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domingo, octubre 5, 2025

La provocación montonera que le abrió las puertas al golpe del 76

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El ataque fue una desmesura propia de Montoneros. Cinco años atrás, con el asesinato de Aramburu, esa guerrilla peronista, en su composición inicial nutrida por jóvenes católicos y nacionalistas, hijos de familias antiperonistas, había iniciado una cruzada militarista que sacudiría al país y al peronismo. De ese modo tensarían la frágil democracia de entonces hasta un sendero sin retorno: habían alumbrado la rebeldía armada en nombre de Perón, sin saber del todo bien quién era ni qué pensaba el General de la leyenda, tan odiado en sus familias. Y, en particular, sin diferenciar lo que era combatir contra una saga de dictadores rancios, surgidos a partir del golpe de Estado de 1955, de las prácticas disolventes para un proceso democrático.

Se están cumpliendo 50 años de aquel día en que los comandos montoneros creyeron que con un golpe de alto impacto en la opinión pública y llamativa audacia política, encontrarían la llave que los llevaría para siempre al Olimpo de las marquesinas de la guerrilla en la Argentina, podio entonces venerado por tantos jóvenes desencantados de la gravitación de las urnas.

El dogma de la época consagraba que “el poder brota de la boca de un fusil”, acuñado por el líder chino Mas Tse Tung, luego entronizado por el Che Guevara en pleno auge revolucionario latinoamericano de los 60, y finalmente plagiado por Firmenich, el jefe montonero, oráculo fallido para enarbolar la fantasía política de un “Perón socialista” y beligerante.

Aun así, sus cuadros terminarían en Formosa la llamada “Operación Primicia” como pudieron, mientras escapaban en un avión secuestrado con la mitad del botín bélico que pretendían, repelidos por unos oficiales y suboficiales, que regresaban con premura de su día libre dominical al cuartel bajo fuego. Y también por un grupo de reclutas, soldaditos inexpertos de 20 años que cumplían el servicio militar obligatorio, al menos diez de ellos masacrados en defensa de las posiciones militares a cargo de la unidad y el arsenal del Regimiento de Infantería de monte 29 de Formosa, uno de los más importantes del país.

Era el 5 de octubre de 1975, una democracia balbuceante gobernaba el país con María Estela Martínez de Perón (Isabel, según su antigua nomenclatura artística de los años 50) presidenta constitucional luego de la muerte de Perón, ocurrida un año y medio atrás, en ese momento de licencia en la serranía cordobesa de Ascochinga, afectada por un cuadro nervioso agudo, abrumada por una responsabilidad demasiado holgada para sus capacidades.

Por esas horas, el país se había vuelto un camposanto a cielo abierto, con enfrentamientos a diario entre las bandas para policiales residuales, creadas por López Rega, y las organizaciones terroristas trotskistas y peronistas de izquierda. En una tercera trinchera se había asentado “el poder sindical” en manos del imperio metalúrgico de Lorenzo Miguel, virtual jefe del peronismo, luego de haber barrido de la escena a López Rega el 27 de junio de 1975, con una multitudinaria manifestación en la Plaza de Mayo, al grito de “López Re …López Re … López Reeeegaaaa….la puta que te parió”, con los acordes beatles de Obladi Oblada.

En la rutina cotidiana se registraban secuestros extorsivos, denunciados o no, ejecuciones de policías o miembros de fuerzas de seguridad, desmantelamiento de comisarías o armerías, operativos clandestinos de la represión militar y policial, no siempre con la ley y el Derecho como escudo. Reinaba un caos absoluto. El remedio había que buscarlo dentro de la democracia, no fuera de ella. Ni los grupos terroristas ni las Fuerzas Armadas ni buena parte de la sociedad civil y la elite política lo comprendieron.

El periodista, investigador y politólogo Ceferino Reato, autor de “Operación Primicia/ El ataque de Montoneros que provocó el golpe de 1976”, un estudio a fondo de aquella aventura militarista de la izquierda peronista en la guarnición formoseña, la mejor informada de todas las reconstrucciones históricas, destaca que la embestida montonera se produjo en el marco de “una democracia y durante un gobierno peronista … que terminaría causando 28 muertos y un número de heridos en verdad desconocido, pero se sabe que debe haber sido similar.” El trabajo de Reato describiría así la compleja columna vertebral del golpe montonero, optimista en términos teóricos y de escasa eficacia a la hora de ponerlo en práctica:

* Secuestro del Boeing 737 200 “Ciudad de Trelew”, vuelo 706 de Aerolíneas Argentinas, que partió del Aeropuerto metropolitano Jorge Newbery con 102 pasajeros a bordo y 6 tripulantes. Destino final en el aeropuerto El Pucú de Formosa, a 1.190 kilómetros de Buenos Aires. y escala técnica en la estación aérea de Cambá Punta, en la capital de Corrientes.

* Copamiento a cargo de un comando terrorista del aeropuerto internacional El Pucú, en la entrada principal a la capital formoseña, con una primera muerte: un policía que resistió la maniobra montonera.

* Ataque y toma del Regimiento de Infantería de monte 29, “el segundo en poder de fuego de todo el país” de esa época, asegura Reato. Allí surgiría la primera refutación de los hechos por sobre la planificación de la estrategia terrorista. El combate, previsto como una rutina sencilla en el plan montonero, duraría 24 minutos: en el medio de una resistencia mucho mayor a la esperada, se registrarían en principio 24 muertos, 12 de cada lado, “entre ellos diez soldados conscriptos, todos formoseños y peronistas”. Cabe aclarar que en el imaginario montonero esos jóvenes, que cumplían el servicio militar obligatorio, se alzarían en armas para reforzar el ataque, en favor de “la causa peronista” de la organización armada.

* Fuga final en el mismo Boeing 737-200 de Aerolíneas (de las aeronaves más modernas del momento, que había sido desviado a Formosa con un comando montonero a bordo, para tomar el control del vuelo) y en un Cessna 182 de cuatro plazas que sirvió para confundir en el aire a los perseguidores.

* Aterrizaje improvisado del avión de Aerolíneas a 700 kilómetros de Formosa, en una pista adaptada para el final del operativo, en una estancia de Santa Fe, cerca de la ciudad de Rafaela, en el Oeste santafesino, donde quedaría clavado durante 16 días en el barro, en una maniobra de sumo riesgo, ocurrida luego de un fallido descenso en Iguazú, Misiones. El Cessna, en verdad un señuelo, descendería en las afueras de la ciudad de Corrientes.

Reato cuenta que la Operación estuvo a cargo de Raúl Yaguer, el cuarto en el escalafón montonero luego de Firmenich, Perdía y Quieto. Éste último era un cuadro originario de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, con más entrenamiento militar y base teórica marxista que sus pares peronistas. Quizá por eso despertaba el recelo de Firmenich. Ambas orgas terroristas habían anunciado su fusión el 12 de octubre de 1973, el día en que Perón asumía por tercera vez la presidencia de la República. ¿Adhesión celebratoria o larvada advertencia al General, ya viejo y enfermo, acerca de la tutela armada que tendría su gobierno por parte de las fuerzas insurrectas?

De hecho, 48 horas después del 23 de septiembre, día en que una tormenta de votos peronistas sacudiría las urnas con el 63% de votos en apoyo a un Perón que se había proclamado “un león herbívoro”, en contraste con la fiera política que era al ser derrocado en 1955, Montoneros acribillaría a balazos al jefe de la CGT, José Ignacio Rucci, pieza clave en el Pacto Social, un entramado ideado por Juan Perón entre el gobierno, la CGT y la Confederación General Empresaria, en manos de José Ber Gelbard, el ministro de Economía del General.

Quieto desaparecería el 28 de diciembre de 1975, curiosamente un Día de los Inocentes. casi tres meses después de la asonada formoseña, en la ribera bonaerense del GBA, a la altura de Martínez, donde las familias concurrían al clásico asadito dominguero en busca de atenuar los calores del verano recién estrenado. Ese operativo, según quienes lo presenciaron, tuvo el sello de una clásica “chupada” de los escuadrones de la Inteligencia militar o paramilitar, que sería el modus operandi de la dictadura en curso. ¿Descuido o entrega? Lo cierto es que después de la desaparición de Quieto caerían varios cuadros y casas montoneras, lo que llevaría al grupo de Firmenich a establecer el uso de la pastilla de cianuro para evitar la delación ante la tortura.

El bautismo de “Primicia”, según la obra de Reato, obedecería a que se trataba del “primer ataque de Montoneros a un cuartel militar. El inicio de la lucha directa contra las Fuerzas Armadas, que pasó a ser su enemigo principal en la lucha por la revolución socialista y la liberación nacional”. El ERP ya lo había intentado en la fallida embestida contra el cuartel de Azul, el 19 de enero de 1974, con Perón en vida; y lo intentaría por última vez el 23 de diciembre de 1975, en el ataque a la guarnición de Monte Chingolo, en los márgenes del partido de Lanús, en el Batallón de Arsenales 601 Domingo Viejo Bueno, que diezmaría a sangre y fuego las filas de combatientes trotskistas con más de 50 muertos. Un suicidio político y militar. La trilogía (Azul, Formosa, Monte Chingolo) sería, en lo esencial, golpes terroristas contra el corazón de una democracia ya herida de muerte por el asfixiante clima de guerra interna y las propias insuficiencias de la gestión gubernamental de un peronismo sin brújula desde la muerte de Perón el 1° de julio de1974.

El profesor Richard Gillespie, inglés nacido en Wigan, Lancashire, en 1952, hoy de 72 años, en su investigación “Soldados de Perón/Los Montoneros”, publicado por editorial Grijalbo en 1982, cuenta que el día de la Operación Primicia los cuadros de la izquierda peronista en armas “movilizaron treinta y nueve combatientes organizados en nueve pelotones, aunque la existencia de grupos de apoyo en Buenos Aires, Santa Fe y Formosa, elevó probablemente a sesenta el número de los implicados en forma directa en la operación.” De acuerdo al relevamiento del historiador inglés, las fuerzas asaltantes llevaban 11 fusiles FAL, cinco fusiles FN, 18 pistolas ametralladoras Halcón, un fusil ametralladora Madsen, dos escopetas, cinco minas y 51 granadas, además de armas cortas para todos sus componentes.

Gillespie definiría el combate con precisión: “fue breve, pero feroz”. Y en su crónica refutaría la mirada optimista que la propia organización montonera difundiría sobre la batalla: “En poco tiempo los pelotones dos, tres y cuatro –diría Gillespie- quedaron reducidos a dos supervivientes, cinco de los seis vehículos de los Montoneros resultaron inmovilizados y empezaron a llegar refuerzos del Ejército procedentes del cercano barrio de oficiales y suboficiales. Afortunadamente para los guerrilleros, el coche que había quedado intacto era un F.350 con suficiente capacidad para huir … Otros cuatro guerrilleros que no oyeron la orden de retirada, consiguieron, sin embargo, llegar por su cuenta al Aeropuerto. Los guerrilleros, por su cuenta, dejaron al menos once muertos en la guarnición.” Las bajas del Ejército se estimaron en 12 muertos y 18 heridos, la Policía también sufrió bajas, una de ellas fatal, en escaramuzas menores.

En su portada del 6 de octubre, Clarín diría: “Fallido golpe terrorista en Formosa: 27 muertos”. En un mapa, publicado también en la tapa, describiría la compleja hoja de ruta del asalto montonero a uno de los más poderosos arsenales militares del país. Y detallaría que en el avión de Aerolíneas que había partido de Aeroparque para el raid terrorista “viajaban 48 pasajeros, la mayoría hombres de alrededor de 30 años. Diez minutos antes de aterrizaje, se levantaron tres de sus asientos y se dirigieron a la cabina, donde redujeron al comandante Diego Bakas y a toda la tripulación.”.

Roberto Cirilo Perdía, integrante de la conducción de Montoneros, muerto a los 82 años en 2024, en su libro “Montoneros, el peronismo combatiente en primera persona” insinúa una mirada autocrítica al golpe de Formosa: “Lo cierto es que a partir de ese acontecimiento se abriría un abismo entre Montoneros y el Ejército”. Según el jefe montonero las diferencias no eran antes tan profundas, lo que adjudica al origen nacionalista y católico de la guerrilla peronista, afín a valores históricos sostenidos por el Ejército. Perdía iría más allá en su análisis: “Fue una demostración de fuerza que manifestaba nuestra progresiva militarización. Obviamente, las simpatías con las que podríamos haber contado dentro del Ejército desaparecieron y los viejos contactos y amigos se esfumaron”. El jerarca montonero contaría detalles de aquel combate: “Vestidos con uniformes de color azul -pantalón, sacón y gorra- 13 grupos de combate montoneros procedieron a atacar el Regimiento 29 de Infantería de monte de la ciudad de Formosa, 1.400 kilómetros al norte de Buenos Aires y cerca de la frontera con Paraguay”.

Con una mirada más radicalizada que su propio jefe, libelos peronistas de la banda, como el editado en México por el Peronismo Auténtico, una usina auto celebratoria para los numerosos cuadros exiliados en ese país, exaltaron la acción y la analizaron como un éxito armado, una gesta popular contra el “Ejército del sistema” Un enfoque similar tendría “Evita Montonera/Revista oficial de Montoneros”, en su número 8 de octubre de 1975, que en su portada titularía “Formosa: victoria del Ejército montonero”, al amparo del argumento central: “el Ejército gorila oculta su derrota.” El primer comunicado oficial de los atacantes calificaría el operativo como “la acción más importante realizada en el país para lograr su definitiva liberación nacional y social”.

Diversos house organ montoneros apuntaban a maquillar que los atacantes habían encontrado fuerte resistencia en un grupo de colimbas y ejecutado a otros, que dormían la siesta en las barracas de descanso. Sobre el episodio de los conscriptos muertos, Gillespie aporta un dato: los atacantes habrían dejado escapar a los colimbas sorprendidos en la guardia, pero una vez a distancia los jóvenes reclutas abrirían fuego contra la tropa montonera, causando varias bajas en ella.

Montoneros se valió de un infiltrado en el cuartel, el soldado Roberto Mayol, un combatiente montonero, quien sería finalmente muerto y rematado por quienes habían sido sus compañeros de cuartel. Sería él quien finalmente facilitaría la entrada al arsenal de cinco Pick-up con los guerrilleros armados para someter a una guardia casi indefensa, a cargo de personal en su mayoría inexperto. Aun así, no previeron que un puñado de conscriptos resistiría con coraje y lograría que de los más de 200 fusiles que había en el batallón, los atacantes sólo pudieran escapar con menos de cincuenta. ¿Qué había ocurrido? Un grueso error de cálculo de “Carolina Natalia” (la Conducción Nacional, en la jerga montonera) había especulado con que los conscriptos, o al menos la mayor parte de ellos, se pasarían de bando en medio del ataque, en apoyo de la presunta “causa patriótica” de los combatientes de la izquierda peronista en armas.

En “Montoneros/final de cuentas/ edición ampliada”, el ex combatiente y periodista Juan Gasparini, ex detenido de la ESMA, cita el reportaje de Gabriel García Márquez a Firmenich en L’Expresso, de Italia, del 9 de julio de 1977, en el que el número uno de los montoneros relata: “A fin de octubre de1975, cuando todavía estaba el gobierno de Isabel Perón, nosotros ya sabíamos que se daría el golpe dentro del año. No hicimos nada para impedirlo porque, en suma, también el golpe formaba parte de la lucha interna en el Movimiento Peronista. Hicimos en cambio nuestros cálculos, cálculos de guerra, y nos preparamos a soportar, en el primer año, un numero de pérdidas humanas no inferior a 1.500 bajas”. Al parecer no sólo los altos mandos genocidas, los sicarios y torturadores fueron responsables de tanta muerte, tantas heridas aun sin cicatrizar y tanto dolor argentino sin cerrar.

En aquellos días de octubre de 1975, en el país político se discutía qué hacer con la presidenta, recluida en Ascochinga, lejos de una realidad mortificante. Italo Luder, a cargo de la presidencia provisional, era presionado para asumir definitivamente, previa renuncia forzada de la viuda de Perón. Tenía el apoyo de la mayoría del justicialismo, la oposición y según corrillos del momento del Ejército y la Marina. Sólo dudaban algunos sectores de la Aeronáutica, luego removidos. Julio Bárbaro, hoy veterano dirigente peronista, en aquel entonces joven diputado anti verticalista, crítico también de las organizaciones armadas, contaría muchas veces que Massera, en una reunión de alto voltaje, había lanzado un virtual ultimátum político: “Si la sacan ustedes (a la Presidenta), gobiernan ustedes y cuando corresponda vamos a elecciones. Si la sacamos nosotros, gobernamos nosotros y las reglas también las ponemos nosotros”. Luder se mantuvo impertérrito ante el acoso institucional y político: “No voy a ser yo quien pase a la historia como el traidor de la mujer de Perón”. Ocho años después pasaría a la historia como el primer candidato presidencial peronista derrotado en elecciones libres y sin proscripciones.

Hoy, visto a la distancia, 50 años después, el golpe de Formosa parece un mojón más en la historia de Montoneros, impregnada de torpezas políticas, confusiones históricas, traiciones y delaciones personales. Ese cóctel costaría miles y miles de vidas en la Argentina: el error más trágico de aquella generación, en la cual muchos de sus jóvenes guerreaban convencidos de la justicia de su causa, y en la convicción de la capacidad estratégica y la idoneidad de las jefaturas que, en su mayoría, no ponía el cuerpo en combate. Al menos dos de ellos sobrevivieron. Y hoy envejecen como pacíficos abuelos.

Aquellos jóvenes insurrectos no fueron una “generación diezmada”, como la arrogancia política de quienes se consideraron sus “sucesores en democracia” quiso hacer creer. En todo caso, parecería más sensato considerarlos parte de una generación engañada. Ciento setenta y dos días después del operativo terrorista en Formosa, llegaría el golpe de Estado más feroz de la historia argentina, encabezado por Videla, Massera y compañía. Montoneros había dejado la puerta abierta. La duda es si alguna vez quiso cerrarla.

Redacción

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