El caso de Suchir Balaji, un joven investigador que denunció públicamente a OpenAI y apareció muerto en su departamento en San Francisco, volvió a instalarse en la agenda esta semana. El disparador fue la entrevista que Tucker Carlson le hizo a Sam Altman, donde el periodista insistió con la idea de un asesinato encubierto. Las teorías alrededor de su muerte, las acusaciones cruzadas y la rivalidad entre gigantes tecnológicos vuelven a tensionar al ecosistema de Silicon Valley.
Suchir Balaji tenía 26 años y un futuro prometedor en el mundo de la inteligencia artificial. Tras haber trabajado como investigador en OpenAI, dejó la compañía en agosto de 2024 en medio de fuertes desacuerdos sobre el uso de material con copyright en el entrenamiento de ChatGPT. En octubre, apenas unos meses antes de su muerte, Balaji habló con el New York Times y criticó abiertamente la estrategia de la empresa. Aseguraba que el modelo de negocios basado en datos ajenos no era sostenible y que ponía en riesgo la economía digital.
Balaji no se quedó solo en declaraciones públicas. Días antes de morir había sido señalado como un testigo clave en la demanda que el propio New York Times entabló contra OpenAI y Microsoft por infracción de derechos de autor. En paralelo, publicó un ensayo en su web personal donde explicaba por qué creía que la compañía estaba violando la ley.

Su postura lo convirtió en una voz incómoda dentro del debate sobre la IA generativa. Mientras OpenAI defendía el uso de “fair use” y la necesidad de competir globalmente, Balaji representaba un frente crítico: advertía sobre los costos ocultos de alimentar los modelos con obras protegidas.
El 21 de noviembre de 2024 fue hallado muerto en su departamento de San Francisco con un disparo en la cabeza. Tenía en su cuerpo una elevada concentración de alcohol y rastros de GHB, un depresor que se usa en contextos recreativos pero que también puede inducir desorientación. La oficina del forense concluyó que se trató de un suicidio: había comprado el arma días antes y realizado búsquedas en internet sobre anatomía cerebral.
🚨This Exchange Between Tucker Carlson & Sam Altman Is INSANE!
This was so awkward and revealing, the OpenAI employee who turned whistleblower was 100% murdered. Sam Altman’s body language and illogical responses tell us everything we need to know. pic.twitter.com/jAON2EIKC7
— Jay Anderson (@TheProjectUnity) September 11, 2025
Sin embargo, la noticia no cerró para su familia. Sus padres rechazaron desde el principio la hipótesis oficial. Su madre, Poornima Ramarao, aseguró que había pruebas de que su había sido asesinado y emprendió una investigación paralela. Según contó, una segunda autopsia reveló un trayecto atípico del disparo y un golpe adicional en la cabeza. También se mencionó la presencia de sangre en varias habitaciones y cámaras de seguridad supuestamente manipuladas.
Estos elementos alimentaron una narrativa alternativa: que Balaji había sido silenciado por enfrentarse a OpenAI. La empresa lo niega de manera categórica, pero la duda persiste.
Tucker Carlson, Musk y la teoría del asesinato

El caso volvió a escalar esta semana gracias a Tucker Carlson. El exconductor de Fox News entrevistó a Sam Altman y lo interpeló directamente: “Su madre dice que fue asesinado por órdenes suyas”. El clima se tensó cuando Altman respondió que le parecía “loco” tener que defenderse de semejante insinuación. Carlson, lejos de retroceder, insistió en que no había señales de depresión, que el joven había vuelto de vacaciones, encargado comida y hablado con su familia poco antes de morir.
Carlson, que ya había entrevistado a la madre de Balaji meses atrás, se convirtió en uno de los principales amplificadores de la idea del asesinato. En su programa llegó a enumerar detalles que, según él, contradecían la hipótesis de suicidio: la falta de una nota, sangre en distintos ambientes, cables de cámaras cortados y una aparente escena de lucha.
La voz de Carlson se sumó a la de Elon Musk, el rival más visible de Altman en el ecosistema tecnológico. Musk compartió en X sus sospechas y sostuvo que Balaji “fue asesinado”. El multimillonario mantiene un enfrentamiento abierto con OpenAI, compañía que ayudó a fundar y de la que luego se distanció en malos términos.
El entrecruzamiento no es menor. Musk busca posicionar su empresa xAI y su chatbot Grok como alternativa a ChatGPT, mientras Altman avanza con proyectos que compiten directamente con Tesla y X. En ese tablero, el caso Balaji se transformó en un argumento más dentro de la disputa por legitimidad y confianza.
Las declaraciones de Carlson generan, además, un eco político. En un contexto de creciente desconfianza hacia las big tech, la idea de que un investigador crítico pudo haber sido silenciado refuerza temores más amplios sobre la concentración de poder en pocas manos.
Altman, por su parte, insistió en que la muerte fue una “gran tragedia” y que comprendía el dolor de la familia, aunque no compartía las sospechas. Reconoció que al inicio también le pareció sospechoso, pero que terminó convencido por los informes oficiales. “Leí todo lo que pude y me resultó muy difícil debatir sobre la memoria de un amigo en estos términos”, dijo.
Entre la versión oficial y la duda persistente

La investigación policial determinó desde el principio que no hubo intervención de terceros. El informe forense fue claro: no había signos de ingreso forzado, Balaji había adquirido el arma y realizado búsquedas relacionadas al suicidio. Con esos elementos, las autoridades cerraron el caso como un suicidio, pese a las dudas expresadas por la familia.
Los padres de Balaji, sin embargo, no se resignaron. Financian peritajes propios, contrataron investigadores privados y planean incluso una reconstrucción en 3D de la escena del crimen. Argumentan que las autoridades actuaron con ligereza y que no consideraron todas las pruebas.
Poornima Ramarao, su madre, asegura que su hijo tenía documentos que comprometían a OpenAI. En entrevistas públicas acusó directamente a la empresa de haberlo “atacado y matado”. Su postura radicalizó la controversia y dio combustible a teorías conspirativas que circulan en redes sociales y medios críticos de Silicon Valley.
La ausencia de una nota de despedida y los supuestos indicios de manipulación en la escena alimentan la desconfianza. La familia cree que su rol como posible testigo en la demanda del New York Times contra OpenAI pudo haber sido el detonante.

En paralelo, juristas especializados en propiedad intelectual relativizan el peso de sus denuncias. Alegan que Balaji no reveló información inédita y que sus argumentos se basaban en interpretaciones discutibles de la ley de copyright. Sin embargo, para sus padres y para Carlson, lo importante no es la solidez legal de sus críticas, sino el hecho de que se enfrentó a una de las compañías más poderosas del mundo.
El caso, en definitiva, expone la tensión entre dos narrativas irreconciliables: la de la justicia oficial, que habla de suicidio, y la de una familia y un grupo de figuras mediáticas y empresariales que sostienen la teoría del asesinato.
Más allá de cuál sea la verdad, la historia de Suchir Balaji se transformó en un espejo de las tensiones actuales en Silicon Valley: la batalla por el control de la inteligencia artificial, la falta de transparencia de las grandes compañías y el terreno fértil para teorías conspirativas que combinan poder, tecnología y muerte.
SL