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domingo, octubre 5, 2025

Atlas de sueños y pesadillas de américa latina

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Como un color que cayó del cielo, en los días de los últimos tiempos, el relato de terror latinoamericano, en la materia negra del neoweird y la fantasía oscura que parece engullir todo, obtuvo notoriedad y lectores dispuestos a la fatalidad. Las argentinas Mariana Enriquez y Marina Yuszczuk, el uruguayo Ramiro Sanchiz o el mexicano Alberto Chimal, algunos de los nombres de esta avanzada latina con proyección internacional que confluyen en Cabezas en la ventana. Antología de Terror Latinoamericano, de la mexicana Elefanta Editorial. Una compilación representativa de esta literatura híbrida y misteriosa, memoria y reflexión, que anida y se contagia en lo que puede ser y lo que ha sido este continente. En esa noche que es nuestra noche.

Quizá no sea tan extraño que en el actual colchón del soma digital estos relatos cobren relevancia, en el deseo de reencontrar en el doblez mistérico miradas claras de la coyuntura. “El terror, al igual que otros géneros especulativos, profundiza en nuestros miedos, se atreve a indagar en lo que no queremos ni siquiera mirar, que puede estar dentro o fuera de nosotros. Lo que se escribe en nuestro continente, además, tiene un corte directa o indirectamente sociológico. Es decir, no está hecho de trucos o jumpscares, aunque puede hacerlo, todo se vale, pero sobre todo siempre hay por ahí una suerte de conexión con el vacío que gobierna nuestras distancias sociales, urbanas, rurales, con nuestra memoria. Eso hace que estos cuentos sean increíblemente contundentes”, enfatiza el compilador y editor de Elefanta, Emiliano Becerril Silva. Con la única condición de que sean textos inéditos, reunió de punta a punta de América Latina a veintisiete cabezas en altavoz que se asoman a “una ventana –que deja entrar– no solo las similitudes, sino sobre todo las diferencias, que es donde radica nuestra riqueza cultural y lingüística y de los imaginarios que nos acechan”, puntualiza el también articulista y traductor Becerril Silva, que fundó la librería-bar Bucardón, en la ciudad de México.

Con esta hoja de ruta, en aguas profundas que no bañan de la misma manera, terror político y folk, narrativa de lo inusual, ficción especulativa, gótico tropical y feminismo, críticas al tecnocapitalismo y al extractivismo corporal y mental perpetrados por los señores de la guerra en el poder, la “cicatriz del serrucho” en palabras de Mariana Enriquez, de El limonero, autores poco conocidos incluso entre los mismos países limítrofes se ponen en circulación. El caso de Verena Cavalcante, de quien se considera una de las mayores exponentes del horror en Brasil, y que hasta ahora solo se conocía en español Transmutación, en Dantescas. Cuentos de mujeres que descendieron a los infiernos(Fera, 2024). Aquí, en Matar serpiente, va al hueso del patriarcado, solo deteniéndose “cuando el palo cede, partiéndose a la mitad, chorreando sangre, carne y cabello”.

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Tiempos violentos. “Vivimos tiempos weird. El mundo nos produce un tipo de disonancia cognitiva muy diferente a la de la ansiedad por el futuro de los noventa, o de los miedos de la Guerra Fría, o de las posibilidades de deterioro ambiental pensadas en la década de los setenta, en que todavía parecían remotas, especulativas, evitables. Ahora todo eso es cuestión de hoy, o incluso de ayer. Sumémosle la presencia de las inteligencias artificiales y la especulación científica sobre inteligencias no humanas en la Tierra: ahora ya no tenemos cómo mirar para otro lado cuando alguien sugiere que los humanos no somos los protagonistas de la historia del planeta”, sintetiza Ramiro Sanchiz la zona black mirror que padece la humanidad en las franjas y el centro. Este autor uruguayo, que en entrevistas prefiere hablar “del lado de los replicantes”, y que en el cuento de la antología vuelve a los parajes familiares de Punta la Piedra y, fantasmáticamente, a su álter ego Federico Stahl, señala que “creo que en Árboles en la noche me alejo bastante de mis últimos libros de teoría ficción (Guitarra negra. 2019) , pero tiene que ver, supongo, con el hecho de que para mis cuentos, o para la gran mayoría de mis cuentos, más bien pienso ante todo en lo narrativo. No soy fan de aquello de ‘lo importante es contar una historia’; eso es lo que menos me importa, en realidad, pero en los cuentos se puede jugar a poner eso en primer plano”, expone de un estilo en sus escritos que exudan puntas aceleracionistas, de cuño marxista, y filosofías transhumanistas.

Destellos en los agujeros negros. Los asombros de los viajeros que subían por el Amazonas o vagaban por la Patagonia, en busca de la Ciudad de los Césares o El Dorado, crearon una zona original que fue tensionada por las desventuras del nativo americano, producto de una naturaleza voraz, y la humanidad conquistadora, violenta. “La violencia estructural e histórica de América Latina ha cancelado las otredades, e incluso las ha estigmatizado. Desde una disidencia sexual hasta una cosmogonía indígena. El orden ha pretendido ser unívoco, esa ha sido de alguna manera nuestra historia. El terror es un caballo de Troya para penetrarla, es una llave que abre la puerta a esas otredades, a otras formas de ser, y por ahí entran todos nuestros imaginarios, nuestros mitos fundacionales, que nunca se han ido, pero que ahí estuvieron como fantasmas, enterrados, bajo el agua o el fuego. Por eso el terror latinoamericano es diferente al anglosajón. A eso, por supuesto, hay que sumarle la terrorífica violencia económica, laboral, simbólica y tecnológica de nuestra época. Nuevamente hoy, al parecer, mucha gente en el poder quiere desechar a las otredades, ¿a qué le tendrán miedo, en el fondo?”, bordea Emiliano Becerril Silva, destacando que tenemos el gran legado de grandes antologías que marcaron generaciones como la Antología del cuento fantástico, de Silvina Ocampo, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

Y que aún sigue titilando al leer de esta selección a la dominicana Isis Aquino en Música de cámara, un digno vuelo ocampiano de viejas casas chirriantes de antepasados malditos. O en la borgeana, en remix Poe, Vienen con la luna, de la ecuatoriana Solange Rodríguez Pappe y “lo repito, es solo una historia más traída por el viento”.

Irrealidad macabra real. “Memo, mi personaje, es un pistolero loco del sur global, atacando aquí en vez de en los Estados Unidos”, comenta Alberto Chimal, maestro de lo insólito en su tierra, y quien admite que Ficciones, de Borges, fue una “revelación”. Recientemente editado en España con la antología Las estancias secretas (Atalanta), aclara que “las frases que Memo repite, y el título del cuento, no refieren a Shakespeare, sino a Robert A. Heinlein, un escritor de ciencia ficción del siglo XX que resultó ser precursor ideológico de la extrema derecha contemporánea. El chatbot le dio información errónea a Memo (lo cual sucede con frecuencia cuando usamos IA generativas, como bien sabemos) y él la aceptó, sin dudar. Algo que tienen en común los incels, y otras ‘tribus’ del mundo digital contemporáneo, es una visión del mundo sumamente estrecha que combina ignorancia, falta de curiosidad y excesiva seguridad en sus propias convicciones. No creo que la literatura pueda conmover o avergonzar a un fanático perdido, pero sí puede servir para que quienes los toman en serio, y los ‘normalizan’, dejen de hacerlo”, advierte el docente de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Y adentrándose en este presente de fantacapitalismo de viajes al espacio exterior y élites ultraricas new brave world, que es plebiscitado de Alaska a Tierra del Fuego, Chimal asegura con énfasis sobre la rebeldía e hibridez latinoamericana que propusieron tempranamente Amparo Dávila y Juan José Arreola, “Lo que pasa por literatura mainstream en el norte global está demasiado reducido a unos pocos subgéneros derivados del realismo del siglo XIX; en ellos llegan a aparecer obras de gran valor, como en cualquier subgénero, pero no son suficientes para plasmar la crisis planetaria a la que nos han llevado el tecnocapitalismo oligárquico y sus necropolíticas: su carrera desenfrenada contra cualquier noción de un bien común, su búsqueda de más y más extracción y concentración de recursos, poder y riqueza. La noción antigua de que basta poner un espejo delante de lo real, y deja de tener sentido, cuando ‘lo real’ se ha vuelto propiedad de un puñado de hombres blancos entre los que abundan tendencias sociopáticas. Hace falta que nos planteemos las experiencias de la vida humana de otras formas, y nos estamos dando cuenta de ello”, comenta. Otras formas que llegan con ecos de Thomas Pynchon en el tremebundo El Necroeconomicón, del colombiano Hank T. Cohen, unas páginas antes del relato de Chimal, o la puertorriqueña Pabsi Livmar que rehace en Homeostasis las fronteras del cyberpunk mirando el horizonte.

“Las etiquetas pueden encasillar. En esta antología hay textos completamente distintos entre sí que podrían inscribirse en muchos géneros. Es más, en realidad, cuando hicimos la antología yo ni siquiera estaba muy seguro de usar la palabra terror, para no predisponer demasiado, y estuve pensando en alternativas, pero tampoco quise inventar el hilo negro. Finalmente me incliné por la convención de la palabra terror, para que sola se deconstruyera”, señala el editor Emiliano Becerril Silva. Y rehúsa hablar de la generación del “boom del nuevo gótico latinoamericano” analizando estos escritores, nacidos a partir de la década del setenta, entre los cuales también brillan en el mercado internacional la argentina Samanta Schweblin y la ecuatoriana Mónica Ojeda.

Sin embargo, existe un hilo que Alberto Chimal observa en sus propios escritos, con un pulso coral sin solistas, que anudaría espectral a los narradores del terror latinoamericano, “una persona que escribió sobre mi trabajo dijo que mis temas centrales eran ‘la imaginación y el poder’, y fue una sorpresa, pero creo que tenía razón. Ahora diría que la facultad de imaginar me parece imprescindible para la supervivencia humana, y los poderes oligárquicos de nuestra época apuntan en la dirección opuesta”. Y ese “ser confrontado con la fragilidad de los límites de lo humano”, agregaría Ramiro Sanchiz, un “autor de géneros” similar a sus compañeros de viajes, disparadores que resuenan contra el poder, en este pequeño atlas de nuestro horror literario fronteras afuera del libro, también en el argentino Juan Mattio y el boliviano Maximiliano Barrientos.

Hacia el final de La voz en los huesos, de Thomas Ligotti, un cuento del nuevo maestro del terror que es un río subterráneo de varios narradores de la antología, al igual que Angélica Gorodischer, Horacio Quiroga, H.P. Lovecraft y Mario Levrero, un hombre solo en una habitación, acosado por fuerzas nocturnales, desciende a la negrura. Escena primordial del relato de terror, “sin embargo, ya no era su propia voz la que sonaba en la torre, sino el reverberante clamor de extrañas multitudes vociferantes”. Estas cabezas en la ventana de la antología hablan lenguas que no son extrañas para mí, en un grito que es continuidad de la lengua . No prendas la luz, siempre estuvo ahí.

Extracto de ‘Árboles en la noche’, de Ramiro Sanchiz*

Pero si Uruguay entero es un cementerio indio, me dijo la mujer, y no supe qué contestarle.

Después sonrió con todos los dientes de la historia y se puso a cantar de regreso a su puesto de artesanías, mientras yo me quedaba pensando en casas, en edificios, en hoteles encantados del tamaño de países, regiones completas devenidas zonas que hacen brotar fantasmas de la tierra yerma o del suelo anegado por las inundaciones, y fue entonces, por primera vez en aquellos días en Punta de Piedra, casi recién llegado, recién bajado del autobús, cuando sonó en mi cabeza la melodía que sólo después lograría identificar, cuando ya se había vuelto demasiado tarde para que mi memoria siguiese siendo mi memoria y para que yo siguiese siendo yo.

Todo Uruguay es un cementerio indio, me repetí esa noche mientras ponía en orden las pocas notas que había podido tomar. Desde la ventana de mi habitación en el hotel podía ver toda Punta de Piedra, tanto el viejo pueblo de pescadores al este como la urbanización más reciente al oeste y el farallón en el centro: dos alas y el cuerpo de un insecto al que la noche y el tiempo habían vuelto de cristal opaco y astillado. Traté de establecer alguna forma de vínculo con lo que yo ya conocía de los veranos de mi niñez, cuando pasaba todo enero y febrero con mis abuelos en una casa cuya azotea busqué sin suerte bajo la luz de aquella luna envuelta en gasas y vendajes. Me habían dicho que la inundación reciente lo había cambiado todo, pero yo lo encontraba igual: las mismas casitas grises, las calles serpenteantes con los empedrados gastados por la arena, la plaza rodeada por la pequeña iglesia matriz, el viejo cabildo, la casa de la cultura y el cine, el aire denso de olor a pescado, salitre y arena caliente, y el rumor o música de las olas, que parecía incapaz de cambiar incluso en las peores tormentas. Pero aquella persistencia o ausencia de cambio me hizo sentir que allí estaba la muerte: simplemente, me pareció, el pueblo debía haber cambiado después de los noventa, después de los dosmiles, y si no lo había hecho era porque algo estaba mal, algo estaba muerto. Se podían notar las marcas de la inundación, eso sí, pero me resultaba más fácil, o más cómodo, sentir que siempre habían estado, que las podía recordar, como si la catástrofe reciente, de la que solo había leído en los periódicos o visto alguna imagen por la televisión y en la red, hubiese sido capaz de viajar hacia atrás en el tiempo, siguiendo poderosas fuerzas que, en Punta de Piedra, lo llevaban todo hacia el pasado.

*Autor de una veintena de novelas, ensayos y libros de teoría-ficción, la novela Krautrock (Pez en el Hielo, Montevideo, 2024) es su publicación más reciente. “A través de la imaginería del Midsommar y esa historia inventada y difusa de migrantes nórdicos en Uruguay, quería hacer una forma de folk horror”, presenta Sanchiz.

Extracto de ‘William’, de Alberto Chimal*

Memo se convirtió en dron a las 12.17 de la tarde del 5 de junio. Lo tuvo claro tan rápidamente que revisó la hora y la fecha en su teléfono, para recordarlas después y mencionarlas en el video de la matanza. Saberse un dron le dio el impulso, el valor, para atacar por fin a sus enemigos.

No pensó en la palabra dron, o al menos no al comienzo. Es importante aclarar esto porque existe una subcultura de personas que se hacen llamar drones pero no tienen nada que ver con Memo. Visten ropa de plástico extremadamente ajustada, así como otros accesorios que los hacen parecer robots, y básicamente juegan a ser robots: en sus comunidades, siempre ocultas tanto en línea como en el mundo físico, se identifican con claves alfanuméricas en vez de nombres, y fingen que un líder –un ser cibernético superior, con muchas de las cualidades de una abeja reina– ha intervenido sus cuerpos y reprogramado sus cerebros. Entregarse a una voluntad ajena da a estos drones, zánganos en una supuesta colmena eléctrica, una sensación de tranquilidad y de contento, reforzada en ocasiones con prácticas de supresión de la voluntad semejantes a las de las sectas religiosas. Y como dicho estado suele venir acompañado por excitación sexual, resulta que semejantes grupos deben situarse en el espacio enorme, difícil de representar y de limitar, de las parafilias, es decir, de los comportamientos sexuales considerados “anormales”.

*El mexicano fue finalista del Premio Internacional Rómulo Gallegos en 2013 con la novela La torre y el jardín (2012), y ganador de los Premios Nacionales Colima de Narrativa y San Luis Potosí de Cuento del Instituto Nacional de Bellas Artes. “Este relato está en el borde de lo que yo llamo literatura de imaginación porque casi podría estar pasando en este momento”, adelanta Chimal.

Redacción

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