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martes, septiembre 23, 2025

Una novela gótica y urbana: Edgardo Scott explora la violencia y el deseo masculino

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Rico, pero impotente. Joven, pero decrépito. Así se siente el “yo” de un poema de Las Flores del Mal de Baudelaire que inspiró el título de la novela Yo soy como el rey de un país lluvioso (Interzona) de Edgardo Scott. Aquel ser apático de la poesía lleva la muerte impregnada en el cuerpo, su sangre, dice, son las aguas del Leteo. Así también, el protagonista de Scott, un asesino serial de mujeres que se entretiene en los aeropuertos, un extranjero y un escapista, se mueve por el mundo anhelando una excitación que lo devuelva a la vida.

Edgardo Scott. Archivo Clarín.Edgardo Scott. Archivo Clarín.

Scott, oriundo de Lanús y residente en Francia desde hace varios años, es escritor, traductor y psicoanalista. Ha escrito libros de cuentos, ensayos y las novelas Luto (2017) y El exceso (2012, reeditada en 2023). En su último libro, Yo soy como el rey de un país lluvioso, la estructura del relato es una suerte de preciso plan maestro. En sus cinco partes, que van y vienen en el tiempo, una variedad de registros como el monólogo interno, el diario íntimo, fragmentos en tercera persona y hasta una conferencia académica despliegan una trama en la que se desnuda la psicología del asesino y, también, de su perseguidora.

Criatura violenta

Scott desarrolla la historia de su criatura violenta cultivando una oscuridad sobria, sin regodearse en el espectáculo de la violencia, sin manchar de sangre las páginas. Más bien lo latente es lo que asusta, la narración se suspende en la cara aterrada de las víctimas.

En cambio, son las derivas reflexivas las que dotan al texto de una atmósfera definida, entre nostálgica, sombría y clínica. Gótica, urbana y contemporánea son las palabras que elige Scott para delinear la musicalidad de su novela en la que el crimen, el erotismo y la fantasía aparecen anudados.

“¿Qué relación tienen los sujetos entre su imaginación y la realidad? Lean dos o tres casos, dos o tres archivos criminales y digan si no están ya dentro de una novela”, dice el personaje que oficia el rol de detective en esta historia, la doctora en Criminología Claudia Brücken. Los monólogos del asesino se sumergen en el universo mental del protagonista y crean una puerta de acceso a sus memorias, sus imaginaciones eróticas y sus deseos de dominación.

Edgardo Scott. Archivo Clarín.Edgardo Scott. Archivo Clarín.

La fantasía también se cuela en el relato en otro sentido. Entremezclada entre asesinos reales, se vuelve parte de una genealogía mítica de este asesino hecho en Argentina creado por Scott. Barba Azul convive con Jack el Destripador, la Bella y la Bestia, con el Petiso Orejudo.

A la par de las fichas que la criminóloga acumula como parte de sus indagaciones, el asesino se inserta en un infame panteón universal. Mientras tanto, él también arma su archivo personal, una sumatoria de víctimas a las que nombra con un código propio, a las que ordena y clasifica con metodología y placer.

En uno de los fragmentos de la segunda parte llamada “Meditación de la bestia” (significativamente, ese fue un título provisorio del libro), el protagonista dice temer a los camalotes. En realidad, su terror es a las serpientes que pueden ocultarse en ellos. De igual manera, así se camufla él en la ciudad. Si los asesinos seriales nacen como un síntoma enfermizo de la sociedad moderna, como una manifestación de la anomia, el protagonista es un buen representante: poco sabemos de él, apenas que es un empleado bancario, que es un hombre joven, que podría pasar desapercibido. Que es, para su frustración, insignificante.

Un personaje mundano

Aunque las comparaciones con la figura de una bestia se reiteran, lo verdaderamente inquietante es, justamente, lo mundano del personaje. Como siempre, resulta más tolerable marginar del género humano a un ser despreciable, una forma de negación de los peores impulsos. En cambio, el asesino viaja en el transporte público y se entretiene con algo tan cotidiano como ir a la costanera a ver despegar los aviones.

Su gusto por los aeropuertos es metafórico y anticipatorio. Ese espacio de paso y anonimato lo completa, lo tranquiliza, pero también simboliza la posibilidad pura. Los delirios de grandeza se contraponen a una rutina que deplora. Cuando una mujer parece tener el poder de revertir sus tendencias, algo en él entra en una crisis que solamente podrá resolver a través del rechazo y la huida. Así, de a poco, pasa de observar los vuelos domésticos, luego, los que parten de Ezeiza hasta completar su metamorfosis y convertirse en un emigrado.

La extranjería (experiencia que Scott conoce en primera persona y ha explorado en otros textos) es otro de los grandes temas de la novela. No solamente porque la temática aparece en su literalidad, sino porque el personaje, a la manera de El extranjero de Camus, es ajeno de sí mismo, vive incómodo en el mundo. “La integración nunca ocurriría porque justamente lo que yo quería era no integrarme”, afirma en un pasaje, abrazando su aversión a la sociedad.

En tiempos de crisis de las masculinidades, el protagonista de Yo soy como el rey de un país lluvioso encarna la angustia de un hombre acorralado por sus deseos, pero incapaz de empatizar con las mujeres. Un cobarde que va de a poco acortando la distancia de la mirada hasta animarse a subir a la superficie del iceberg de la violencia.

¿Cómo se leen las novelas hoy? Un debate en la FED con María Sonia Cristoff y Edgardo Scott. Foto: gentileza FED.¿Cómo se leen las novelas hoy? Un debate en la FED con María Sonia Cristoff y Edgardo Scott. Foto: gentileza FED.

Si “los enemigos son raros espejos”, como postula el asesino en uno de sus monólogos, la criminóloga es el par inverso de su misoginia. Ella misma confiesa odiar a los hombres y, al acecharlo, su comportamiento se vuelve extrañamente similar al de él con sus víctimas.

Casualmente o no, Scott fecha la declaración final de la doctora en 2015, año del movimiento Ni una menos. Pero en lugar del grito feminista de esa época, lo que se lee en las palabras finales de la criminóloga se parece más a algunas críticas (propias y ajenas) actuales del movimiento.

El asesino de Scott no sólo es una adaptación del serial killer al entorno argentino, sino que llega, aun sin proponérselo, para interrogar un presente de discursos conservadores y contrarrevolucionarios.

Yo soy como el rey de un país lluvioso, de Edgardo Scott (Interzona).

Redacción

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