Seguir citando cifras escandalosas acerca de los pésimos resultados que obtienen nuestros estudiantes en Matemática de todos los niveles educativos en los distintos operativos de evaluación -locales, nacionales, regionales o internacionales- y que son aún mucho peores que los de sus pares en Lengua, no agrega nada a la discusión pública y menos a la política -cuyos actores principales asisten indiferentes a sus consecuencias.
Es hora de dejar de parlotear sobre las diferencias significativas que alcanzan los chicos de los sectores más favorecidos en contraposición a los más vulnerables. Tampoco, acerca de las desigualdades en los resultados de Matemática de los alumnos de escuelas de gestión privada en contraste con los de sus compañeros asistentes a escuelas públicas. Por otra parte, en estos análisis se comparan logros magros con exiguos.
Pues bien, es necesario que quienes tienen a su cargo la responsabilidad de gestionar los sistemas educativos jurisdiccionales y su coordinación nacional comiencen por diseñar una política unificada de alfabetización matemática inicial, que abarque el nivel inicial y tenga su continuidad sostenida en los tres primeros grados de la escuela primaria.
Debemos garantizar que todos los niños al finalizar tercer grado sean capaces de usar nuestro sistema de numeración para cuantificar u ordenar; resuelvan problemas que involucran las cuatro operaciones básicas; calculen correctamente de forma mental y a través de los algoritmos socialmente reconocidos; utilicen adecuadamente las unidades de medidas más usuales y sus equivalencias, e inicien el desarrollo del pensamiento geométrico a través del conocimiento de las figuras y cuerpos y algunas de sus propiedades.
De lo contrario, no lograremos formar estudiantes en condiciones de apropiarse de nuevos conceptos y de enfrentar problemas mucho más complejos que les propondrá, tanto la propia escuela como el entorno social en el que viven.
A esta altura del desarrollo curricular el problema no es qué enseñar. Por el contrario, los diseños contienen una superabundancia de contenidos casi imposible de que cualquier docente pueda abordarlos en sus clases. Lo que es imprescindible es que volvamos a poner en el centro de la escena a la enseñanza, pero una enseñanza fuertemente estructurada, sistemática y explícita.
Planteo que sea estructurada para garantizar una secuencia didáctica común adecuada para todos con una organización claramente definida; sistemática de modo que se ajuste de forma metódica, ordenada, regular, consecuente y táctica, y explícita porque debe expresarse de manera clara, directa y sin ambigüedades, siendo fácil de entender para quien recibe la información.
Plantear una propuesta de carácter explícita, sistemática y secuenciada no tendrá lugar sin una capacitación diseñada, adaptada y ejecutada para los maestros del sistema y los estudiantes de los profesorados.
Debemos superar la dialéctica entre permanencia de los estudiantes en el sistema educativo versus una formación íntegra en tiempo y forma, pues el derecho a la educación de cada ciudadano no se garantiza de forma plena sólo con su asistencia, se debe traducir en aprendizajes significativos que le den acceso en el futuro a un trabajo digno o una educación superior.
Para lograr estas transformaciones, la inversión educativa bien asignada en función de metas evaluables es una condición necesaria. Las restricciones presupuestarias actuales son un obstáculo que impiden su posible ejecución y por ende nos despojan de un posible cambio del escenario vigente.
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