EDITORIAL
Lo más importante es un futuro en el que las fronteras sean puntos de unión y no de separación.
Hoy hace 44 años, la Asamblea General de las Naciones Unidas admitió a Belice como país, tras la declaración de independencia. Hace 166 años se firmó el incumplido tratado Wyke-Aycinena, entre Guatemala e Inglaterra, mediante el cual se reconocía parte del actual territorio de Belice a cambio de la construcción de una carretera que nunca se cumplió; hace 242 años la Corona española permitió la entrada de ingleses para corte de palo de tinte en la costa del actual territorio de Belice, el cual se convirtió en colonia británica, cuya delimitación territorial sigue bajo litigio. De hecho, hace 20 años, Guatemala y Belice acordaron llevar el diferendo ante la Corte Internacional, un proceso que demoró varios años en concretarse, pero que actualmente se encuentra en espera de fallo.
Hace 10 días se reportaba un incidente de reclamos entre soldados guatemaltecos y beliceños en el río Sarstún, el cual marca un límite simbólico, mas no reconocido oficialmente por Guatemala. Tal hecho revivió aciagos recuerdos de guatemaltecos ultimados por efectivos de dicho país, al señalarlos de ingresar ilegalmente en su territorio, pese a que no hay una línea fronteriza, sino una zona de adyacencia con Petén.
El diferendo territorial entre Guatemala y Belice no es el único del continente, pero sí el que podría estar en la ocasión de ser resuelto por vía pacífica. En el caso de las rencillas entre fuerzas militares, entra en juego la misión de sendas instituciones, sentimientos nacionalistas y a la vez la necesidad de mantener abiertos los caminos diplomáticos.
Lamentablemente, hubo errores políticos, desidias y también disparidades entre la capacidad guatemalteca de reclamo que en algún punto se vio avasallada por la postura británica. Después, vino la independencia de Belice y, en efecto, Guatemala reconoció el derecho a la autodeterminación, pero ello no implicaba la aceptación de la arbitraria expansión territorial durante los siglos XVIII y XIX. En el siglo XX, el Reino Unido afirmó su dominio sobre dicho territorio. Es un proceso histórico muy complejo y que obviamente no se puede revertir, lo cual debe ser abordado con objetividad.
La postura de reconocer al Estado beliceño, pero reclamar la soberanía sobre parte del territorio reclamado, es legítima desde una óptica jurídica e histórica, y la Corte Internacional debería fallar conforme a esa lógica, aunque sin duda intervienen otros factores. En todo caso, la actitud guatemalteca ha sido mesurada. Pese a incidentes trágicos, no ha existido una escalada agresiva. Los sucesos recientes deben entenderse como una consecuencia de la ambigüedad fronteriza.
Debe quedar bien claro que Guatemala y Belice nunca han sido ni son, ni serán nunca, enemigos. Somos vecinos y, a pesar de las obvias diferencias culturales, lingüísticas y políticas, nos encontramos en una misma región de gran potencial, pero también con grandes necesidades de desarrollo sostenible. La resolución de este conflicto debería aspirar a lograr el mejor parámetro de toda negociación: que ninguna de las dos partes obtenga todo lo que pide, pero que ninguna de las dos se vaya sin nada. Sarstunes de tinta han corrido en este tema, pero lo más importante es un futuro en el que las fronteras sean puntos de unión y no de separación.