El fenómeno de los chiringuitos aparecía envuelto en una carga enorme de evidente sentimentalismo.
El precedente inmediato habían sido los quioscos y los puestos de bebidas al aire libre. Los pescadores improvisaban allí unas comidas con el sobrante de lo que habían recogido sus redes.
Unas instalaciones tan precarias fueron apreciadas por su excentricidad y cercanía al mar
No deben ser confundidos con las pudas , espacios parecidos, pero anteriores, encajados al pie y en el interior de la muralla de mar.
El primero que escogió a mediados de los años 20 tal denominación fue el Bar Chiringuito, pero estaba enclavado en el Portal de la Pau.

El derribo de los chiringuitos desencadenó protestas de perfil sentimental
XAVIER GONZÁLEZ / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA
Los chiringuitos como conjunto alcanzaron una popularidad excepcional al concentrarse entre el final del paseo Marítim y los baños de Sant Miquel. El fenómeno principió en la inmediata posguerra y no tardó en multiplicarse.
Algunos de los primeros fueron Miramar, Salmonete, Sol y Sombra, Malvarrosa, Paulino; Las Dos Hermanas se convirtió en M erendero de la Mari. Consistía en una ampliación del establecimiento en el costado posterior, que era el más atractivo y el único posible. Se resumía en tender un simple entarimado en el terreno que ya era playa. En cuanto fue perceptible que el negocio obtenía unos resultados impensables, llegaron a plantar las mesas y las sillas en la mismísima arena; y plantar es la descripción exacta: hincar las patas.
Es cierto que la propuesta ofrecía una singularidad de lo más novedosa en aquellos tiempos, inesperada en la gran y densa ciudad. El silencio, el aire libre, el sol y, sobre todo, el paisaje marítimo eran sus atractivos, nada que ver con las aguas del puerto. Unos barceloneses que permanecían separados del mar a raíz del tendido ferroviario a Mataró y la privatización de las playas céntricas reconocieron aquellas bondades y se lanzaron a disfrutarlas.
Por si faltara algún aliciente, un buen día apareció el perfil llamativo de Bernardo y su guitarra; simpático, discreto, educado.
A finales de octubre de los años 80 propuse a Chillida aquel marco para almorzar. El escultor donostiarra con un punto de sana envidia me confesó: “No sabéis lo que tenéis”.
La ley de Costas de 1988 sentenció el destino de los chiringuitos, que también habrían sido eliminados bajo la urbanización olímpica.