Villa Grampa, en Temperley, resurge hoy como un punto de encuentro donde naturaleza, historia y gastronomía confluyen para ofrecer una experiencia única a una media hora del Obelisco. Ideal para un plan de salida de tarde, el espacio cuenta con un atractivo arbolado y parque que se vuelve ideal para las tardes de primavera que se vienen.
Aunque no siempre fue concebida como un local gastronómico, gracias a la nueva vida que se le dio quienes se acercan pueden sus reencontrarse con sabores, aromas y el disfrute tranquilo que muchos buscan lejos del bullicio de la city porteña… Y también una especie de viaje en el tiempo.


La casa principal, con sus salones amplios, ventanales originales, techos altos y extensos jardines, se presta idealmente para degustar un té, un café especial, postres caseros y platos de estilo clásico, acompañados por la atmósfera histórica que la rodea.
El edificio, construido entre 1910 y 1914 por los arquitectos Marchesotti y Bressan para Bernardo Grampa, un inmigrante italiano originario nacido en la zona de lago de Como, se cataloga como ejemplo de estilo neorrenacentista italiano en el conurbano bonaerense.


La grandiosidad original de la villa se conserva: posee dos niveles con numerosos ambientes que en su momento alojaron a la familia Grampa; y caballerizas y detalles decorativos rescatados de tiempos pasados como frisos, pisos de madera, techos ornamentados y ventanas generosas.

Quienes lo visitan logran fotos inigualables que comparten en sus redes sociales añorando esa Belle Époque argentina de tiempos en donde Buenos Aires buscaba ser una de las grandes metrópolis de referencia mundial.
Hay que decir que a lo largo de varias décadas Villa Grampa funcionó principalmente como residencia privada, un verdadero patrimonio familiar que resistió el paso del tiempo. Pese a los embates del desarrollo urbano, el deterioro estructural y los cambios de paisaje social, la propiedad logró mantenerse en manos de los descendientes de su dueño original, quienes han impulsado su conservación y decidieron abrir la estancia para el uso público.


La reinversión más importante comenzó hace pocos años cuando decidieron abrir la villa a experiencias gastronómicas con aire señorial. Anteriormente, la casona ya se alquilaba para filmaciones de publicidades, series y demás.
La transformación en café-restaurant ha permitido que Villa Grampa ofrezca opciones gastronómicas que dialogan con su identidad histórica: propuestas de té de la tarde, postres clásicos, café de calidad, productos artesanales y platos que respetan el ambiente elegante, sin estridencias pero con carácter.

Este tipo de oferta convive con sesiones culturales como propuestas de ópera, conciertos intimistas o pizza que se sirve entre los tonos anaranjados del atardecer.

El entorno de Villa Grampa, en el Barrio Inglés de Temperley, aporta un contexto especial: calles arboladas, chalets históricos, adoquines y una atmósfera residencial que invita al recogimiento: desde su cerco verde hasta los portones de hierro forjado y las palmeras antiguas que flanquean el acceso, todo es parte del encanto que diferencia al espacio.
Los “palacios ocultos” del sur Bonaerense
Aunque muchas veces se asocia la arquitectura señorial con barrios porteños como Recoleta, Palermo o Belgrano, el sur del Gran Buenos Aires sorprende atesorando joyas arquitectónicas de igual belleza e historia que le compiten de forma directa a coquetas zonas de San Isidro, Vicente López y Tigre, en el Norte.

Hay que destacar que las localidades de Temperley, Lomas de Zamora y Adrogué fueron, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, un refugio para familias aristocráticas y de inmigrantes acaudalados que buscaban trasladar al campo su estilo de vida europeo.
Allí aún quedan imponentes residencias, con jardines diseñados al estilo inglés y fachadas que parecen traídas de la Lombardía o la Provenza.

Villa Grampa forma parte de ese linaje de casonas que marcaron la identidad visual y cultural del sur. A su alrededor todavía pueden encontrarse ejemplos notables como la residencia Díaz Vélez en Llavallol o la Casa de la Cultura de Adrogué, y la llamada “Casa negra” de Turdera.

En los últimos años, muchas de esas residencias se han reconvertido: algunas en museos, otras en espacios culturales o restaurantes, y unas pocas en lugares que logran equilibrar la preservación patrimonial con la vida contemporánea. Tal fenómeno refleja una tendencia creciente: redescubrir el sur como un polo de turismo histórico y gastronómico, donde los palacios no sólo se admiran, sino que se habitan de nuevo.