Ramón «Palito» Ortega, el padre de Julieta, tenía 52 años y era gobernador de Tucumán. Corría 1992 y su adorada heredera se apareció en Aeroparque con un nuevo novio, pelilargo y top model, para despedirlo. Por ese entonces, tal como relataba GENTE, soltó una pequeña amenaza, medio en broma, medio en serio: «Lo voy a reventar». Como la presentación fue fugaz, el funcionario apuró unas palabras justo cuando los altoparlantes lo obligaban a embarcar: «Bueno, mañana la seguimos».
El romance de Julieta Ortega y Daniel llevaba solo tres meses. La cosa había comenzado así: su hermano Martín la había llamado desde Miami para pedirle que le hiciera «una nota a un modelo argentino que filmó un videoclip con Madonna (Rain). Se llama Daniel Rossi y está ahí. Es para un programa que estoy preparando».
Julieta, que por entonces estudiaba actuación en Los Ángeles, aceptó. Lo entrevistó y lo escuchó. Hasta que él, como ella misma contaría después, “me propuso ver juntos el video… y desde entonces casi no nos separamos”.

“Papá, te presento a mi novio”
Aquel fin de semana viajaron a Tucumán para oficializar la relación. GENTE fue testigo de esa primera visita, fotografiada por supuesto. En la residencia tucumana de los Ortega, Julieta presentó a Daniel frente a su familia. “Es un tipo simpático, sensacional -comentaba Rossi al referirse al por entonces gobernador-. El viernes recién llegados me invitó a almorzar. Charlamos de todo un poco. De Estados Unidos, de Tucumán, de la vida. Todo normal”.

Julieta reconocía entre risas que estaba más nerviosa que él. “Cuando alguien lleva a su casa a un novio, siempre quiere que su gente lo acepte”, sostenía. Había un detalle, al menos como lo contara Daniel tiempo después: ellos mantenían simplemente una relación abierta, ya que él seguía con su affaire con Madonna.
Aún así, el amor con Julieta estaba in crescendo. «Por lo único que me quedo tranquilo al irme al trabajar a Europa es porque quiero ganar mucha plata, volver y casarme con vos lo antes posible», le perjuraba él.

Cálida y sonriente, Evangelina Salazar no tardó en dar su visto bueno: “Si te peleás con este chico, yo lo adopto como hijo”, le aseguró a su hija. Más tarde, ya más relajado, Palito agregaba con tono de padre orgulloso: “Lo importante es que Julieta esté feliz. Es un buen chico. Confío en ellos”.
«No te enojes, Juli, pero tu madre es muy linda», replicó el modelo. Mientras la actriz encontraba cosas en común entre Daniel y su adorado padre: «Los dos tienen algo especial. Vienen del campo, del verde, y se les nota en la piel. También en su forma de ser: son tímidos, hablan poco y lo justo. Están vírgenes de las avivadas y de las poses, de todo eso que quienes nacimos en otro entorno conservamos. Además, los dos se han ganado todo con trabajo. Nadie les regaló nada«.

Ella tenía 21. Él, 22. Julieta soñaba con consolidarse como actriz (venía de pasar por Amándote 2, 1990, y Amigos con los amigos, 1991, con Pablo Raggo y Carlín Calvo, y más tarde haría una suerte de upgrade en Alta comedia, el icónico unitario de Canal 9). Y él venía de alcanzar notoriedad internacional en la época en la que los supermodelos eran poco menos que dioses. Básicamente, se los percibía como los rockstars del momento. Lo descubrió Ellen von Unwerth en una playa de Miami mientras vendía fotos a la gente con una boa de dos metros, y de ahí pasó directo al radar de la reina del pop.

La historia de un romance cool y descontracté que llenaba las páginas de revistas en los 90
En Punta del Este y en Buenos Aires se mostraban naturales, sin sobreactuaciones. “No soy celosa –aclaraba la actriz–. Daniel conoce muchas chicas divinas, pero a todas les encuentra algo que no le gusta. En eso se parece a papá: siempre hay algo que no va, aunque una mujer sea muy linda. Y yo le creo totalmente”. En tanto, Daniel hablaba de ella con ternura: “Es audaz, inteligente, compañera. Tiene el corazón muy abierto. Eso me conquistó”.
Cuando se encontraban de viaje en París, por ejemplo, y a él le llovían contratos, incluso para grabar un disco allí, la dinámica era más que glam. Como contaban los medios de la época, mientras Julieta compraba regalos en Champs Elysées para su familia, Daniel la esperaba estacionado en un flamante Porche en la Place de la Concorde.

Ambos coincidían en su manera de vivir el amor: preferían una cena tranquila antes que la noche agitada. “Somos de perfil bajo –juraba Rossi–. No nos gusta salir a bailar. Disfrutamos más de una película o de comer en casa”. Lo cierto es que no era tan así. Al menos por parte de Daniel. Según contó: aunque sus parejas lo veían como «un loco divertido», jamás supieron los demonios internos que estaba enfrentando con las adicciones.
«En ese momento las engañaba. Cuando uno tiene una vida oculta es porque sabe que lo que está haciendo es malo. A Julieta no le dije que era un reventado. Sólo le decía que alguna vez había consumido o que tomaba de vez en cuando». Según él, no había fallas en su lógica al temer ahuyentarlas con la verdad: «Si no tenía que encontrar a una que fuera tan reventada como yo, a la que pudiera decirle que tomaba merca todos los días».

Por ese entonces, acepta hoy Rossi, si bien soñaba con enamorarse y hasta sintió nostalgia cuando tiempo después supo que Julieta se iba a casar con Iván Noble, era consciente de que «no podía planificar nada». Tanto es así que retomando aquella entrevista que dieron juntos, a Daniel, según contaba, le generaba un poco de dudas la distancia. Mientras él siempre decía que prefería «que cuando yo me fuera, ella me acompañara», Juli era más relajada. «Si las cosas tienen que ser, van a ser», le decía a GENTE.
“Todas mis relaciones se construían en base a lo que necesitaba para sentirme lo mejor posible. Todas mis parejas terminaban de la misma forma”, admite Rossi actualmente, tras años de rehabilitaciones y recaídas que lo sumieron en un espiral difícil de frenar. Es que la adicción por las drogas, el alcohol y el juego también se trasladó a las mujeres: «cambiaba una por otra». «De cualquier manera tengo una relación linda con quienes estuvieron conmigo», aseguró recientemente en diálogo con este medio.

“Durante mucho tiempo anestesié mi vida con drogas y alcohol. No porque quisiera divertirme, sino porque no sabía enfrentar lo que sentía. Era una forma de escaparme”, contó ya recuperado, mientras se mantiene estoico con la convicción de seguir su camino sin desviarse y mientras asiste a excompañeros de Alcohólicos Anónimos. Tanto es así que hace apenas semanas atestiguó una recaída de uno de ellos y registró con orgullo el momento en el que vaciaba una botella de whisky por el inodoro.

El presente: un hombre en reconstrucción
Daniel Rossi no dejó nunca de ser un buscavidas. A los 54 años, instalado nuevamente en Capitán Sarmiento (provincia de Buenos Aires) y bajo el mismo techo que su madre (María; y cerca de sus dos hermanos), el exmodelo argentino que en los noventa deslumbró a Madonna hoy se mueve entre la sencillez de los días de pueblo, la paz mental que consiguió y la intensidad de sus memorias salvajes. “Me siguen tirando historias de la cabeza como fuegos artificiales. Por eso estoy escribiendo mis memorias: necesito ordenar todo este torbellino”, reconoce, con la sonrisa de quien sabe que su vida fue cualquier cosa menos previsible.
La fama no le dio manuales para manejarse con la plata ni con las tentaciones. Él mismo lo admite: “Nunca fui bueno con el dinero”. Entre pasarelas, romances rutilantes y noches interminables, Rossi conoció las mieles de la exposición y también sus sombras. «Salí de un psiquiátrico con 98 kilos, nunca había engordado. Bajé 27. Me cansé de estar tirado en una cama y elegí un lugar porque era muy lindo: el gimnasio», cuenta con total honestidad al tiempo en que aclara que hay «sitios de terror» a la hora de internarse.

Después de su última externación –esta última vez por el consumo de alcohol–, como no encontró un propósito ni quería retomar la idea de tener un trabajo normal, se quedó cinco meses más en la lavandería de la fundación ayudando con la ropa de otros internos. Convirtió su compromiso con otros excompañeros que recaen en motor para reforzar su persistencia. Otro y muy importante es su hija Alessia (19), quien seguramente estará orgullosa de lo que logró su padre.
Hoy, mientras experimenta una profunda introspección, su vida está dedicada a la recuperación y a su nuevo proyecto: el libro. «Me gustaría que cuente la historia de mi niño interior, de dónde soy y cómo fui viviendo todo desde un plano emocional, no tanto mental», revela. El confinamiento por la pandemia fue el catalizador que lo llevó a abrir su computadora y empezar a delinear en su totalidad la primera parte de lo que serán sus memorias. «Tuve como una inspiración de escritor hasta las 15 páginas. me salió«, señala exteriorizando un gesto de velocidad, a la par de que revela que, a pesar de que la escritura le fluye, la tarea es un desafío emocional. Y a veces duele.

Fotos: Archivo Atlántida y gentileza Raúl de Chapeaorouge
Búsqueda y digitalización de material de archivo: Gustavo Ramírez
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