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sábado, septiembre 20, 2025

Guatemala | Celebremos la Fiesta Nacional y luchemos por la segunda independencia – Por Raúl Molina Mejía

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Celebremos la Fiesta Nacional y luchemos por la segunda independencia

Por Raúl Molina Mejía

Existe debate en Guatemala, no solo en la intelectualidad y las fuerzas políticas, sino que también en el movimiento social y los pueblos indígenas, sobre la conmemoración del 15 de septiembre como Fiesta Nacional. Ese debate no puede entenderse sin un contexto histórico de la formación del Estado guatemalteco y de su evolución a lo largo de doscientos cuatro años. Es hoy un momento de reflexión crítica de nuestro pasado, para definir el rumbo de nuestras luchas.

El punto de partida es la invasión europea al continente de Abya Yala, que fue iniciada por Cristóbal Colón, falsamente denominado el «descubridor de América», a partir del 12 de octubre de 1492. Fue una invasión de conquista y dominación, que llevó a la formación de colonias de la Corona española. Guatemala fue invadida y parcialmente dominada por Pedro de Alvarado a partir de 1524. Autonomía política y social, así como tierras y recursos, fueron enajenados por los autonombrados «conquistadores», para beneficio de la Corona y personal. El poder se distribuyó y compartió entre los nacidos y enviados desde España ─peninsulares─ y los hijos de españoles nacidos en el nuevo continente ─los criollos─.

Los procesos de independencia en Latinoamérica y el Caribe fueron generados y llevados a cabo, principalmente, por los criollos. La Independencia de la Capitanía General de Guatemala, hoy Centroamérica, fue obra de dicha clase, aunque sectores del pueblo la hubiesen apoyado. Se estableció «la patria del criollo», como conceptualizó Severo Martínez, aunque después la clase dominante se reforzó con más inmigrantes europeos y ocasionales mestizos.

Al investigarse qué cambió para los pueblos indígenas de Guatemala la declaración de la Independencia, en 1821, se concluye que, prácticamente, nada. No tuvo mayor significado ni cambió su situación socioeconómica. Muy pronto, la soberanía nacional fue entregada a EE. UU. y sus grandes empresas, pasando a una nueva dependencia. El país sufrió férreas dictaduras, bajo las cuales fue sometido aún más al imperio estadounidense, tanto política como económicamente.

La dictadura de Ubico duró catorce años; pero al final, se generaron condiciones para la búsqueda de un cambio democrático, el cual se logró con la Revolución del 20 de Octubre de 1944. Siguieron diez años de «Primavera Democrática», cuando se respiraron los aires de libertad, independencia y soberanía. Esta democracia fue violentamente cortada por la intervención de Estados Unidos en 1954. Desde entonces, se han tenido regímenes con disfraz democrático; pero nunca democracia verdadera. Más bien, se han sufrido dictaduras militares y gobiernos militarizados y, luego de la firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera, gobiernos de derecha, entregados al imperio y progresivamente más corruptos. El Gobierno actual es el primero honesto en siete decenios; pero con muchas limitaciones, que no le permiten el ejercicio democrático.

Por ello, muchos sectores sociales afirman hoy que en el 15 de septiembre no hay nada qué celebrar. La «patria del criollo» ha pasado a ser la «patria de la alianza oligarquía-imperio-mafias», sin la participación de la población. No por ello se deja de conmemorar con emoción la Fiesta Nacional. La población, en general, necesita identificarse con su país, por muy malas que sean las condiciones socioeconómicas y políticas, y la Fiesta Nacional constituye un elemento esencial de unidad e identidad. Entendemos que la Independencia fue de los criollos y para beneficio de ellos; pero la población acogió con beneplácito la liberación de las amarras de la corona española.

No se construyó, sin embargo, el país que respondiera plenamente a nuestro deseo de gozar de igualdad, libertad y fraternidad. En términos de igualdad poco se ha avanzado, porque el racismo, la cultura machista, el clasismo y las discriminaciones de todo tipo han generado grandes diferencias sociales y políticas. Hay gran deuda con la libertad, porque la única garantizada a sangre y fuego es la «libertad del mercado», que permite a la clase dominante disfrutar de los beneficios del país a costa de la pobreza de las grandes mayorías. Tampoco tenemos libertad plena como país, porque el imperio, hoy más que en cualquier otro momento, determina con prepotencia lo que nuestros gobernantes puedan hacer. Vivimos una dependencia atroz de EE. UU. y ni siquiera intentamos desarrollar un país con mayor autonomía, menos imposiciones y más abierto a otras regiones y países.

La fraternidad, que nos permitiría vivir en un mundo sin guerras y con cooperación amplia para lograr el desarrollo, no se ha aplicado. La clase dominante y buena parte de las capas medias se reservan los beneficios, sin importarles las dificultades para la gran mayoría. Ha tenido chispazos en el mundo, primero con las comunas de París y luego con las revoluciones que promovieron el socialismo. Aunque pareciera que el socialismo no es previsible en el presente, no se le puede excluir como solución, teniendo en cuenta los limitados recursos existentes y las luchas sociales y políticas.

Para abogar por el socialismo, debo dar fórmulas para lograrlo; pero, sin ellas, no puedo menos que exigir impecable soberanía. Me sumo a dos grandes líderes latinoamericanos ─Fidel Castro, con su marcha al socialismo por la vía armada, y Salvador Allende, con su marcha al socialismo por la vía democrática─ para plantear a nuestros pueblos la lucha por la segunda independencia.

Gazeta


Redacción

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