau.

Manu y Rau tiene nuevos desafíos en la mira. El primero que se les avecina es la segunda etapa del proyecto: sacar el barco del agua para reparar el casco. Después, el plan es cruzar el Pacífico. Mientras tanto, trabajarán en la destilería y en sus labores remotos para poder financiar la compra de repuestos y restauración del barco. “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”, así experimentan y difunden esta vivencia que cambió el rumbo de sus vidas.

Por último, la pareja informa que aquellas personas que quieran apoyar y colaborar con este proyecto lo pueden hacer vía Patreon.

AA

Redacción

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