Un posteo en Instagram muestra la foto de una mujer de pelo azabache con una remera de Racing y anticipa que allí se esconde una historia única, que vincula a esta aficionada de la fotografía con el mundo del fútbol profesional argentino, un territorio al que pocas mujeres podían acceder a mediados de los años 90. El responsable de compartir el material es La Futcon, un proyecto que reúne a amantes del deporte más popular del mundo, entre los que se encuentran el periodista Lucas Garófalo y el artista Martín Kazanietz, que describe a Daniela D’Adamo como «la Vivian Maier de Avellaneda» a raíz de una de las crónicas que forman parte de la primera revista que publicaron hace pocos meses. Cinco palabras con las que seduce e intriga.

En 1997, D’Adamo tenía un objetivo que debía cumplir a toda costa: fotografiar la inmensa bandera de 145 metros que la hinchada de Racing había confeccionado para que su hermano Luisito, que por entonces se encontraba en el hospital, pudiera ver. Así comienza el relato de Lucas, que se sumerge en un día clave para la Academia.
La bandera más grande
«Es la noche del miércoles 23 de abril de 1997 en Avellaneda y, mientras la hinchada de Racing orgullosa despliega por primera vez la célebre bandera “más grande del mundo” en un partido de Copa Libertadores contra River, Daniela D’Adamo da vueltas y vueltas por el Estadio Presidente Perón –mejor conocido como “El Cilindro”– en busca del rincón que le permita sacar la foto perfecta de este momento histórico«.
El problema era que, al ser tan grande D’Adamo, no había un plano que mostrara la bandera en todo su esplendor, por lo que decidió arriesgarse y, junto a su amiga Romina Dueñas, subieron al mástil, una torre a la que nadie podía acceder. Con esta hazaña no solo cumplió su promesa, sino que logró capturar algo que incluso los hinchas más fanáticos no habían podido ver.

Esta anécdota sintetiza el espíritu impulsivo y valiente de D’Adamo, que sin darse cuenta inmortalizó una era del club del cual se enamoró de chica junto a sus hermanos. Sin embargo, fue más allá y encontró en esa pasión un verdadero talento.
Entre una cosa y otra, D’Adamo se ganó un lugar en un universo por entonces dominado por hombres, al que no era fácil acceder y mucho menos sin contactos, pero a ella la movía la astucia, la pasión y la posibilidad de ser inimputable por no parecerse a nadie, ya que se movía por instinto.
Así se convirtió en una reportera gráfica amateur con el poder de regalarle a la gente el universo que tanto amaban, incluso el detrás de escenas. ¿Dónde se esconde la magia en las fotografías de D’Adamo y por qué Martín Kazanietz la llama nuestra Monica Maier? Para aquellos que no lo saben, ella fue una fotógrafa estadounidense que trabajó como niñera la mayor parte de su vida y durante muchos años sacó fotos de la vida cotidiana y la gente a su alrededor —además de autorretratos— con una discreción absoluta.

Sus asombrosas fotografías podrían haber terminado en la basura de no haber sido por John Maloof, un coleccionista e historiador de Chicago, que descubrió su trabajo cuando compró una caja de negativos en una subasta y al revelarlas comprendió que estaba frente a algo sin precedentes.
Hasta entonces nadie, ni siquiera ella, había visto su obra y, si bien D’Adamo sí fue testigo de lo que captaba con su lente, las une el ímpetu por inmortalizar lo que las rodeaba y el hecho de ser «descubiertas por el mundo» después de su fallecimiento. Y si bien es difícil saber si Maier habría estado de acuerdo con esa exposición (que en su momento fue masiva), seguramente D’Adamo habría disfrutado un poco más de este reconocimiento.
D’Adamo nació en 1964 y era la más grande de seis hermanos. “Racing era su vida, o al menos su vida giraba casi todo el tiempo alrededor de Racing», sostiene Lucas. Por eso, cuando en sus veintes se interesó por sacar fotos, el foco de su interés fue el lugar donde más cómoda se sentía, el club de sus amores, donde la gente la conocía, por lo que se movía como pez en el agua, algo que usó a su favor para andar con soltura entre las tribunas y tras bambalinas, en los entrenamientos, las concentraciones e incluso los vestuarios.
“Si los jugadores recién salían de la ducha, ella gritaba desde afuera: “¡Ingreso femenino!”, para que se taparan al menos con una toalla. No tenía acreditación de prensa ni mucho menos, pero igual se las arreglaba para entrar a todas las canchas. Siempre sabía con quién había que hablar. Por otro lado, a fuerza de estar cada día al pie del cañón, los propios jugadores terminaban por acostumbrarse a su presencia. Era una más», cuenta la crónica a raíz de lo que comparten su hermano Víctor y su gran cómplice Romina.
Algunos datos a tener en cuenta. Si bien D’Adamo comenzó haciendo fotos con una cámara analógica sencilla, con el paso de los años invirtió en una semiprofesional e hizo cursos, incentivada por Carlos Bairo, que por entonces era fotógrafo de Clarín y hoy se desempeña como jefe de fotografía de Olé. Colaboraba con la revista Racing XXI a pesar de que ellos no la convocaban. Sin embargo, cuando recibían su material entendían que D’Adamo poseía un ojo único.
Por último, comercializaba su trabajo como un medio de vida y junto a Romi caminaban por la cancha hasta que alguien les pedía un retrato. También vendían fotos como la de la bandera, ese ángulo que nadie más había conseguido, con marco y todo, lista para ser colgada en el living de casa. En estas acciones se fusiona la visión de alguien que ejecuta un acto de amor y la seguridad de que el resultado tenía algo especial.

Custodiada por barras
Sin laboratorio ni taller, logró ingeniárselas en su auto, que se transformó en un espacio de trabajo (lo más parecido al cuarto propio que conseguiría). “Su miedo más grande era que le robaran la cámara, así que, por seguridad, estacionaba en el pasaje Corbatta, donde paraba la Guardia Imperial. Esa era su custodia. En el baúl llevaba también las hojas de contactos de sus negativos, que le servían para mostrarle a la gente el material sin tener que revelar los rollos completos. Por una cuestión presupuestaria, solo revelaba las fotos que podía ubicar. Esto significa que casi la totalidad de su archivo está compuesto de imágenes inéditas”, se narra en La Futcon.
El último detalle que demuestra la conciencia frente a su trabajo es que, antes de morir hace diez años, legó su archivo a Ariel y a Romina, sus guardianes.

Parte de ese gran acervo de 5000 negativos, años más tarde, le mostrarían al mundo imágenes inéditas de Maradona cuando fue entrenador de Racing en 1995, algo que expertos y fanáticos aseguran que no se consigue fácilmente.
D’Adamo había logrado vincularse al ídolo más grande de todos los tiempos. Desde hinchas en las tribunas hasta jugadores, comentaristas y otros entrenadores aparecen como si se tratara de sus amigos de toda la vida; las fotos no están impuestas, sino que todo fluye en una hermosa cotidianidad. La magia de D’Adamo fue darle otro semblante al imaginario del fútbol profesional.