Daniel Arasa Villar, decano de la Facultad de Comunicación de la Santa Croce, dedicada a formar responsables de comunicación de la Iglesia
¿Qué podemos aprender en historia humana y colectividad de Roma?
Se dice que para conocer Roma hay que torcerse un tobillo entre los adoquines del centro histórico. Es fácil reconocer en Roma el valor de la historia. Sus calles, como la lava de un volcán pleistocénico, muestran los estratos del pasar humano: la república y el imperio romano, la decadencia medieval, el resurgimiento renacentista, la reunificación, la Gran Guerra, el fascismo, la Segunda Gran Guerra, el resurgir socio-económico… En muchos lugares, la morfología urbana muestra como la vida se desarrollaba cinco, siete, diez metros más abajo del terreno que hoy pisamos.

Daniel Arasa
Gianni Proietti
Este devenir físico expresa en modo sublime como Roma es una ciudad que no olvida, que acumula poso. Vivir en Roma es entrar de lleno en la historia y dejar también algo en ella. Y este acontecer, armónicamente caótico, sucede permeado de acogida, de normalidad, de naturalidad ante la diversidad de la familia humana. Aquí, oír hablar en español, francés, chino, calabrés o napolitano es normal, casi indiferente. Aquí uno viene no a mirarse al ombligo (aunque la camiseta sea corta) sino a contemplar la belleza de la historia humana y a contribuir, fugaz y temporalmente, a la permanencia de la ciudad Eterna.
¿Cómo se podría trasladar o aplicar esa experiencia humana a Barcelona?
Barcelona ha sido siempre una ciudad cosmopolita y abierta al mundo. Un ejemplo son las Olimpiadas del 92 y lo que ese momento supuso para la capital catalana: mejora de los transportes, creación de espacios públicos, crecimiento arquitectónico, desarrollo urbano. Los ojos del mundo miraban a Barcelona y ella sonreía. Para los barceloneses, fue un momento de autoconciencia del atractivo que la ciudad producía y supuso la entrada por la puerta grande en la cultura cosmopolita. El turismo comenzó a aflorar, al principio moderadamente, luego con consistencia y, más tarde, en modo masivo. Este crecimiento turístico desenfrenado ha hecho que
Barcelona pasara de ser una ciudad admirada a ser una ciudad deseada. Son muchos los que vienen, disfrutan, consumen, gastan y se van: cruceros repletos, masas de Gaudí fans, bañistas sin camiseta (todavía no entiendo por qué les da por quitársela en Barcelona y no en su pueblo). Barcelona tiene el potencial para no ser una ciudad usa e getta (para usar y desechar), una ciudad en la que lo eterno del hombre no se esfume en la fugacidad del momento, para dejar el poso propio de una cultura abierta y cosmopolita que acoge, integra y mejora. Roma docet.