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lunes, octubre 13, 2025

«Mi corazón congelado»: el libro íntimo de Mary Shelley revive sus años más turbulentos

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Inglaterra, Francia, Países Bajos, Alemania, Suiza e Italia. El 28 de julio de 1814 Mary y Percy Shelley, rompiendo los mandatos de su estirpe –él, casado, de 21 años; ella, de 17–, y acompañados de la hermanastra de Mary llamada por ellos como “Claire”, se dieron a la fuga, rebeldes frente al rechazo que la relación clandestina provocó en sus padres. Recorrieron, en diversos tramos de un viaje sin rumbo fijo, una serie de países europeos. Entonces, la pareja inició un diario escrito a cuatro manos. Su primer destino fue Calais, Francia, hasta donde llegó la madrastra de Mary en busca de su hija, afirmando que se habían fugado con ella. Claire, de 16 años y para su sorpresa, decidió continuar con los amantes.

Mary Shelley. Foto: Archivo Clarín.Mary Shelley. Foto: Archivo Clarín.

El viaje continuó por tres semanas de Francia a Suiza, sin perder de vista su deslumbrante sentido del estudio y la lectura. Es el puntapié del sorprendente libro Mi corazón congelado, de Mary Shelley, publicado por la chilena Alquimia en una cuidada edición: en agosto de este año se cumplió un nuevo aniversario, el 228, de su nacimiento. Shelley nació el 30 de agosto de 1797 en Londres y falleció el 1 de febrero de 1851, y tenía tan sólo dieciocho años cuando escribió Frankenstein o el moderno Prometeo, forjado durante el viaje que se narra en Mi corazón congelado.

Reediciones del aniversario

En este aniversario, también se reeditaron otros de sus textos emblemáticos, como Mathilda, por Mar de Fondo, cima de la literatura gótica y romántica que logró ver la luz recién 140 años después de haber sido escrita.

Concebida por la escritora británica un año después de la publicación de Frankenstein (1818), Mathilda traza un arco perturbador y desesperado en la evocación de un incesto –el amor por su padre– y un posterior romance fallido que arrastra a su protagonista al borde de la agonía.

Escrita en forma de una larga carta dirigida a su amigo Woodville, se puede leer desde el estado emocional de Shelley en una etapa en el que perdió a sus dos hijos y asistió a la disolución de su lazo afectivo con el poeta Percy B. Shelley, que moriría ahogado pocos años después en un accidente.

Por otra parte Mi corazón congelado, como diario de escritura, es una notable ocasión para entrar en el entramado íntimo, sensible y vivencia de Mary Shelley, sobre su época, sus aventuras y su obra en ciernes.

Reuniendo las anotaciones de la autora en sus idas y vueltas a lo largo de más de veinte años, se comprenden como una suerte de cuadernos que dan cuenta de una Shelley ciertamente multifacética y errante, un espíritu inquieto atravesado por las letras. La vida andariega entrecruzada con su enérgica autoformación intelectual; sus lecturas más alegres con sus años más oscuros; y sus procesos de escritura intrínsecamente ligados con sus reiterados viajes.

Fechados entre 1814 y 1840, en rigor, los cuadernos reflejan una vida tan fascinante como turbulenta. Botes en el mar, poco descanso, enfermedades, horizontes tormentosos. No todo es tan idílico como parece. “Avanzábamos lento contra el viento cuando, de repente, un trueno golpeó la vela y las olas se precipitaron dentro del bote”, se lee al comienzo de Mi corazón congelado, situado en el territorio iniciático de Inglaterra.

En el diario narran tanto Mary como Percy, por lo cual el punto de vista se altera, cambia, combina sensaciones, reflexiones y contrapuntos. Recorren pueblos recónditos de Europa, se hospedan en lugares no tan agradables –en uno de ellos, las ratas posan sus frías patas sobre un rostro–, son testigos de bellos amaneceres y atardeceres, observan las ruinas de la guerra, campos cultivados y silenciosos ríos tanto como claros arroyos de montaña, y conversan entre ellos sobre lecturas muy variopintas, de Historia del Jacobinismo de Abbé Agustín Barruel a Cartas escritas en Noruega, de Mary Wollstonecraft, madre de Mary Shelley y autora de otros textos icónicos como Vindicación de los derechos de la mujer.

Buscar un alojamiento o decidir cuánto gastar en la comida son logísticas tan importantes como los libros que llevan a cuestas. En el relato van apareciendo Suiza y Alemania. Mary, entonces, cumple años. “Es el cumpleaños de Mary (17). No solemnizamos este día con tranquilidad. Esperamos estar, no más felices, sino más a gusto antes de que el año pase”.

Y luego, poco después, casi al llegar a Países Bajos, se dice: “Leemos a Shakespeare. Nuestros compañeros de viaje son tolerables. Asustamos a un hombre que hablaba inglés, y que no nos agradaba, hablando sobre cortar cabezas a los reyes. Llegamos tarde en la noche a nuestro lugar de descanso”. Se mezclan Voltaire con John Milton, Séneca, Lord Byron, Dante, Ovidio y Plutarco con la escritura de cartas, y con otras anécdotas como la administración del dinero y la visita a amigos familiares.

Libros, libros y más libros

Luego un regreso a Inglaterra, paseos por los jardines de Kensington, y siempre, estén donde estén, libros, libros y más libros entre partos, ciudades, caballos y mulas, catedrales, pequeñas embarcaciones, lagos encantadores, ánimos cambiantes y sueños: Mary hace sus propias listas, toma notas de lo que le gusta y lo que no, traducen algunos textos.

Su apetito intelectual parece no tener límites. Hay una inclinación por los filósofos: de Platón a Hume, de Kant a Montaigne. Se aventuran en la naturaleza y hay días que la travesía se hace complicada. “La lluvia continuó en torrentes. Estábamos mojados hasta los huesos; de modo que, cuando habíamos subido la mitad del camino, decidimos regresar. Mientras descendíamos, Percy iba delante y tropezó, cayendo sobre su rodilla. Esto sumó a la debilidad ocasionada por un golpe en su ascenso; se desmayó y estuvo incapacitado por algunos minutos para continuar su ruta”.

Mary Shelley. Foto: Archivo Clarín.Mary Shelley. Foto: Archivo Clarín.

Mientras tanto, Mary Shelley escribe: lejos de Inglaterra, va concibiendo las líneas esenciales de Frankenstein, sin nunca imaginar que se transformaría en un hito de la literatura mundial. Y poco después les comparte fragmentos de Mathilda a sus compañeros de viaje, buscando un eco íntimo.

Diario de viaje que continúa su tramo en Italia, donde, más allá de estar satisfecha consigo misma, se siente oprimida por la preocupación, la decepción y la mala salud que acontece a su alrededor.

En un revelador fragmento, escribe: “Durante una larga velada con variadas personas, con qué frecuencia cambian las sensaciones de uno y, tan rápido como el viento del oeste empuja las sombras de las nubes sobre la colina soleada o el maíz ondeante, así de rápido las sensaciones pasan, pintando –sin embargo, ¡oh! Sin desfigurar– la serenidad de la mente. Es entonces cuando la vida parece pesar, una multitud de recuerdos e ilusiones, arrojados a una balanza, hacen que golpee la viga. Recuerdas lo que has sentido, lo que has soñado; pero habitas en el lado oscuro, y esperanzas perdidas y muerte, como las que has visto, parecen cubrir todas las cosas con un paño mortuorio. El tiempo que fue, es y será, presiona sobre ti y, de pie en el centro de un círculo en movimiento, ´te deslizas vertiginosamente mientras el mundo se tambalea´”.

Suerte de road movie, bitácora de lecturas y signo de un frenético movimiento, en una relación fugitiva que escandalizó a la sociedad británica de la época, Mi corazón congelado devela una especie de regeneración de la célebre escritora inglesa del siglo XIX. Narradora, dramaturga, ensayista y biógrafa, Mary Shelley, hoy reconocida como la que inauguró el género de ciencia ficción, se encarna en la dicha y en el duelo, cuando la tragedia la golpea inesperadamente ante la pérdida del amor de su vida y de uno de sus hijos.

Mi corazón congelado, de Mary Shelley (Alquimia).

Redacción

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