América Latina vuelve a ser escenario de tensiones que recuerdan a viejas confrontaciones. Desde Washington, Donald Trump endurece su ofensiva contra gobiernos aliados de China. Desde Beijing, Xi Jinping responde con promesas de inversión y defensa del multilateralismo. El choque no es solo retórico: se libra en costas, parlamentos y cumbres diplomáticas.
La estrategia de Washington en clave de Guerra Fría
En 2009, la balanza comercial empezó a inclinarse hacia China. Brasil, Chile y Perú se convirtieron en ejemplos de cómo el gigante asiático desplazó a Estados Unidos como principal socio. Con Trump de regreso, la Casa Blanca busca revertir esa pérdida de hegemonía con viejas fórmulas: presión diplomática, sanciones y despliegues militares.
El almirante Alvin Holsey recorrió la región en agosto para advertir sobre la “amenaza china”, acusando a Beijing de exportar autoritarismo y apropiarse de recursos estratégicos. Paralelamente, Washington endureció su política de visados contra ciudadanos vinculados con inversiones chinas en Centroamérica, una maniobra que Beijing calificó de intimidatoria y propia de “una mentalidad de Guerra Fría”.
Beijing: inversión y respaldo político

Lejos de retroceder, China afianzó su rol en la región con cifras que hablan por sí solas: un intercambio comercial récord de 500 mil millones de dólares en 2024 y proyectos de infraestructura que se extienden desde Argentina hasta México. Las inversiones directas, que en el 2000 eran de apenas 10 mil millones, superan hoy los 14 mil millones anuales.
A esa estrategia económica se suma un discurso diplomático que rechaza el unilateralismo. El embajador Qiu Xiaoqi insiste en que China es “amigo del multilateralismo” y no busca injerencia política, un mensaje que resuena especialmente en países como Brasil y Venezuela.
Venezuela y Brasil, epicentro de la tensión
La costa venezolana concentra hoy la mayor fricción. Buques norteamericanos patrullan el Caribe bajo la excusa del narcotráfico, mientras Maduro exhibe su cercanía con Xi Jinping como escudo político. Beijing condena la ofensiva y reivindica el principio de no intervención, reforzando un vínculo que combina respaldo diplomático y cooperación tecnológica.
Brasil, por su parte, se ha transformado en otro frente abierto. Las presiones de Trump por la condena a Bolsonaro tensaron la relación con Lula da Silva, que respondió con dureza: “No somos una republiqueta bananera”. China aprovechó la ocasión para reiterar su apoyo al gobierno brasileño y reafirmar una sociedad estratégica que trasciende lo económico.
Una región en disputa
Trump lo dejó claro: “No los necesitamos, ellos nos necesitan a nosotros”. Xi Jinping, en cambio, insiste en que la intimidación solo lleva al aislamiento. En ese choque de visiones, América Latina no es un espectador pasivo, sino el terreno donde se juegan alianzas, inversiones y la proyección de poder del siglo XXI.