Durante décadas, el río Colorado no solo fue una frontera natural que divide la geografía argentina: también funcionó como una muralla sanitaria. La disposición que prohibía el ingreso de carne con hueso a la Patagonia perseguía un fin claro: proteger al sur del país de enfermedades animales, como la fiebre aftosa, que en el norte tenían mayor presencia. Esa muralla sanitaria configuró un mercado diferenciado, donde la oferta era más acotada y, como consecuencia, los precios resultaban más altos que en el centro y norte del país.
Sin embargo, en los últimos años el esquema comenzó a resquebrajarse. El debate sobre si era justo que el consumidor patagónico pagara más caro por un asado se reactivó cuando el Gobierno autorizó la entrada de cortes con hueso provenientes de provincias del norte. El argumento era sencillo, casi lineal: más competencia y mayor disponibilidad de carne deberían traducirse en precios más bajos.
La pregunta que se abre hoy, con datos en mano y testimonios frescos, es inevitable: ¿Esa promesa se cumplió? Al recorrer las carnicerías del Alto Valle o los supermercados de Comodoro Rivadavia, el panorama es más complejo de lo que anticipaban los defensores de la apertura. En algunos puntos de venta se registraron bajas puntuales en cortes populares —en particular el asado— que permitieron que algunas familias respiraran frente a un producto históricamente caro en la región.
Sin embargo, la rebaja no fue generalizada ni sostenida. Otros cortes, como el lomo, el vacío o la nalga, continúan mostrando diferencias notorias respecto a los precios que se pagan en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) o incluso en provincias vecinas como La Pampa. Los datos oficiales y relevamientos de asociaciones de consumidores coinciden: si bien hubo un descenso relativo en ciertos cortes, la brecha de precios entre la Patagonia y el centro del país no se cerró.
La lupa del economista: ¿Qué explica esta brecha?
Para profundizar en el tema, consultamos al economista y especialista en economías productivas regionales, Osvaldo Preiss, quien analizó con crudeza las luces y sombras de esta flexibilización.
-La primera pregunta fue directa: ¿sirvió la flexibilización de la barrera para mejorar los precios de la carne al consumidor? Preiss fue tajante: “La gente tiene la obsesión de comparar el precio del asado aquí con el de Buenos Aires. Si uno recorre carnicerías del Valle, no encuentra grandes variaciones. Hubo una baja en el precio relativo de la carne respecto de otros alimentos, pero eso no tiene que ver con la barrera. El Gobierno esperaba que la medida mejorara el bienestar del consumidor, pero no se tradujo en un aumento del poder de compra en términos de kilos”. La conclusión es clara: aunque el ingreso de carne con hueso se pensó como un alivio, en la práctica el impacto no alcanzó las dimensiones esperadas.
-El precio oculto de la logística, es otro de los tema que se mantienen en debate. La segunda consulta apuntó a otro punto central: ¿por qué no bajan el resto de los cortes en las góndolas? Aquí, el economista explicó que la lógica del mercado no puede analizarse solo en términos de barreras sanitarias: “El precio de la carne se forma a partir del kilo vivo. Si hoy se permite el ingreso de carne con hueso, los valores deberían equipararse. Pero el kilo vivo en la Patagonia es más alto, y a eso se suman los costos logísticos para trasladar la carne hacia el sur. Además, en la región los gastos de energía, alquileres y mano de obra son mayores. ¿Cómo bajás el precio en este contexto?”. Su reflexión desnuda una realidad incómoda: aun si se amplía la oferta de carne, la estructura de costos de la Patagonia opera como una mochila difícil de aligerar. Transportar un costillar desde Buenos Aires hasta Río Gallegos o Ushuaia implica sumar kilómetros, combustible, frío y tiempo, factores que terminan influyendo directamente en el precio final.
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Osvaldo Preiss aseguró que, en la práctica, el impacto de la flexibilización de la barrera sanitaria no alcanzó las dimensiones esperadas.
-El tercer interrogante fue quizás el más sensible: ¿Quiénes ganan y quiénes pierden con esta flexibilización? Preiss no dudó en señalar a los frigoríficos y las industrias extra-patagónicas como los grandes ganadores, al lograr mayor acceso a un mercado históricamente cerrado. La otra cara de la moneda son los productores y las industrias locales, que ven amenazada su participación en el mercado regional. “Si queremos tener una ganadería desarrollada en la Patagonia, debemos reconocer que aquí no se produce en las mismas condiciones que en la pampa húmeda. La apertura pone en riesgo a quienes intentan completar la cadena ganadera en la región. Los perdedores, sin dudas, son las industrias locales y en menor medida los productores”, enfatizó.
Este nuevo escenario revive viejas tensiones: ¿La Patagonia debe ser solo un mercado consumidor o también un polo productivo con capacidad de sostener su propia cadena de valor?
Un mercado con múltiples tensiones
La discusión sobre la barrera sanitaria pone en evidencia que el precio de la carne no es resultado de una sola variable. La oferta de cortes con hueso influye, sí, pero convive con factores estructurales como el costo del transporte, la distancia a los centros de consumo, la presión impositiva y el propio diferencial de salarios y servicios en la Patagonia.
La consecuencia es que, aunque se logren rebajas puntuales, la promesa de una equiparación plena de precios entre el sur y el centro del país luce hoy lejana.
Para el consumidor común, el debate sanitario y productivo es secundario. Lo que importa, al final, es cuánto debe pagar en la carnicería del barrio. Y en esa cuenta, la flexibilización ha generado una sensación ambivalente: alivio en el precio del asado, frustración en los cortes que siguen siendo inaccesibles. La percepción social también juega un papel importante: la comparación con lo que pagan familiares o amigos en otras provincias alimenta la idea de una injusticia estructural que aún no ha sido resuelta. Hay, además, un elemento que no puede quedar relegado: la dimensión sanitaria. La barrera del río Colorado no fue un capricho, sino una política de protección para garantizar el estatus sanitario de la Patagonia, reconocido internacionalmente.
La flexibilización introduce otro interrogante de fondo: ¿Se puede sostener el equilibrio entre el cuidado sanitario, la defensa de la producción local y la búsqueda de precios más accesibles? Este dilema no tiene respuestas simples. El riesgo es que, en nombre de una rebaja que apenas se percibe, se debilite una política que le permitió a la región diferenciarse y abrir mercados externos para su producción.
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El asado, generador de todo este conflicto entre los consumidores y la industria de la carne.
El futuro del debate: ¿espejismo o punto de inflexión?
La apertura de la barrera sanitaria no resolvió la histórica brecha de precios que enfrenta el consumidor patagónico. Tampoco destruyó el mercado local de un día para otro. El escenario que se configura es más bien híbrido: algunos cortes más accesibles conviven con una estructura de costos que mantiene altos los valores generales.
Lo que está en juego ahora es definir un rumbo:
-Si la medida busca abaratar precios, debería complementarse con políticas que reduzcan los costos logísticos y comerciales en la región.
-Si el objetivo es sostener la producción local, se necesitarán incentivos concretos para que los ganaderos patagónicos compitan en condiciones más equitativas.
-Si lo central es preservar la sanidad animal, habrá que evaluar con rigurosidad el riesgo que implica la entrada de carne con hueso desde zonas que no siempre garantizan el mismo estatus sanitario.
En definitiva, la flexibilización es, por ahora, un experimento de resultados ambiguos. Trajo cierto alivio en el precio del asado, pero no modificó sustancialmente el mapa de la carne en la Patagonia. El consumidor sigue pagando más que en el centro del país, la producción local observa con preocupación la competencia externa y la discusión sanitaria permanece latente.
Quizás el desafío esté en reconocer que no se trata de un problema con una única respuesta. Entre el costo logístico, la protección sanitaria, la producción regional y el bolsillo de los consumidores se teje una trama compleja, donde cada decisión implica beneficios y costos.
La pregunta que queda flotando es si la flexibilización será recordada como un espejismo que apenas movió la aguja de los precios, o como el punto de inflexión hacia un mercado más equilibrado y justo. La respuesta, todavía, está por escribirse.
Fuente: Redacción +P.