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miércoles, septiembre 10, 2025

Argentina: del voto portazo a la política de la crueldad

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Cuando era niño, el caleidoscopio me fascinaba. No podía entender cómo una realidad compleja que se imponía frente a mis ojos cambiaba tanto y tan rápido. Algo así, aunque ya sin magia, nos atravesó a los argentinos ante la elección en la provincia de Buenos Aires del 7 de septiembre al sorprendernos con un resultado electoral que nadie –ni vencedores ni vencidos– esperaban.

¿Qué pasó? Una lista del peronismo kirchnerista –apoyada por la expresidenta, presa por administración fraudulenta en perjuicio del Estado– le ganó al gobierno libertario de Javier Milei por casi 14 puntos (47,28 a 33,71 %). Si bien era una elección de la provincia de Buenos Aires, con sus 17 millones de habitantes esta región representa más de un tercio de todo el país y marca, sin eufemismos, una alerta para las elecciones de diputados y senadores –ya a nivel nacional– que se celebrarán el 26 de octubre.

Este cronista pasó el mes de agosto en la Argentina e intentó percibir la intención de voto. Fue una tarea inviable si dejamos de lado los votos cantados de los cuasi militantes. Mucha gente confesaba haber votado a Milei como Presidente, pero admitía que las cosas no iban bien. ¿Esta sutil protesta definiría ya un cambio de voto? ¿Aquellos que en su momento apoyaron en las urnas al libertario no por convicción sino por espanto –espanto a que ganara el kirchnerismo una vez más– habrían perdido su temor a lo que consideraban “lo peor de lo malo”? Parecía difícil predecirlo. De hecho, las encuestas –¿una vez más y van cuántas?– desacertaron soberanamente. La, en teoría, prestigiosa firma Isasi/Burdman afirmaba haber hecho una recolección de datos como nunca se había efectuado: otorgaba diez puntos de ventaja a los libertarios. Hubo otros que erraron menos, pero nadie se acercó a las cifras reales.

¿Podemos hoy entender que le llevó a Milei a perder el apoyo que tuvo hace menos de dos años? La intuición me impulsa a algo gráfico y poco académico: el voto portazo. ¿Qué pasa, por ejemplo, cuando alguien se enoja, se ofusca y se va de una reunión? Da un portazo. Algo así les sucedió a millones de argentinos extenuados de la mentira discursiva peronista. Que había un Estado amigo y cercano cuando en verdad era –es– un Estado blindado en contra del ciudadano. Que había un sistema de salud inclusivo cuando en verdad la sanidad pública se parecía a un hospicio. Que había políticas sociales abarcadoras cuando en verdad la gente que revolvía la basura no hacía más que acrecentarse. Que se gobernaba para el pueblo cuando en verdad lo hacían para sus bolsillos. Ante eso, muchos se decidieron por el voto portazo: malhumorados, se inclinaron por el más opositor, el que insultaba, el que despreciaba. ¿Votaban por una plataforma libertaria? Posiblemente no, solo se trataba de ser opositor.

En los casi dos años del gobierno de Milei se implementaron muchas de las decisiones que él había anunciado, eso debemos reconocerle. Mintió poco o no mintió cuando dijo que iba al déficit cero, que quería desregular, que iba a cerrar el Consejo de Investigaciones Científicas (no lo hizo, pero desacreditó toda el área de Ciencias Sociales), que su política internacional iría en sintonía con la de Estados Unidos e Israel. Y que, básicamente, ya no habría dinero. Así fue que las jubilaciones bajaron alrededor de un 30 por ciento –es decir subieron menos que la inflación– y los subsidios al transporte y a los servicios públicos dijeron adiós.

¿El que avisa no traiciona? Hasta cierto punto. Milei había anunciado ese cúmulo de medidas, pero –aseguraba– era para acabar con la “casta”, incluyendo en ese colectivo a todos los que se aprovechaban del Estado y de la política para malgastar un dinero generado por la iniciativa privada. En esa casta entraban los gremios que encarecían el costo argentino con sus “conquistas”, las organizaciones empresarias que pedían protección en vez de ganar competitividad, los políticos que vivían de los cargos y que pagaban sus favores con empleo público. Y así. Pero la realidad mostró otra cara de la luna: la mayor parte del ajuste no lo pagó la casta sino la gente de a pie. El gobierno se defiende ingenuamente con cifras alegres: que los ingresos en dólares de los trabajadores y de los jubilados subieron en ascensor en los últimos dos años. Cierto. Pero olvidan decir que los precios de la comida, de los servicios y de la medicina privada lo hicieron en otro ascensor, también dolarizado, pero más moderno y más rápido. Ergo, el poder adquisitivo de todos disminuyó.

Algunos pensarán que fue inocente creer en que la casta podía pagar el ajuste. Cierto. Pero convengamos que las ideas de la política no son sofisticadas sino casi slogans que muchos terminan creyendo. Y eso pasó. 

La pérdida de fuerza del voto portazo no es lo único a tener en cuenta, sin embargo. Hay otra gran esencia que atraviesa el ecosistema mileísta: la crueldad. Aquel que no piense igual, es tarado, degenerado o ensobrado (recibe sobres con dinero para venderse al mejor postor). Un ejemplo del 26 de junio de este año: “Soy cruel con ustedes (en referencia a los kirchneristas), con los gastadores, con los empleados públicos, con los estatistas, con los que le rompen el culo a los argentinos de bien”. Todos los que le caen mal son mandriles: en la cultura anal del presidente argentino la idea de la maldad del sodomizado –¿o será su castigo?– está omnipresente. También reparte otros bellos agravios como “ratas” o “parásitos mentales”, siempre acompañado de gestos de desprecio cuando alguien deja de servirle. Incluso a los propios. 

A su primera canciller, Diana Mondino, la echó destempladamente porque hizo votar en Naciones Unidas una resolución que pedía el cese del embargo de Estados Unidos a Cuba. Según ella, la Presidencia sabía del voto. No importa, Milei se enojó y pasó a ser su enemiga. Al igual que su actual vicepresidenta –mujer poco grata, muy vinculada a la reivindicación de los militares represores de la última dictadura– a la que el entorno mileísta llama traidora y nadie explica bien por qué. También le ha quitado el saludo –expresamente y en público– al alcalde de la ciudad de Buenos Aires, supuestamente su aliado. Y se podría continuar hasta el infinito.

Al inicio a la gente le hacían gracia los insultos. Parecía una “política verdad” en un mundo de discursos plásticos y de falsa corrección política. ¿Pero hasta cuándo se aguanta la crueldad? Llega un momento en que un país pide concordia o, aunque sea, respeto. ¿No cansa y hasta parece ficticio que el enemigo del oficialismo siempre sea infame y merezca todos y cada uno de vilipendios? La gran pregunta, cínica si las hay, es: ¿reditúa la crueldad en política? ¿O resulta apenas una estrategia de corto alcance que luego se vuelve en contra?

Hay más. Aparecieron audios que comprometen a la hermana de Milei –la virreina Karina– en una trama de corrupción. Desde ya –intuyo que lo imaginan– la culpa es de una operación orquestada por la oposición. Nada para revisar. Y resulta que los candidatos que presentaron en la provincia de Buenos Aires fueron puestos a dedo por una dupla controlada por la misma Karina y que cuenta con un jugoso pasado kirchnerista. ¿Kirchnerista? ¿Es un error? No, solo que ahora cambiaron de dueño. 

Esto molestó a las bases libertarias. Muchas –equivocadas o no– creían en un barajar y dar de nuevo en la Argentina. Y han sido los primeros en contraatacar en su batallón de cuentas de Twitter al saberse los resultados. La casa, amigos, tampoco está en orden.

Habrá, sí, un próximo capítulo. Son las elecciones nacionales del 26 de octubre. ¿Cambiará Milei en este mes y medio? Dijo que hará su autocrítica, pero aseguró también que no modificará sino que acelerará sus políticas. ¿Enamorará, acaso, la oposición? ¿O este resultado es apenas un espejismo para mostrarles a los libertarios que todo apoyo tiene un límite? En pocas semanas, la respuesta. 

Autor

es periodista (edita la sección “Mundos íntimos” en Clarín) y codirige la librería Olavide – Bar de libros, en Madrid.

Redacción

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