Un ala dorada con borde superior azul sobre fondo negro es un primer indicio. Al girar el libro se ve en la contratapa la imagen completa: la de un loro guacamayo, sus patas aferradas a un palo, su cara blanca con rayas negras que nos mira de costado. Así, la representación del animal que en la cultura popular es famoso por repetir sonidos humanos sin entender su significado, anticipa en cierto modo el contenido del nuevo libro de Lola López Mondéjar: Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, publicado por Anagrama.

La obra, ganadora del Premio Anagrama 2024 de ensayo, le permite a la autora desplegar sus argumentos acerca de una época como esta, en donde la pérdida de la capacidad de narrar las propias vivencias con un mínimo sentido se acentúa día a día.
Sin enclaustrarse en los marcos del psicoanálisis, aunque tome algunas de sus herramientas, López Mondéjar disecciona esta era de discursos vacíos, advierte sobre el engaño de circunscribir la vida al mundo digital, critica al progresismo que abandonó las reivindicaciones de mejoras en las condiciones materiales de existencia y plantea recuperar los espacios presenciales y la capacidad propia del ser humano ante el avance de la IA.
A distancia y mientras se encontraba en Argel en una actividad académica, la escritora dialogó por videollamada con Clarín por su nuevo libro, aprovechando que las tecnologías actuales para estas situaciones sí permiten oportunidades, al mismo tiempo que generan problemas sociales de distinto tipo y de final incierto, como advierte en su obra.
–Señala que “poner límites a la digitalización es imprescindible”. ¿Qué lograríamos con poner esos límites a la digitalización y cómo se corresponde esa medida con intentar recuperar la capacidad narrativa?
–Bueno, en Europa ya hay límites legales. Se está produciendo la corriente contraria a la digitalización, al limitarla en los colegios. Y se pretende cada vez más que el aprendizaje sea con libros convencionales. Se ha limitado el acceso a las pantallas de forma muy regulada. La Unión Europea está legislando esos límites de manera precisa, porque hay una presión muy fuerte por parte de asociaciones de padres y de profesores que se han movilizado. Al menos en Europa hay muy pocas voces disidentes al respecto.
–En el libro habla sobre una de sus pacientes, Eva, y remarca que en lo que dice “no hay un por qué ni un para qué”. ¿Observa esto cada vez más seguido en su práctica clínica? ¿Atraviesa todo tipo de grupos sociales o lo percibe más en algunos respecto de otros?
–Yo creo que atraviesa todos los grupos sociales. Quizá sea un poco más acusado entre los jóvenes entre 20 y 30 años que han nacido prácticamente con la universalización de la digitalización. Esa atrofia de la capacidad narrativa viene de lejos, más allá de la explosión del año 2000 de Internet. Todas las generaciones hemos ido perdiendo la capacidad narrativa. ¿Qué características tiene ese lenguaje? Informa pero no narra. No se habla desde una subjetividad que busca un sentido, que intenta unir el pasado el presente y el futuro con una cierta proyección. Eva no sabía hacer eso. Son los que yo llamo “loros estocásticos”, con mucho blablá, solo dicen meras descripciones. Es como si estuviera secuestrada la subjetividad. No hay un yo que narra, un yo protagonista del acontecimiento. Hay hechos que son descriptos, no narrados. Dicen “me fui de viaje a Vietnam, y volví hace dos días, y vi a mi amiga y cenamos juntas”…y tú dices “¿pero qué me quiere contar?” ¿Qué emociones generan todos esos acontecimientos, que se enmarcan en esa biografía? Un viaje a Vietnam no es baladí, sin embargo, es una sumatoria que no busca un sentido y no tiene interioridad.

–Ante los señalamientos críticos sobre los riesgos de los excesos de digitalización, hay intelectuales que buscan descalificarlos diciendo que solo buscan provocar “pánico moral”. ¿Qué responde ante eso?
–Siempre hay alguien que iguala lo que sucede con las nuevas tecnologías con la aparición de la escritura porque, como se dijo, hubo muchos agoreros que dijeron que nos iba a afectar la memoria. El ser humano se ha hecho como es a través de la tecnología. Hay un feedback permanente entre la tecnología y nosotros.
–¿Qué tienen estas tecnologías que las diferencian de las demás?
–La mayoría de las tecnologías nos ha hecho ser los seres humanos que somos. Pero es la primera vez que hay tecnologías que pueden disminuir nuestra capacidad, mientras que las anteriores podríamos decir que las han aumentado. Quienes han creado estas tecnologías lo han hecho para controlar nuestro mundo interior, externalizarlo y homogeneizarlo.
–¿Qué rol cree que juega la IA generativa en este contexto de pérdida de la capacidad narrativa?
–Hay mucha producción ahora mismo sobre que estamos perdiendo funciones cognitivas al delegarlas a la IA. Hemos perdido memoria, se está atrofiando la capacidad narrativa y se va a atrofiar, por ejemplo, la capacidad sintética. Ahora mismo muchos jóvenes piden resúmenes al Chat GPT.
–Menciona que quienes sufren la atrofia de la capacidad narrativa tienden a buscar “respuestas identitarias que proporcionan los medios”. En ese sentido, ejemplifica con la “romantización” del proceso de transición de un género a otro, donde se esconden los efectos nocivos de las hormonizaciones y de las cirugías. ¿Podría profundizar el vínculo entre ambos fenómenos?
–Creo que si me permites alargarme, tenemos un problema importantísimo que es la aceleración. Estamos en una sociedad que tiene mucha prisa por concluir. Y al mismo tiempo la caída de los grandes relatos y los marcos que nos sostenían identitariamente han producido un aumento de la incertidumbre. Y cuando aumenta la incertidumbre, aumenta mucho la angustia. el malestar subjetivo. Este aumento del malestar unido a la aceleración produce que en lugar de abrir un paréntesis para explorar qué tipo de persona soy, por ejemplo los adolescentes que tienen malestar de género, que no se identifican con el género asignado, en lugar de abrir una moratoria sin concluir nada, dejarse llevar un poco por el tiempo, se cierran precipitadamente uniéndose en una identidad mimética con propuestas de las redes sociales. La moratoria implicaría la construcción de una identidad narrativa. Sería decir por qué no me gusta la asignación de género que me han dado al nacer. ¿Y qué me disgusta? ¿Me disgustan los roles de género tradicionales? Los puedo cambiar, me puedo hacer no binaria y puedo vivir confortablemente una identidad de género creativa. Pero eso sería construir una identidad narrativa. Sin embargo, la prisa por salir de esa incertidumbre de género hace que concluyan muy rápidamente con soluciones prestadas muchas veces de las redes sociales. Hay videos de TikTok donde jóvenes con experiencias similares dicen “si tú sientes esto y lo otro, eres trans”. Y entonces se cierran y al cerrarse no hay una construcción de un relato que articule la experiencia, sino que asumen un relato prestado. Ese es el vínculo con la atrofia de al capacidad narrativa y es muy grande.

–Un intelectual español, Daniel Bernabé, se explaya sobre ese punto, en su libro La trampa de la igualdad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora.
–Esto se une con algo que será tema de mis futuros trabajos, y es la desmaterialización de la vida. Hemos desplazado la importancia de las cosas que nos afectan del mundo material al mundo virtual. Se lucha en una esfera virtual. El individualismo y esta fragmentación identitaria nos llevan a creer que encontrar una identidad es la solución a nuestros problemas, pero así estamos perdiendo capacidad de transformar. Se nos desplaza al mundo virtual y se nos hace creer que ahí sí tenemos capacidad de agencia. Y que la identidad que logremos es importante para las redes sociales. Es algo muy perverso.
–Una crítica que se le hace a fuerzas progresistas es haber abandonado reivindicaciones mayoritarias, como la lucha por condiciones laborales dignas o el derecho a la vivienda, por microcausas. ¿Coincide con ese señalamiento?
–Sí, coincido muchísimo. Ha sido el error de la izquierda y es el hueco que están ocupando las derechas, que buscan resolver problemas con promesas vacías. En España un 28 % de jóvenes entre 18 y 35 años votan a la ultraderecha.
–¿Por qué las fuerzas progresistas desplazaron las reivindicaciones materiales de su agenda?
–Desde comienzos de los años 80, la ofensiva ideológica del neoliberalismo debilitó las organizaciones, la consistencia del movimiento sindical y de la izquierda, abriéndose paso la idea de que la mayoría de la sociedad estaba formada por una amplia clase media, y afirmándose en políticas socialdemócratas muy influidas por ese mismo neoliberalismo. Esto produjo la deriva identitaria de cierta izquierda que, influida por las luchas de colectivos antirracistas, anticolonialistas y LGTBIQ+ , muy presentes en EEUU, reivindicaron y privilegiaron los derechos de estos colectivos (ideología woke) olvidando las reivindicaciones materiales globales de las clases desfavorecidas y las políticas de igualdad. Esto trajo consigo la fragmentación del campo progresista y favoreció la reacción de la nueva derecha, que apela al retorno a los valores tradiciones puestos en cuestión por estos movimientos, mediante las llamadas guerras culturales.
- Nació en Molina de Segura, en 1958. Es psicoanalista y escritora. Conferenciante invitada en distintas universidades y asociaciones psicoanalíticas españolas y extranjeras, ha publicado ensayos y obras de ficción.
- Entre las últimas destacan las novelas Mi amor desgraciado, La primera vez que no te quiero, Cada noche, cada noche, y los libros de relatos El pensamiento mudo de los peces, Lazos de sangre y Qué mundo tan maravilloso. También ha publicado Invulnerables e invertebrados.
- Sus artículos se publican en diversos medios nacionales.
Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, de Lola López Mondéjar (Anagrama).