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lunes, septiembre 15, 2025

El desierto en la boca, de Matías Stiep: historias de una Patagonia infame

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Contar el desierto, eso se propuso el cipoleño Matías Stiep. Ya habían escrito sobre Malvinas, sobre la Primera Guerra Mundial, sobre Juan Lavalle. Pero se debía escribir sobre la tierra donde había nacido.
Hasta que se le apareció Juan Benítez, feroz bandido rural en el ocaso de su vida. Y luego Jacinto Benítez, quizás su hijo, uno de ellos, también él un bandido rural acaso no menos feroz que el viejo Benítez.

Ese encuentro en una pulpería de mala muerte en algún lugar de la Patagonia es el punto de partida de El desierto en la boca, un libro hecho de nueve relatos ubicados en ese vasto espacio yermo que hoy habitamos, apenas en parte.

Stiep sentía que en algún momento debía encarar este desafío de narrar su espacio, su tierra pero que por las derivas narrativas no lo venía encontrando. “Las ideas para escribir van surgiendo de una forma no voluntaria, no hay casualidades, sí hay casualidades y muchas veces uno no elige, uno se topa con la imagen, con la situación y ahí es como que se siente el chispazo y percibe que ahí hay una historia”, reflexiona Matías Stiep en un diálogo con Diario RÍO NEGRO.

No es un proceso consciente, asume. “Muchas veces es algo que activa un recuerdo, un sentimiento , una memoria, una cicatriz que por ahí está supurando por abajo y en eso yo digo, bueno, estaba, pero como una cosa más racional que nunca terminaba de cuajar con las cosas que me iban ocurriendo o las historias que yo tenía ganas de contar y acá es como que encajó todo”.

Galardonado en 2024 con el Primer Premio en Narrativa en la Convocatoria Anual del Fondo Editorial Rionegrino, El desierto en boca será presentado este lunes, a las 19, en el Domo María Elena Walsh de la Feria Internacional del Libro de Neuquén.

De víctimas y victimarios

Los Benítez no son los únicos habitantes de este desierto en la boca. Policías malevos que fueron soldados de la conquista “del desierto”, incapaces de librarse de los recuerdos y del ejercicio de la violencia como forma de vida. Un atormentado sacerdote italiano, desterrado por su pecado con un joven suicida, que busca por todos los medios cualquier camino de regreso a su tierra. Una joven mapuche que termina esclavizada y después muerta a manos del invasor, y vuelve como una versión patagónica de la Llorona propia de la leyenda mexicana. Un jerarca militar de la conquista devenido en terrateniente, que somete a esa joven mapuche, y compra su aborto a un médico español alucinado por dos muertes. La flamante viuda del terrateniente, que vendrá a enfrentar su peor sospecha. Un peón, ex soldado, que encuentra la ocasión para vengarse de todas las humillaciones de la clase alta.

“No hay una pretensión histórica, sino un verosímil, una posibilidad de lo que tal vez pudo haber sido esa parte de la historia”.

Matías Stiep

Todos ellos entran y salen de los relatos. En unos son protagonistas; en otros, apenas testigos silenciosos de los hechos ; y en otros vuelven a aparecer para completar un relato circular que termina del mismo modo en que comienza, con el viejo Benítez diciendo “vení, vos que te hacés llamar Benítez, vení y mostrame lo que sos”. ¿Es acaso una invitación al abrazo fraternal o a una pelea a cuchillo limpio?
Los nueve cuentos pueden leerse de manera independiente, pero, a la vez conforman un relato que los integral que describe de manera precisa cómo eran las cosas en la Colonia, ese lugar indefinido que no es ninguno en particular pero puede ser cualquiera de las ciudades que hoy habitamos.

Matías Stiep, junto una de sus novelas dedicada a Juan Lavalle.

Hay una estructura novelada que las une, sus protagonistas entrelazados y un protagonista que los envuelve, los une y los define: el desierto, ese espacio conquistado a sangre y fuego. Y ese desierto en la boca puede sentirlo el lector también entre las manos, puede olerlo y oírlo ante cada frase, cada palabra. En los cuentos de Stiep, la sintaxis y la gramática son eficaces: estamos ahí en ese desierto de fines del siglos XIX.

Todos los cuentos, el cuento

“Yo arranqué el derrotero de escritor con cuentos, allá lejos de hace tiempo”, revela el autor cipoleño. “En algún momento, me animé con una novela, siguiendo por ahí el esquema de la escritura del cuento. Y esa novela terminó siendo mi segundo libro, Yo, el pájaro y el cielo, que tuvo el reconocimiento y la edición de parte del Fondo Editorial Rionegrino”.

Tras aquella experiencia, Stiep se sintió cómodo con la novela y fue como un empujón que lo impulsó a recorrer ese camino de la novela por muchos años. Hasta que dos años atrás decidió volver al cuento. Y en eso de volver a explorar el cuento como género, fue que le surgió una de estas historias, “como un poco epifánico, por cómo salió, incluso el cuento lo escribí muy rápidamente”, reconoce.

“Es una lectura muy personal de ese espacio mítico, no quería que fuera algo documentado , quería que fuera bien onírico”.

Matías Stiep

Ese cuento es “Palo y astilla”, el texto que abre el libro y que pone en situación al lector: será allí, en ese desierto, y con tipos como los Benítez de lo que estarán hechos los demás cuentos. De un modo u otro, todos son perdedores en esta historia. Los son por el solo hecho de pisar ese suelo inhóspito. Todos perderán algo, empezando por la vida.

“Creo que en una hora o una hora y media”, dice Stiep que escribió ese primer relato, que narra el encuentro de los Benítez en la pulpería. “Y a raíz de esa experiencia, vi que allí había un trasfondo, que había algo más detrás de estos pocos personajes, de este escenario. Y yo digo, bueno, voy a empezar a explorar este mundo. Esta colonia que se ambientó rápidamente en esta zona, en esa época por ahí un poco gris, de la cual no se habla mucho o hay una versión oficial, si se quiere. Decidí probarlo desde el lado de la ficción, obviamente. No hay una pretensión histórica, sino un verosímil, una posibilidad de lo que tal vez pudo haber sido esa parte de la historia que nunca se escribe, que es la parte de los perdedores”.

Todos esos personajes se fueron develando en estos cuentos y luego se fueron entrecruzando haciendo de los cuentos las partes de un gran relato. ”Hubo un proceso medio parecido al de la novela, a pesar de que para mí son cuentos”, dice Stiep al respecto. “Esta indefinición entre géneros que dan estos cruzamiento, los personajes que terminaron habitando este ecosistema fue todo un proceso bastante impensado. Y creo que a lo último se dio una cosa muy orgánica de agruparlos. Quizás a lo último, avanzando los cuentos, ya había una noción de que había un centro de gravedad, de que todos estaban orbitando. El personaje central de uno en un lado termina a la pasada en otro cuento. Y bueno, ahí se fue formando la idea de este libro”.

Círculos y espejos

El orden de los cuentos no es cronológico, sino que fueron ubicados en espejo, dice su autor. “Quise que el primero y el último funcionaran en espejo. Creo que el primer cuento fue el primero que está en el libro, el cuento que tiene la mirada de Jacinto, que es quien busca a este que fue o no su padre, porque nunca termina de quedar claro. El último cuento es el reflejo de eso. El segundo y el anteúltimo creo que también hay un reflejo. Busqué que hubiera como una cosa concéntrica, como si fuera un ecosistema, una cosa como radial en la estructura de los cuentos y del libro como tal, para que tuviera por ahí este hilo conectivo. Creo que ahí juega mucho esta mirada del novelista, de por ahí buscar esta armonía. Ahí creo que estaba la mirada del novelista sobre cómo ordenar el libro. Creo que ahí jugó esto de escribir novelas y al abordar un libro de cuentos, a la hora de sentarse, decís esto va a ser un libro, ¿cómo lo organizo? Jugó la mirada del novelista y por eso tiene esta forma concéntrica”.

Stiep decide cerrar ese círculo en el último de los nueve cuentos que, como ya fue dicho, vuelve al mismo lugar y a las mismas circunstancias que el primero, los Benítez, frente y espalda primero y cara a cara después. “Incluso el último cuento en una de las últimas correcciones yo le agregué algo de cerrar el círculo, cerrar la historia, que en ese lugar este personaje que estaba esperando sabía que ahí se iba a cerrar el círculo y creo que no sólo se cierra el círculo de ese cuento y de esa historia de dos, de padre e hijo o supuestos padre e hijo, sino que también se cierra el círculo de todo el libro en sí, en ese cuento”.

Redacción

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