Puesto en este contexto —el del show que trajo el viernes a Montevideo—, el verso «Yo lo hago por el arte, nunca por el ego» que Cazzu escupe en su canción «Nena Trampa«, de 2022, cobra un nuevo sentido. Julieta Cazzuchelli, la jujeña que supo recorrer boliches uruguayos cantando cumbia y reggaetón, se refundó como jefa del trap y ahora se consolida como una artista expansiva, no corre por los números ni las conquistas comerciales. Julieta, también Cazzu, está buscando, construyendo una obra viva, en constante crecimiento.
Latinaje, el disco con el que rompió definitivamente el corset del trap y abrazó una identidad multicolor y mestiza que traza un mapa por América Latina —entre influencias tangueras, mexicanas y folclóricas— ya insinuaba ese rumbo. Pero Latinaje, el show, es otra cosa: una puesta en escena teatral, una suerte de película en vivo, una novela que se sigue escribiendo, que se ramifica.
Este viernes, Cazzu llenó el Teatro de Verano bajo una noche tibia que envolvió sus baladas, su sensualidad, sus boleros, toda la intensidad que propuso. Durante una hora, el recital fue una toma continua protagonizada por la jefa de una banda criminal, con sus amores, su séquito masculino, sus armas, sus billetes, sus traiciones. El musical de Cazzu se centró en su material más reciente, pero incorporó canciones de otras épocas para transformarlas —de una manera salvaje— en función de una experiencia envolvente que no se cortó con ninguna palabra ni interrupción. Recién había pasado una hora de show cuando la cantante le habló por primera vez a su audiencia.
En una escenografía móvil que comenzó como fachada y luego se convirtió en el interior de un bar, los movimientos lentos de Cazzu y su voz amplia —tan dulce por momentos, tan atrevida por otros, pero siempre desnuda, sin pista ni artificios— se llevaron toda la atención. Cuatro bailarines la merodearon constantemente: a veces mano a mano (para un tango en “Ódiame”, para el folclore en “Me tocó perder”) y otras en cuadros coreográficos grupales, que incluyeron algún truco arriesgado, como la propia protagonista saltando desde la barra de un bar para caer delicada en brazos ajenos.

Foto: Marcos Mezzottoni
La performance le dio a la noche un carácter particular, en el que la fiesta se presentó de manera gradual. Sus explosiones estuvieron reservadas para el final, con los hits “Con otra” —una cumbia destinada a clásico— y “Menú de degustación”, porque primero hubo que prestarle atención al arte. Cazzu será la jefa del trap, pero no subestima a su público ni se contenta solo con hacerlo perrear hasta el suelo.
Su nueva gira pone la mesa de a poco: sirve primero un plato sofisticado, que hay que saborear con paciencia y atención. Acompañada de una banda inmensa que incluye permanentemente cuerdas —a cargo de músicos locales, al igual que la sección de vientos—, los condimentos se amalgaman de una manera audaz pero elegante. En el medio, “Loca”, uno de sus éxitos más tempranos junto a sus colegas Khea y Duki, aparece casi como una canción completamente nueva.

Foto: Marcos Mezzottoni
Luego trae un brindis emocional, con temas como “Inti”, dedicado a su hija, para el que el público desplegó una conmovedora acción con globos amarillos que la dejó al borde de las lágrimas. Después reivindica el amor y pide por la paz —es el momento en que se encuentran “Pobrecito mi patrón”, de Facundo Cabral, con “Quién va a cantar”, de Ruben Rada—, y finalmente se entrega a la risa, al baile, a la relajación del disfrute.
“Que nadie les diga que una mensajera de la paz no puede mover el culo”, dirá sobre el final, cuando ya le puso voz y cuerpo a todo aquello que en su momento supo trapear; cuando ya recorrió un arco dramático en el que fue volviéndose cada vez más recia para después desarmarse a pura ternura, sin perder jamás la precisión, la sincronía ni la potencia. “Eso somos: nos gusta la paz y nos gusta el perreo”, sonreirá inmediatamente después la misma mujer que este año editó un ensayo sobre reggaetón y machismo, y que ahora escribe la novela de Latinaje, que se va entregando, dosificada, en su propio sitio web.
Cazzu no lo hace por el ego, lo hace por el arte. Y con el arte pasó de tocar para menos de mil personas en Montevideo Music Box en 2022 a llenar un Teatro de Verano tres años después, frente a 5.000 almas —casi todas mujeres— que fueron a gritarle su cariño y se volvieron a casa como testigos de una de las mejores experiencias musicales de 2025, y del poder de una jefa a la que ya no hay “no” que pueda tumbar.