¿Cómo hablar de un artista que ya no está? Frente a esa incertidumbre, la respuesta muchas veces recae en las fuentes primarias. Diarios íntimos, archivos, fotografías, relatos de amigos y familiares que acompañaron, escucharon y se enfrentaron al duelo después de perder a un ser querido, como sucedió en 1996, cuando Ulises Beisso falleció a los 38 años, dejando un acervo de más de 300 obras prácticamente desconocidas.

A modo de despedida, su primo, Carlos Vargas, publicó una carta en la revista Cuadernos en marcha, que llamó «Compañero del alma, tan temprano», tomando como referencia un poema de Miguel Hernández, donde lo describe como alguien que percibía la existencia con una sensibilidad superior y refinada, con la que abrazaba cada acción, desde comer hasta hacer obra, vestirse y hablar, afirmando que tenía la habilidad de encontrar algo extraordinario en lo usual. «Era distinto en todas las dimensiones de la vida», dice.
Arte y psicología
Beisso nació en Montevideo en 1958, en el seno de una familia importante para la escena cultural y política del país. De chico manifestó un interés por el arte, por lo que se formó en diferentes talleres, como el de José Luis Montes, Jorge Damiani y Guillermo Fernández, además de recibirse de psicólogo y pasar una temporada en México –entre 1977 y 1979–, donde estudió en la Academia La Esmeralda y vivió con sus abuelos maternos, que se habían exiliado por la dictadura en Uruguay.

Buscaba con desesperación alejarse de una vida que lo ahogaba. «Quiero pensar que sobre todo quizás querías escapar de enfrentar tu destino, de asumirte homosexual tan joven en una sociedad machista, homofóbica y patriarcal», comparte Pablo León de la Barra, en un texto a modo de correspondencia que le escribió al artista en el año 2022, en el marco de la exhibición Rara Avis, en el Centro de Exposiciones Subte de Montevideo, que curó junto a Martin Craciun, quien también está al cuidado de Mi mundo privado en Malba, la primera muestra dedicada a Beisso en la Argentina.
Hundido en esa sociedad que no le daba respiro, con un mercado de arte prácticamente inexistente y un circuito difícil de acceder, conjugó sus profesiones de ilustrador, diseñador y psicólogo, a la vez que mantenía una constante producción.
Sin embargo, fueron pocas las exhibiciones que presentó en vida: tres en galerías y una en el Cabildo de Montevideo, apenas unos meses antes de su muerte. Como explica Craciun, ese mundo artístico no solo arrastraba una fuerte influencia de las corrientes concretas que había traído Torres García hacía varias décadas, sino que estaba dominado por hombres heterosexuales y blancos que privilegiaban a la abstracción por sobre la figuración y no tenían en agenda debatir los temas que para Beisso eran importantes, por lo que quedó desplazado –como una isla desde la cual se podía visualizar un panorama mucho más extenso aunque utópico–.

Sin saberlo, Beisso se convertiría en un testigo de su tiempo, creando pinturas, dibujos, esculturas y objetos que hacen referencia a la vida privada y su relación con Juan, el gran amor que lo acompañó durante muchos años.
Ellas son un espejo de la sociedad, que aún hoy resuena con fuerza. Beisso trabajó bajo la noción de que «lo personal es colectivo y también político», como explica Craciun, algo que se repite a lo largo de toda la historia del arte en obras gestadas desde las entrañas más profundas de la intimidad para manifestar el goce, el dolor, el amor, la identidad, la sexualidad, la belleza y el derecho a existir, hasta convertirse en ecos de la humanidad.
Disfrutar de la vida
Retomando la carta de Carlos Vargas, hay un párrafo que parece definirlo a la perfección. «Sabía disfrutar de la vida como nadie, porque su sensibilidad –la más refinada y profunda que hemos tenido la suerte de conocer– se daba la mano con una intensidad que incluso llegaba a ser abrumadora».
Beisso hablaba a borbotones, hasta quedarse sin palabras y recurrir a los gestos, para explicar y describir el color, la textura, el sabor, el olor…». Algo similar cuenta su amigo, Sergio de León, en su ópera prima «La intención del colibrí», donde confiesa que conocer a Beisso y a Juan, siendo apenas un jóven de 19 años, le permitió entender que ese tipo de amor tan genuino, podía existir.

A través del documental es posible entender cuál fue el destino de las obras que habían quedado en manos de Juan y de la madre de Beisso, que a pesar del pedido del resto de la familia, quedaron encerradas en un cuarto, «sin aire ni luz», durante 25 años. Allí aparece Juan, a quien le urge hacer algo antes de que sea muy tarde, mientras que sus hermanos relatan la necesidad de mostrar que «Ulises tiene tanto para dar, tanto para decir, y hay tanta gente para recibirlo».
Mi mundo privado es una nueva posibilidad de rendirle homenaje y surge como una alianza entre Malba y el Institute for Studies on Latin American Art (ISLAA), que conserva el archivo del Ulises, además del acompañamiento de la galería W, que trabaja con su obra desde hace cinco años.
Aquí se conjugan dos momentos importantes en la carrera de Beisso, razón por la cual se exhiben sus mundos fantásticos o Rituales Dorianos, figuras donde la sexualidad y los imaginarios «confluyen con referencias mitológicas clásicas y una figuración llena de color y expresividad» en vínculo con «Imágenes de lo (mí) escondido», una serie que devela una madurez artística, así como el ocaso que se avecinaba y la tristeza acumulada, a través de la cual Beisso critica a la sociedad que lo discrimina y expone la evolución de su enfermedad, a la vez que aflora su creatividad.

Entre 1994 y 1996, viajó a Nueva York para hacer unos tratamientos y estar en contacto con las nuevas corrientes artísticas. En el Museo Guggenheim vió dos muestras que hacían referencia al VIH –una de Félix Gonzales-Torres y otra de Ross Bleckner– que lo impactaron. También, compró la revista «Parkett», donde descubrió la foto de un hombre semidesnudo sobre una cama y que lo miraba a los ojos. Todo eso se convirtió en el puntapié de su última serie.
En esas obras se destaca el negro y la figura masculina que se repite, inmersa en su propia soledad. La idea de que algo tan personal e íntimo pudiera estar a la vista de todos lo había cautivado. Algo parecido había ocurrido cuando vio la película «Mi mundo privado» de Gus Van Sant, donde un hombre expresa deseo y sentimientos hacia otro. Beisso se apropió de la posibilidad de destacar el vínculo amoroso y la cotidianeidad, como puede verse en los dibujos de desnudos, donde escribe frases como «bailando Elvis».

Es la decisión de vivir en libertad en un mundo al cual le faltaba demasiada sensibilidad, uniéndose a artistas que, como Oscar Wilde, Alberto Greco, Félix González-Torres o Claude Cahun, a pesar de las consecuencias que podían afrontar, se animaron a dejar un mensaje de alivio para el futuro. «No estás solx».
Ulises Beisso. Mi mundo privado, en el Malba (Av. Pres. Figueroa Alcorta 3415) hasta el 10 de noviembre en la Sala 3. Nivel 1.