VIVE Global: Descubre el Mundo en Directo

15.7 C
La Plata
sábado, septiembre 20, 2025

Diario HOY | Depresión posparto: en qué consiste, por qué sucede y cómo ayudar

Más Noticias

Por Gonzalo Cáceres – periodista

Déspota para unos, férreo líder para otros; el Supremo Dictador marcó el rumbo del país en sus primeros y decisivos años de vida independiente, convirtiéndose en el hacedor de un Estado que derrumbó las rígidas estructuras coloniales y consolidó la identidad nacional incipiente.

La memoria del Supremo ha sido objeto de candentes disputas, dejando tras de sí una serie de episodios que despiertan tanto la curiosidad de los investigadores como la imaginación popular.

Analizar esta historia es adentrarse no solo en el legado de un hombre, sino en el recuerdo de un país que aún se contradice al evocar a su primer gran gobernante.

EL FINAL

El Supremo ya era un anciano. Tenía 74 años y llevaba más de 25 ejerciendo el poder absoluto. Hacia agosto de 1840 su salud ya se había deteriorado al punto de necesitar vigilia permanente. Seguía dando órdenes, pero su estado era crítico.

Francia pasó sus últimos días en su casa del centro de Asunción, arropado solo por sus más estrechos servidores: su supuesta hija Ubalda García; su criada, María Roque Cañete, y su secretario, Policarpo Patiño. No aceptó médicos extranjeros ni el cortejo de los poderosos alrededor de su lecho; permaneció fiel a su filosofía de gobernar hasta el último aliento.

“En su cama no en postura natural, sino atravesado en ella con la cabeza colgada hacia el suelo” era encontrado el cadáver “la media siesta” del domingo 20 de septiembre de 1840, conforme describió el propio Mariano Antonio Molas.

Al contrario de su austera existencia, el prócer fue sepultado “cristianamente y con gran pompa eclesiástica” el 22 de septiembre en la Iglesia de la Encarnación “bajo un túmulo que no fue modesto, frente al altar mayor (al lado derecho, según Blas Garay y Juan E. O’Leary), identificado con una columna de granito y bajo una lápida que perennizaba sus méritos en inscripción conocida”.

“Por Mandato

de la

Excma. Suprema Junta Gubernativa

Hoy 20 de septiembre de 1840

Aquí yace el Dictador

para Memoria y Constancia

de la Patria Vigilante Defensor

Doctor Don José Gaspar Rodríguez de Francia”.

Del depósito se encargó el cura José Casimiro Ramírez.

AGITACIÓN Y PRIMER TRASLADO

Los rivales políticos de Francia no perdieron el tiempo y atacaron su vida y obra. El historiador Julio César Chaves Casabianca escribió que para mediados de 1841 circulaban “panfletos y pasquines, prosas y versos” que movilizaron “entusiasmadamente” a quienes creían que Francia “no era digno de descansar en una iglesia”.

“Anunciaron públicamente que iban a apoderarse de sus restos y arrojarlos a un muladar (lugar donde antiguamente era depositada la basura de las casas). Es conveniente recordar que poco tiempo después de su muerte apareció una mañana, en la puerta del templo, un cartel que se decía enviado por él, desde el infierno, suplicando se lo removiese de aquel lugar santo para alivio de sus pecados”.

A entender, varias de las familias “sañudamente perseguidas por el doctor Francia, entre estas (los) Machaín, no ocultaba su proyecto de tomar venganza con sus restos”, lo que también obligó a los francistas a generar “demostraciones populares llegando en manifestación hasta el sepulcro de su adalid (caudillo)”.

El ambiente se puso muy caliente, tanto que parecía escalar hacia una guerra civil, por lo que el gobierno de los cónsules Mariano Roque Alonso y Carlos Antonio López salió al paso.

Siempre en la versión de Chaves, al cumplirse el primer aniversario de la muerte del Supremo, se gestó un bando que vio la luz recién el 31 de diciembre de 1841. “Ordenamos que en adelante nadie se ocupe de censuras ni aplausos del Dictador citado, en inteligencia de que los contraventores serán tratados como perturbadores del buen orden y agentes de división”.

Fue en este lapso (septiembre-diciembre de 1841) en que los cónsules resolvieron “hacer desaparecer el mausoleo que guardaba los restos del Dictador” con “un doble y claro objetivo: impedir el robo sacrílego por parte de los enemigos” e “impedir las tumultuosas manifestaciones de sus adictos”.

Esta situación fue atestiguada por Manuel Pedro de Peña en una carta del 29 de abril de 1858, dirigida a Carlos Antonio López, donde menciona que “no debía permanecer su cadáver (de Francia) en el templo” ya que “el pueblo comenzaba a juzgar al Dictador” y “más adelante” no se podría “contender el torrente de indignación”.

“Mandásteis a deshacer a puertas cerradas el mausoleo y enterrar el cadáver no sé dónde”, sugiere Peña.

VERSIONES

Alfred Demersay, que visitó el Paraguay en 1845, coincide en su libro Le Docteur Francia, Dictateur Du Paraguay (1856): “Poco tiempo después del primer aniversario de ese día de duelo, el mausoleo desapareció y se difundió la versión de que los restos de tan famoso doctor habían sido transportados al cementerio de la iglesia”.

El estadounidense Thomas Jefferson Page, comandante del buque ‘Water Witch’, escribió al respecto en 1853: “(La Encarnación) contuvo un tiempo todo lo que fue mortal del doctor Francia. Una serena mañana el templo fue abierto para la plegaria y el monumento había sido desparramado en fragmentos y los huesos del tirano habían desaparecido para siempre: nadie supo cómo, nadie preguntó dónde. Solamente se susurró que el diablo había reclamado lo suyo: cuerpo y alma”.

Mausoleo, túmulo o panteón (columna de granito, según Demersay), claramente fue destruido por acción tácita de Mariano Roque Alonso y Carlos Antonio López y los restos reubicados en locación desconocida, aunque dentro de los límites del campo santo, conforme se verá en las siguientes líneas.

LAS CARTAS DE LOIZAGA

Carlos Loizaga, sargento de la Legión Paraguaya, formó parte del Triunvirato de 1869 (negoció con el Barón de Cotegipe el tratado de paz con el Imperio del Brasil). Sin que nadie le imputara autoría alguna, aseguró en una carta dirigida al doctor Estanislao Zeballos que fue él junto con el presbítero Gerónimo Becchi (o Vecchi) cura de La Encarnación, quien exhumó “los restos del Tirano”.

Primero, Loizaga circula con versiones anteriores al contar que, tras la destrucción de la primera tumba, el cura Juan Gregorio Urbieta (más tarde Obispo del Paraguay) rescató los restos y los volvió a sepultar “al lado de la contra sacristía” (Francisco Wisner de Morgenstern da cuenta de una historia donde “una familia” en acuerdo con “un sacerdote ocultaron los huesos “en otro lugar”).

“Yo hice con el padre Vecchi la exhumación de los restos del Tirano y los tuve mucho tiempo en un cajón de fideos en mi casa. Estas reliquias estaban al lado del Altar Mayor de aquella iglesia en un sarcófago y el cura Juan Urbieta los sacó una noche en tiempo de Don Carlos A. López y los sepultó al lado de la contra sacristía. El resto del esqueleto fue llevado por mí a un cementerio abierto”, conforme relata Loizaga en una posterior respuesta del 17 de abril de 1888.

En honor a la verdad, el historiador Marco Antonio Laconich consideró que esta supuesta contestación de Loizaga “carece de todo valor probatorio” aunque el documento ostente sello y firma del Consulado General de la República Argentina en Asunción. “La certificación y legalización de su firma no puede certificar la verdad del contenido de dicho documento”, insistió Laconich.

“CAJONCITO DE FIDEOS”

Si fuera el caso, al triunviro Loizaga le sobraban motivos para perturbar el descanso del Supremo. Su familia había sido perseguida y varios de sus parientes encarcelados y/o pasados por las armas. Así, treinta años después, en una noche oscura y pasada por agua y “sin contar con la ayuda de los poderes civiles o eclesiásticos”, Loizaga decidió “limpiar la iglesia de algo que, para él, constituía un sacrilegio permanente”, conforme cita Chaves de los escritos del doctor Zeballos.

El testigo no convidado para la ocasión fue el doctor Juan Silvano Godoy, entonces secretario del Superior Tribunal de Justicia. Al estar al tanto de los planes, Godoy aguardó la llegada de Loizaga “cerca de la puerta del templo de La Encarnación” y, al verle, manifestó “su deseo (de participar)”.

“Era realizar una obra piadosa y (Loizaga) resolvió ejecutarla. Convencido de no cometer ningún acto reprochable, (Loizaga) accedió sin dificultad y (Godoy) se agregó a él y a los peones destinados a realizar el trabajo. Cerrada la puerta de acceso al sagrado recinto, encendieron las velas de los faroles y avanzaron hacia el sitio de la tumba.

“Loizaga retiró una bóveda craneana, mientras que Godoy siguió buscando hasta que encontró otra” (Guillemo Cabanellas, ‘El Dictador del Paraguay Doctor Francia’).

“Levantada la lápida y removida la tierra por los azadones, comenzaron a aparecer restos humanos. Se supo que los del doctor Francia debían ser de más arriba. En consecuencia, el señor Loizaga hizo recoger los primeros que aparecieron y colocarlos dentro de un cajoncito de fideos, llevado a expresamente (para) el efecto”, señala Chaves.

Sin embargo, la cuestión se empantana porque “entre la tierra y los cascotes removidos salieron más huesos, viéndose un fragmento de cráneo, que el señor Godoy se bajó a recoger y retiró antes de ser vuelto a echar (tierra) en la fosa”.

La certeza sería, en cualquier caso, que profanaron también la segunda tumba y, tanto Godoy como Loizaga, se retiraron esa noche convencidos de que llevaban el esqueleto y partes del cráneo del Supremo Dictador. No queda claro de qué fuente se habría conseguido tal información (podría deducirse que Urbieta reveló la locación antes de su muerte en 1865).

LOS HUESOS

Del pedazo de cráneo que Godoy tomó se sabe que fue depositado “en el museo de Asunción que lleva su nombre” donde “nunca fue revisado por una persona competente”.

Más interesante fue lo acaecido con las partes en poder de Loizaga. Chaves explica que el triunviro “hizo llevar el cajoncito de fideos al altillo de su casa a la espera del destino que se resolviera para su contenido”. Unos dicen que, obligado por la insistencia de su esposa, Carlos Loizaga decidió descartar el esqueleto en el río Paraguay y se quedó con las partes del supuesto cráneo.

Hacia 1876 los restos fueron obsequiados por el propio Loizaga a Honorio Leguizamón, cirujano de la cañonera argentina Paraná, quien le socorrió en tiempo de enfermedad.

Leguizamón era un coleccionista y entusiasta de la historia paraguaya. Logró ver los famosos restos ya antes de su término de misión. “Grande fue mi desencanto cuando, dentro de esa caja de fideos, me fueron presentados los huesos fragmentados: tan solo el sacro y el calcáneo estaban íntegros. De los vestidos, únicamente íntegra la suela del zapato de un pie pequeño (era sabido que Francia tenía los ‘pies y manos finos’)”.

MUSEO ARGENTINO

Culminada la ocupación de Asunción, tras la Guerra contra la Triple Alianza, el doctor Honorio Leguizamón volvió a la Argentina con los supuestos restos de Francia. Leguizamón, a su vez, donó “esa parte sana del cráneo” al doctor Estanislao Zeballos, quien a su vez lo mandó al Museo Histórico Nacional de Buenos Aires.

El supuesto cráneo fue expuesto durante un tiempo, pero para el año 1962 ya había reportes “de compatriotas que contaron que ha dejado de exhibirse al público”, descansando “en un sótano entre otros objetos sin importancia”.

Pedro Peña, sobrino de Don Carlos Antonio López y presunto descendiente del Supremo Dictador, tuvo la oportunidad de examinar el cráneo obsequiado por Loizaga. En una carta al periódico La Prensa sostuvo que había “dudas razonables” de la autenticidad por “ciertos datos antropométricos muy dignos de fe que hablan en contra”.

Basados en retratos y descripciones y “algunas referencias de la familia”, se llegó a la conclusión de que “su antepasado (de Peña) era (Francia) un perfecto modelo de dolicocéfalo” y que el cráneo del Museo Histórico Nacional era “más bien braquicéfalo”. La forma de la cabeza del Dictador “era larga y no chata”.

A lo largo de ese mismo siglo, el doctor Félix Outes descartó completamente su autenticidad. “Después del examen técnico, no pertenecen al célebre Dictador paraguayo por las razones siguientes: I) La calota es de una mujer a lo más de cuarenta años; II) Entre la collota y la careta facial no existe vinculación alguna; III) El fragmento de cráneo facial pertenece a un individuo de sexo masculino de edad indeterminable, cierto, pero adulto, indudablemente; IV) la mandíbula es la de un niño del sexo masculino que, al morir, conservaba la totalidad de su dentadura de leche”.

Loizaga “creyó encontrar el sepulcro del Dictador y murió con esa creencia. Todo hace suponer que metió las manos en alguna fosa común y de allí extrajo, en la oscuridad de la noche, los restos humanos que tuvo guardados en su casa, por mucho tiempo, en un cajón de fideos”, sostuvo Laconich.

¿AL RÍO?

Francisco Wisner de Morgenstern escribió un libro sobre el doctor Francia y su gobierno, por pedido del Mariscal Francisco Solano López, recopilando datos de boca de los ancianos. Según Wisner, que le puso énfasis a este asunto, “de las averiguaciones hechas” para dar con los responsables de la destrucción del mausoleo no hubo resultados, pero “estos habían dejado un rastro que perdía en la orilla del río Paraguay, a donde se supone con bastante fundamento que fueron arrojados (los huesos) al agua, pues en dicha orilla se encontraron vestigios que así lo comprobaron”.

Otra historia recogida por Wisner es la que apuntan directamente hacia la “familia M (¿Machaín?)” como autores intelectuales del hecho. “Los restos fueron sacados por hombres pagados por la familia M… para ser hundidos en el río, en venganza por los fusilamientos de miembros de la misma familia, ordenadas por el Dictador después de descubierta la conspiración de (Fulgencio) Yegros”.

“¿Respondería la fragmentación del esqueleto al ensañamiento vengativo de alguna víctima?”, se cuestionó el historiador Chaves.

Versiones más y menos, pero todas y cada una tienen el mismo halo de misterio.

IRONÍA

El Doctor Francia fue declarado “Prócer Benemérito de la Nación” por decreto N°4841 del 14 de septiembre de 1936, conjuntamente con don Carlos Antonio López y el Mariscal Francisco Solano López.

Lo más seguro es que nunca sepamos donde reposan los huesos del primer constructor nacional; y tal vez así sea mejor, porque allí radica la mayor ironía: la imposibilidad de fijar un desenlace. Francia sigue siendo, aún en la muerte, el gran vigilante. Su final no fue sellado por una lápida, sino por la incógnita que persiste. Hasta que aparezca un vestigio irrefutable, la versión más honesta es la que admite su ignorancia.

Redacción

Fuente: Leer artículo original

Desde Vive multimedio digital de comunicación y webs de ciudades claves de Argentina y el mundo; difundimos y potenciamos autores y otros medios indistintos de comunicación. Asimismo generamos nuestras propias creaciones e investigaciones periodísticas para el servicio de los lectores.

Sugerimos leer la fuente y ampliar con el link de arriba para acceder al origen de la nota.

 

- Advertisement -spot_img

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Advertisement -spot_img

Te Puede Interesar...

Esmeralda Mitre visitó a Cristina Kirchner y destacó su “fortaleza fuera de lo común”

En las últimas horas se conoció un emotivo mensaje tras una visita a la ex presidenta y actual senadora...
- Advertisement -spot_img

Más artículos como éste...

- Advertisement -spot_img