Entre finales de agosto y principios de septiembre, en época de vendimia, la Terra Alta huele a garnacha. Una variedad antes denostada y ahora base de los exquisitos caldos que se elaboran, en especial con la blanca. Pese a que la zona figura como una de las mayores productoras mundiales de garnacha blanca, la segunda DO catalana en extensión de viña plantada, y el municipio –Batea– con más cultivo de vid del país, la Terra Alta despertó tarde, se adormiló produciendo y vendiendo unos peleones vinos a granel que, dispuestos en barricas, se exhibían en destartaladas bodegas de Barcelona, no sin antes bautizarlos y no precisamente con agua bendita. “Blanco de Gandesa. Tinto de Falset”, se leía garabateado en tiza blanca.
A finales de los noventa, en una reunión en el Consell Comarcal, un alcalde conminó a Jordi Pujol a promocionar los vinos de la comarca porque, en su opinión, eran difíciles de encontrar en los restaurantes. El presidente, siempre dispuesto a desbaratar a su contrincante, le espetó: “La próxima vez que vaya a Barcelona coma en un restaurante y no en una taberna”. Pero al edil no le faltaba razón. Por entonces, las botellas de Terra Alta huían de las cartas de los sumilleres. Los productores preferían el dinero constante del granel o de las garrafas de 5 litros.
El ánimo emprendedor en la Terra Alta
se ha limitado a la comercialización del vino
Apenas una década después, una nueva generación de preparados jóvenes, con más ilusión que recursos y envalentonados por el repunte de la vecina comarca del Priorat, ignoraron las letanías de sus ancestros y se convencieron de las bondades de una tierra y de una variedad azotadas por el cierzo. Estudiaron, compraron plantaciones, se empeñaron, construyeron bodegas arquitectónicamente notables y emprendieron a solas un negocio que, consultando las estadísticas, va ganando impulso cada año. Y los vinos cosechan premios por doquier. Entre ellos Edetària, Herència Altes, Arrelats, Balart, La Fou, Clua o Bielsa Ruano, además de las cooperativas de Bot o Gandesa.

La zona figura como una de las mayores productoras mundiales de garnacha blanca
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Sin embargo, ese ánimo emprendedor se ha limitado a la comercialización del vino que, sumado a diversos males endémicos –entre ellos las rencillas y rivalidades pueblerinas– frenan el desarrollo de un potencial negocio como el del enoturismo que el cercano Priorat ha sabido explotar incluso con dos denominaciones de origen distintas en su territorio. En la Terra Alta, con una sola, andan a la greña. Ejemplos no escasean.
En algunos restaurantes, la carta sólo incluye caldos de esa localidad. En la comarca es habitual preguntar de dónde proviene un vino, antes que su composición, no sea que al dueño de la bodega o al pueblo le tengan tirria u ojeriza. Y en la tierra de la garnacha, sólo existe una enoteca, abierta este verano por dos emprendedores foráneos pero afincados en Gandesa. A la Terra Alta atractivos no le faltan, pero quizá debería canalizar mejor la arrogancia de algunos.