Investigadores buscan determinar la situación del territorio y sus afectaciones derivadas del fuego en Río Negro. Ya se encuentran trabajando para restituir parte de los bosques dañados por las llamas, que arrasaron con 3.800 hectáreas

Investigadores del Conicet, en pleno relevamiento del terreno arrasado por los incendios durante el verano del 2025. (Foto: gentileza Javier Grosfeld)
Los incendios que se desarrollaron en la Patagonia el verano pasado dejaron unas 3.800 hectáreas arrasadas por el fuego en la zona del Área Natural Protegida Río Azul-Lago Escondido, en Río Negro, que contempla a la localidad de Mallín Ahogado y a zonas aledañas a El Bolsón.
Seis meses después de que se apagaron los últimos focos, más de 20 especialistas del Conicet se encuentran trabajando en el territorio para estudiar la situación del suelo tras el paso de las llamas. En concreto, buscan saber si existen riesgos potenciales, como posibles deslizamientos, y planean la posibilidad de conformar un Sistema de Alerta Temprana (SAT) para posibles episodios futuros.
El estudio surgió a partir de un pedido de la Secretaría de Ambiente y Cambio Climático de Río Negro al Conicet para que investigadores analicen la situación del suelo luego de los incendios. Del informe final, se desprenderá si es conveniente o no habilitar el sector turístico del área protegida, que recibe a miles de turistas cada verano.
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Un análisis similar se dio luego de los incendios de 2015 en Chubut, que afectaron principalmente a la localidad de Cholila. En ese entonces, el gobierno de esa provincia encomendó a un grupo de investigadores del Conicet y el Inta, entre otros organismos, un plan de restauración. A diez años de su conformación, llevan más de mil hectáreas de bosques reforestadas. Esa experiencia, remarcó el doctor en biología Javier Grosfeld, que coordina el proyecto actual en Río Negro, es “la única experiencia exitosa” de esas características, hasta el momento, en la Patagonia.
“La idea es repetirla con las nuevas metodologías que hay. Pero la particularidad que existe en este caso (el de Río Negro) es que afectó a más de 220 casas, 150 chacras y la entrada del área protegida, que es el lugar con mayor visitación en El Bolsón por la gente que entra al camping”, explicó Grosfeld a TN.
Análisis de peligrosidad
Al margen de la posible restauración de la vegetación, la observación se centrará en la potencial peligrosidad geoambiental luego de los incendios. Las altas temperaturas de las llamas provocan cambios importantes en el suelo. En primer lugar, arrasan con la cobertura vegetal que funciona como reparo para el terreno frente a la erosión y que, además, contribuye a su fijación. A ello, se suma la pérdida de estructura del suelo, que en la montaña, como es el caso de Río Negro, pueden ser sedimentos sueltos, rocas u otros materiales naturales.
Esta situación tiene muchas implicancias, dijo a TN el doctor en Ciencias Geológicas Gustavo Villarrosa, que participa del estudio. Y destacó: “Cuando hay alteración de la estructura vegetal, empieza a haber más propensión a la erosión. La lluvia y la nieve mueven partículas de suelo y las transportan. Esto puede producirse de manera abrupta, sobre todo en lugares como este, donde hay precipitaciones muy concentradas en invierno, con estación seca en verano donde el suelo se reseca nuevamente y no se puede recuperar”.

Los incendios forestales en la Patagonia fueron una constante el verano pasado. (Foto: gentileza de AN Bariloche).
Algunas de las problemáticas de este cambio de estructura del suelo y posterior movimiento de partículas son la desestabilización de los cauces de los ríos, la turbidez del agua que llega a los domicilios y la erosión de pasarelas, puentes y senderos en el área protegida.
Pero Villarrosa, que es investigador principal del Instituto Andino Patagónico de Tecnologías Biológicas y Geoambientales (Ipatec) del Conicet, advirtió que esta erosión puede contribuir, también, a que parte de la ladera de la montaña se desestabilice: “Se pueden producir otros fenómenos, como movimientos en masa, deslizamientos o torrentes de detritos. Son movimientos rápidos de grandes sedimentos con agua, que pueden ser muy destructivos y peligrosos”.

Trabajos de relevamiento por parte del equipo del Conicet en la zona afectada por los incendios. (Foto: gentileza Javier Grosfeld)
Por eso, aprovechan la última parte de la estación húmeda patagónica para “registrar cuáles de todos estos fenómenos ocurre y con qué intensidad”. Esta será la primera etapa de los trabajos, que continuarán con un monitoreo los próximos meses: “Queremos entender qué procesos, en qué magnitud y en qué lugares se dan para determinar dónde podrían existir peligros naturales que pongan en riesgo la infraestructura o a las personas en caso de que se retomen las actividades normales”.
Un “mosaico” de respuestas tras el fuego
Además de los análisis en el suelo, se estudiará cómo reaccionaron los ecosistemas a los incendios para poder desarrollar planes de restauración. “Desde el momento en que terminó el incendio trabajamos sobre los posibles impactos en la vegetación”, explicó Grosfeld, que es parte del Centro Científico Tecnológico del Conicet Patagonia Norte.
El investigador indicó que los matorrales y los ñires tendrán una regeneración natural, pero que cipreses, coihues y lengas fueron las especies más afectadas. Y anticipó que la respuesta, por la biodiversidad que hay en esa zona de la Patagonia, será “muy heterogénea”: “El fuego pasó por distintas intensidades y distintos tipos de ecosistemas. Va a ser como un mosaico”.
“El bosque de lengas no rebrota sino que necesita semillas. Y si fueron muy afectados, vamos a tener que ayudarlos, igual que a los coihues y los cipreses”, agregó.

Semillas de lengas recolectadas por los investigadores. (Foto: gentileza Javier Grosfeld)
Por lo pronto, ya están desarrollando acciones para la restauración de ejemplares de lengas, como la recolección de semillas y el comienzo de su germinación. Grosfeld dijo que la especie, que es la más afectada de las tres mencionadas, es “una de las más amenazadas por el cambio climático y cuando pasa un incendio, rara vez se regenera”.
“Los bosques de lengas en el norte de la Patagonia se desarrollaron en otro clima. Son muy viejos, de entre 200 y 300 años, y sufren cualquier disturbio. La regeneración en las condiciones climáticas actuales son, al menos, críticas”, añadió.
Los pinos, una problemática de años
Otra cuestión que tienen en cuenta los científicos es la problemática que existe con los pinos en la zona, una especie invasora que contribuye a la rápida propagación de las llamas y que va ganando terreno tras los incendios debido a la activación de las semillas que quedan latentes en la tierra. Por eso, los incendios ayudan a que la especie no solo se haga más frecuente en el paisaje sino que, además, se consolide por sobre las nativas.
El intento por impulsar la industria forestal en la zona hace 50 años y un mal manejo posterior de los ejemplares hicieron que los pinos se multipliquen casi sin control. Pero ahora, el proyecto integral que diagrama el equipo de investigadores contempla, además de reforestación, la posibilidad de evitar amenazas a futuro. “En los lugares donde empezamos a ver plántulas de pino, trataremos de eliminarlas”, aseveró Grosfeld, aunque fue sincero y magnificó el trabajo que tienen por delante: “Una hectárea es una manzana y acá se incendiaron 3.800 hectáreas. Una proporción mínima en Mallín Ahogado tiene cientos de hectáreas con pinos, que tienen que ser tratadas y rehabilitadas de alguna manera”.
Monitoreo a futuro
Los estudios que se llevan adelante para determinar las condiciones del suelo también pueden contribuir a la conservación de la vegetación, explicó Villarrosa.

Los investigadores plantean un monitoreo continuo para elaborar un Sistema de Alerta Temprana. (Foto: gentileza Javier Grosfeld)
De todos modos, el plan principal es identificar “ítems de peligrosidad geoambiental” que permitan tomar decisiones sobre qué hacer con la zona turística el próximo verano.
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Tras ello, el equipo quiere proponer el monitoreo de variables geoambientales para tener información técnica y determinar umbrales que permitan elaborar Sistemas de Alertas Tempranas que queden vigentes y puedan usarse de aquí en más. “El plan de monitoreo va acompañado de estaciones meteorológicas, medidores de turbidez del agua y geófonos (dispositivos que detectan y miden las vibraciones del suelo) para registrar cuándo se producen los movimientos en masa”, detalló Villarrosa.
La participación ciudadana, en este punto, será fundamental. Los investigadores plantean una etapa posterior en la que la ciudadanía se involucre, tanto los pobladores como los operadores turísticos y los miembros del área protegida, para ser los “ojos en el campo” para los investigadores.