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miércoles, septiembre 17, 2025

Por qué las manzanas de la Patagonia no llegan a los mercados externos

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Las estadísticas, frías y duras, terminan por mostrar la verdadera dimensión de la crisis estructural que atraviesa la fruticultura en el Valle de Río Negro y Neuquén. Las manzanas, emblema productivo de la región, enfrentan un panorama desolador: cerca de la mitad de lo que se cosecha termina en la industria de jugos concentrados, sidras y subproductos que pagan un valor muy inferior al del mercado en fresco. En otras palabras, el corazón de la economía regional está sosteniéndose con ingresos que no alcanzan para cubrir el costo de producir calidad.

Según datos oficiales del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA), en los primeros ocho meses de 2025 se comercializaron poco más de 412.400 toneladas de manzanas. El volumen, en términos de cantidad, fue bueno. Sin embargo, el dato que enciende todas las alarmas es que el 45% de esa fruta –unas 190.000 toneladas– se destinó a la industria, segmento que paga apenas una cuarta parte de lo que podría obtenerse en el mercado interno o en la exportación.

Lejos de ser una anomalía aislada, esta tendencia se ha convertido en regla. El 2025 se ubica como el segundo año de mayor proporción de fruta destinada a la industria en lo que va del siglo, solo superado por 2023, cuando ese porcentaje rozó el 50%. Y lo más preocupante: la brecha con países competidores es cada vez más amplia. En Chile, Sudáfrica, Italia o Nueva Zelanda, solo entre el 20% y el 30% de la manzana va a industria. En el Alto Valle, esa proporción se duplica.

Una ecuación inviable

La comparación con otros rubros productivos ayuda a comprender el desfasaje. Sería como si una industria maderera, pensada para fabricar tirantes de alta calidad, basara el 50% de su negocio en la venta de aserrín, un descarte de bajo valor. Ninguna ecuación de rentabilidad podría sostenerse a largo plazo con semejante desproporción.

En la fruticultura sucede lo mismo. La actividad nació y creció con una orientación exportadora. Sin embargo, en la actualidad se ha transformado en una productora masiva de manzanas para industria, perdiendo competitividad y capitalización. El problema ya no es solo económico, sino estructural: la región está produciendo fruta que no reúne las condiciones mínimas de calidad que exigen los mercados frescos, tanto locales como internacionales.

El costo de producción ronda los 30 centavos de dólar por kilogramo, sin importar si la fruta luego se vende como industrial o de alta calidad. Pero el retorno es diametralmente opuesto. En países competitivos, el 80% de la manzana se destina a mercados frescos, con valores muy superiores. En el Alto Valle, en cambio, la mitad se vende a precio de descarte. Así, la rentabilidad se esfuma, y con ella la sustentabilidad de toda la cadena productiva.

El mercado interno: un refugio debilitado

El segundo destino en importancia es el mercado interno, que absorbió unas 160.000 toneladas, el 39% del total comercializado. Este volumen implica un leve crecimiento interanual del 7% respecto de 2024. Pero más allá de la cifra, el mercado interno tampoco representa hoy un motor de rentabilidad.

Los precios en góndola no logran repuntar, golpeados por la caída generalizada del consumo y la pérdida del poder adquisitivo de los salarios. A esto se suma la competencia de frutas importadas que logran captar al segmento ABC1, el de mayor poder de compra, justamente donde la manzana patagónica de calidad podría obtener mejores márgenes.

El problema, además, es de composición: apenas el 20% de la manzana que llega al mercado interno puede considerarse de alta calidad. El restante 80% se reparte entre fruta de calidad media y baja, con precios que muchas veces apenas cubren los costos de producción o, directamente, generan rentabilidades negativas. En este contexto, los galpones de empaque y los frigoríficos sobreviven más como engranajes de subsistencia que como actores de una cadena competitiva.

Exportación: la gran ausente

El panorama se agrava al observar la evolución de la exportación. En los primeros ocho meses del año se colocaron en mercados internacionales unas 68.000 toneladas, apenas el 16% del total comercializado. Traducido: de cada 10 kilos de manzanas que se producen, solo 1,6 viajan al exterior.

El contraste con el diseño original de la fruticultura regional es evidente. La estructura productiva y comercial del norte de la Patagonia fue concebida, hace décadas, como un polo exportador de fruta fresca. Hoy, en cambio, la exportación se reduce a una mínima fracción de la producción, lo que pone en jaque el sentido mismo del modelo.

El error estratégico se hace aún más visible al comparar con países vecinos. Chile, Sudáfrica o Nueva Zelanda mantienen una estrategia comercial definida, orientada a garantizar presencia en mercados de alto valor. Así logran competitividad, inversión y desarrollo. El Alto Valle, en cambio, se ha quedado atrapado en un círculo de baja calidad, altos niveles de descarte y escasa capacidad de inserción internacional.

Un problema estructural

El núcleo de la crisis puede resumirse en una palabra: calidad. No se trata de alcanzar niveles de excelencia inalcanzables ni de competir solo en color o calibre. Se trata de cumplir con las condiciones mínimas que demandan los mercados frescos, algo que la producción local no está garantizando.

Las causas son múltiples: obsolescencia tecnológica, falta de inversión en manejo de monte, envejecimiento de las chacras, ausencia de políticas públicas de largo plazo, y un sistema de precios internos que desalienta la reinversión. El resultado es una región que produce mucho en volumen, pero poco en valor.

Mientras tanto, el costo de oportunidad se multiplica. Cada kilo que va a industria en lugar de venderse como fruta fresca de calidad representa dólares que no ingresan al sistema productivo. Y en un contexto de caída del consumo interno y pérdida de competitividad externa, esos dólares marcan la diferencia entre sostener una chacra o abandonarla.

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Muchos han sido los productores que debieron abandonar la actividad por falta de rentabilidad.

Muchos han sido los productores que debieron abandonar la actividad por falta de rentabilidad.

El desafío de la fruticultura patagónica es claro: revertir la proporción de fruta destinada a industria y recuperar calidad como eje productivo. No es una tarea sencilla ni de corto plazo, pero es imprescindible para evitar el colapso del sector.

Ello requiere de políticas públicas que acompañen, con financiamiento accesible y programas de reconversión productiva, a los pequeños y medianos productores que hoy se debaten entre seguir o abandonar. También exige un compromiso de la cadena privada, desde chacareros hasta exportadores, para recuperar estándares de manejo y apostar a la innovación.

De lo contrario, el Alto Valle corre el riesgo de consolidarse como un productor de manzana de descarte, condenado a sostenerse con precios bajos e ingresos marginales. Una caricatura de lo que alguna vez fue el motor exportador de la región.

Conclusión

La crisis de la manzana en el Valle de Río Negro y Neuquén no es coyuntural: es estructural. Las cifras muestran una realidad que ya no puede esconderse. Casi la mitad de lo que se cosecha termina en la industria, y lo que va al mercado interno o a la exportación lo hace en condiciones de calidad muy inferiores a las necesarias para generar competitividad.

El futuro dependerá de la capacidad de la región para revertir este esquema y volver a producir calidad, recuperando los mercados que alguna vez supieron colocar al Alto Valle en el mapa mundial de la fruticultura. Si no, la manzana, símbolo de identidad patagónica, corre el riesgo de quedar reducida a jugo concentrado barato, sin capacidad de sostener a la economía ni a la sociedad que depende de ella.

Fuente: Redacción +P.

Redacción

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