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sábado, septiembre 13, 2025

«Celebrar la vida, incluso en la despedida»: crónica del poderoso show que une a la murga con la Filarmónica

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El encuentro entre la murga y la Orquesta Filarmónica de Montevideo no es solo un concierto, sino un ritual escénico en el que música, narración y puesta visual se cruzan para celebrar una expresión popular que, en el Teatro Solís, se viste de gala sin perder el perfume del tablado barrial.

Celebrar. La murga en Filarmónica, que debutó el jueves con entradas agotadas y continuará hasta mañana, es una experiencia memorable. No solo porque himnos como el “Saludo a los barrios” o la retirada de Milonga Nacional de 1968 —la de “Murga es el imán fraterno…” — crecen bajo el pulso de la Filarmónica, sino porque el espectáculo alcanza esa potente alquimia entre rigor y emoción.

La dramaturgia de Vanessa Cánepa resulta clave. Celebrar no es un simple repaso de clásicos murgueros: hay un hilo de ficción narrativa que resignifica las canciones. El espíritu del guion, en una frase de la despedida de Don Timoteo de 2017, habla de “armar el puzzle de la vida” a través de canciones.

La voz de Emanuel (un impecable Imanol Sibes) guía la historia: un hijo que intenta rescatar la memoria de su madre, borroneada por la niebla que lo invade todo —como cantaba Agarrate Catalina en 2008—. Y es el repertorio murguero el que, canción a canción, le devuelve las cápsulas de su historia. La elección narrativa ordena el espectáculo y, a la vez, reafirma un costado esencial del género: la murga es una cronista de su época.

Abril Pereira e Imanol Sibes.
Abril Pereira e Imanol Sibes en «Celebrar».

Foto: Ignacio Sánchez.

Registra el clima político y social, pero también el humor, el habla popular, los gestos mínimos de la vida de barrio. En canciones como “Los futuros murguistas”, uno casi puede oler el humo del mediotanque y el choripán de la cantina.

Dividido en tres capítulos, Celebrar reconstruye no solo la historia de esa madre evocada —ausente en el escenario pero siempre sobrevolando la obra, como el cuervo en el poema de Edgar Allan Poe— sino también un siglo de memoria colectiva. Viaja desde los bailes de carnaval en el Solís de 1925, cuando la platea se convertía en pista de baile, y hace escalas en la dictadur,a la recuperación democrática y la crisis de 2002 que empujó a tantos al exilio.

Orquesta Filarmónica de Montevideo.
Orquesta Filarmónica de Montevideo.

Foto: Ignacio Sánchez.

Las canciones son la columna vertebral, y la puesta en escena de Sebastián Bednarik les da cuerpo con collages audiovisuales de fotos, afiches, recortes y postales montevideanas que anclan cada letra en su tiempo. La dirección musical de Edú “Pitufo” Lombardo convoca a varias de las mejores voces del carnaval, mientras Martín García dirige la Filarmónica con arreglos de Pablo Rey.

El diálogo entre ambos mundos resulta poderoso. En “Murga es el imán fraterno”, cuerdas, vibráfono y trombón conectan la murga con el foxtrot; en “Murga madre”, flautas y guitarras suman un aire cinematográfico. Algo similar sucede con “Montevideo”, que adquiere un tono de postal urbana, y con el cuplé “La gente”, de Falta y Resto (1988), interpretado por una excelente Abril Pereira, que aporta picardía y hasta un pulso bailable.

Orquesta.jpg
«Celebrar. La murga en Filarmónica».

Foto: Ignacio Sánchez.

El manejo de los matices es otro de los grandes aciertos. La retirada de la Nueva Milonga de 1985, “la de los colores”, golpea en el pecho y reafirma la belleza de su letra; la despedida de Don Timoteo de 2017 vuelve a latir con fuerza. La Filarmónica brilla en solitario con una versión instrumental de “La niebla” y, más adelante, García sorprende al cantar a dúo con Lombardo. Su fraseo, cercano al de Gerardo “El Alemán” Dorado, es una de las sorpresas de la noche. Ocurre en una de las dos canciones inéditas del espectáculo; la otra, “Celebrar”, abre el álbum de recuerdos que sostiene el guion.

El cierre fue monumental: la despedida de El tren de los sueños (2000), de Contrafarsa. Diez minutos de épica murguera trenzados con melodías de Eduardo Mateo y Fernando Cabrera. Fueron esos “diez minutos de alto impacto emotivo” que había anticipado García en la previa y que describen a aquel “loco de la estación, inquilino de nada y propietario de todo”. Una canción perfecta para esta historia de memorias amenazadas por el olvido, que reafirma lo que prometían los programas de mano del concierto: “celebrar la vida, incluso en la despedida”.

El jueves, tras esa interpretación, hubo seis minutos de ovación de pie. No se contemplaban los bises, pero la insistencia dio sus frutos: Lombardo regresó junto a murguistas y músicos de la Filarmónica —con violines y violas en mano— para improvisar con el público una versión a capella de la reitrada de Milonga Nacional.

Entonces, todo el Solís cantó como en un tablado de barrio: “Murga es el imán fraterno que al pueblo lo atrae y lo hechiza”. Esa frase, tantas veces repetida, nunca había sonado tan real, tan tangible. Y de eso, justamente, se trata Celebrar.

Redacción

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