En el sur de la Argentina se está gestando una verdadera revolución ganadera gracias a un cultivo que hasta hace pocos años era prácticamente desconocido en el país: la remolacha forrajera. Su irrupción vino a cambiar las reglas de juego, especialmente para los pequeños y medianos productores, ya que permite obtener entre 2.000 y 3.000 kilos de carne por hectárea y facilita la terminación a campo, algo impensado en los sistemas tradicionales que dependían del maíz o del encierre a corral. A diferencia de otros recursos de invierno, la remolacha aporta energía de nivel comparable al grano, con la ventaja de poder cosecharse directamente del suelo mediante el pastoreo.
Un ejemplo de esta transformación es Chacra Azul, un establecimiento agrícola-ganadero ubicado en Valle Azul, en el extremo este del Alto Valle del río Negro. Allí, Marcos Oteiza y sus socios ya se preparan para encarar el quinto año con este cultivo. El caso fue acompañado de cerca por la ingeniera Verónica Favere, jefa de la Agencia de Extensión de INTA Valle Medio, quien jugó un rol central en la introducción y consolidación de la remolacha forrajera tanto en este proyecto como en la Argentina.
La historia de Chacra Azul, sin embargo, empezó mucho antes de la primera remolacha. Todo nació en las charlas de tres amigos mientras pedaleaban juntos en bicicleta por las rutas: un ingeniero agrónomo, un economista agrario y un contador (de Bariloche). La esposa de Marcos, Victoria, tiene hoy también un rol importante en el proyecto.

Tras varios intentos, desafíos y cambios de rumbo, aquel sueño compartido se convirtió en un establecimiento agrícola-ganadero diversificado que hoy coloca a la remolacha forrajera en el centro del sistema, mientras otros cultivos como la alfalfa y el maíz se orientan mayormente al mercado.
De la bicicleta al valle irrigado: la historia detrás de Chacra Azul en Río Negro
El proyecto de Chacra Azul se gestó en 2017 cuando, bicicleteadas mediante, Marcos, Hernán y Pablo decidieron apostar por la Patagonia. Ninguno de ellos tenía experiencia previa en agricultura bajo riego, pero los atraía la posibilidad de producir en una zona donde la dependencia de las lluvias no fuera un límite. La oportunidad llegó casi de casualidad: gracias a un amigo de Pehuajó, accedieron a la compra de una chacra de 600 hectáreas en Valle Azul.
Lo que encontraron era un verdadero desafío: había 240 hectáreas de monte frutal en estado de abandono, plagadas de malezas y con presencia de plagas como la Spodoptera. El trabajo inicial fue grande: desmontar, nivelar, instalar riego y alambrados. La primera estrategia fue simple y rudimentaria: comprar vacas para que aprovecharan el pasto que crecía bajo los árboles. La mortandad fue alta y las dificultades logísticas, enormes. Sin embargo, poco a poco fueron incorporando infraestructura y orden, hasta dar sus primeros pasos agrícolas.

En 2018 sembraron 30 hectáreas de maíz y 15 de alfalfa, con rendimientos que marcaron un horizonte más prometedor. En los años siguientes se animaron a ensayar con cebolla, zapallo y girasol confitero por contrato, con resultados variables. Con el tiempo, la producción se diversificó hacia maíz para grano, alfalfa para rollo y algunas pasturas, alcanzando en la última campaña promedios de 11.500 kilos de maíz por hectárea y 18.000 kilos de materia seca de alfalfa, valores muy competitivos en la zona.
Hoy, Chacra Azul combina agricultura y ganadería: cultivan maíz, alfalfa, pasturas y ocasionalmente girasol, pero es la remolacha forrajera la que marca el rumbo del sistema productivo, con entre 23 y 25 toneladas de materia seca por hectárea.
La apuesta por la remolacha en la Patagonia: un cultivo que cambió todo
El desembarco de la remolacha forrajera en Chacra Azul se dio en 2019, con apenas cuatro hectáreas. El resultado fue tan positivo que desde entonces el área se fue expandiendo campaña tras campaña: 5,5 hectáreas en el segundo año, 6 en el tercero, 7,5 en el cuarto y una proyección de 10,5 hectáreas para la próxima temporada, con la meta de llegar a 20 en el corto plazo.
Los primeros ensayos se realizaron sobre suelos arenosos, donde el cultivo mostró su mayor potencial. Allí la remolacha creció con raíces grandes y fácilmente accesibles para los animales. En años posteriores, se produjo en suelos más pesados (arcillosos), con lo que parte de la producción quedaba enterrada y fue necesario pasar la rastra para facilitar el acceso de los animales y maximizar el aprovechamiento. Con el tiempo, la adopción de la variedad Conviso Smart, de KWS, aportó un salto de manejo: al ser resistente a determinados herbicidas, permitió controlar mejor las malezas, un problema no despreciable en campos con alta carga de semillas en el suelo tras años de abandono.

El sistema de recría y terminación es hoy el corazón del modelo de Chacra Azul. Los terneros, de unos 190 a 200 kilos al destete en marzo, atraviesan un período de acostumbramiento de 20 días en corral, donde aprenden a consumir remolacha junto con rollos de alfalfa y sales proteicas. Superada esa etapa, pasan a pastorear remolacha forrajera en franjas que se abren diariamente, con la consigna de que siempre debe quedar un remanente del 40% entre los tres días previos. Esta técnica, aprendida de experiencias neozelandesas y adaptada por el INTA, asegura un aprovechamiento de hasta el 97% del cultivo y maximiza las ganancias de peso, explicó Favere.
Se abren cinco surcos de 150 metros por día en Chacra Azul, para alimentar a 175 bovinos. Se calcula en 2.900 animales por día la carga instantánea diaria. La observación constante y la flexibilidad en el manejo son claves en los heterogéneos suelos de los valles norpatagónicos: en algunos sectores se abre dos veces por día para ajustar la oferta según la disponibilidad real.
Resultados, bienestar animal y futuro de la ganadería con remolacha forrajera
Los resultados productivos validan la apuesta. En los ensayos realizados junto al INTA y el frigorífico Fridevi, los novillos terminados en remolacha alcanzaron tipificación comercial sin inconvenientes, con buenos niveles de grasa dorsal, área de ojo de bife y parámetros de calidad de carne en estudio. La ganancia de peso promedio fue de 850 gramos por día, con un rendimiento de 2.500 kilos de carne por hectárea, cifras que colocan a la remolacha como una alternativa altamente competitiva frente al maíz o al engorde a corral e ideal para pequeños y medianos productores.

Si bien el maíz mostró una velocidad mayor de engorde en las comparaciones, el costo de producción por kilo ganado fue casi tres veces más alto que en remolacha, reveló Oteiza. Además, el sistema a campo ofrece ventajas adicionales: menor infraestructura, menor inversión en alimentos balanceados y, sobre todo, un bienestar animal incomparable. Los terneros pastorean en libertad, con acceso a fibra y agua, en un ambiente donde (como señala Oteiza) “se los ve disfrutando, a diferencia de lo que sucede en un corral de engorde”.
De cara al futuro, el desafío es seguir expandiendo el área y perfeccionar el manejo. Para simplificar las tareas de fertilización y control de malezas, Chacra Azul evalúa incorporar drones que permitan aplicar insumos de manera más rápida y precisa. Y si bien con la remolacha a campo los animales salen terminados en octubre, a mediano plazo se ilusionan con la exportación, combinando la remolacha como base invernal con alfalfa en primavera-verano para lograr animales más pesados.
En definitiva, la experiencia de Chacra Azul confirma lo que ya se empieza a ver con claridad en los valles irrigados de la Norpatagonoia: la remolacha forrajera puede revolucionar la ganadería, ofreciendo altos rindes, carne de calidad y sistemas sustentables que ponen al pequeño y mediano productor ante una oportunidad tan grande como disruptiva.