Indómito, curioso y cortado acaso por las tijeras de un dios inspirado. Siempre fue igual. Del niño salvaje al hombre de 54 años que es hoy, hubo un hilo conductor: la firme convicción de que la autenticidad lo llevaría a todas partes, que el mundo era suyo y que no estaba destinado a enceguecerse con la fama sino a aprender de ella. Y tampoco a amoldarse a lo que pretendían de él.
«¿Qué imagen te devuelve hoy el espejo?» ¿Tenés un pacto con el diablo?, bromeamos. Y Rossi responde a su estilo: «La verdad es que no me venía observando demasiado hasta que encontré un espejo con perfil. Ahí me di cuenta de que tengo la nariz rota y la cola caída».
Los 90 fueron la década de su mayor y más loco esplendor. Daniel Germán Rossi, el supermodelo argentino favorito de los diseñadores más top (de Valentino y Versace a Dolce & Gabanna) y fotógrafos más encumbrados, fascinó a propios y ajenos. No sólo con su magnetismo andrógino, también con su auténtica sencillez capaz de poner a todos en el bolsillo. Persuasivo y buscavidas, brilló con luz y lenguajes propios. Llegó a Miami con 500 dólares y lo descubrieron en una playa mientras vendía fotos con una víbora gigante a dos dólares.

Aunque protagonizó campañas de moda para gigantes como Jean Paul Gaultier, se codeó con Naomi Campbell y enamoró a Madonna, uno de los capítulos más enigmáticos de su agitada vida, el salto cuántico jamás lo desveló. No se creyó el cuento de la fama pero aún así cayó en adicciones, hoy felizmente superadas. Ésta es la historia de alguien que no se dejó encandilar por la espuma social y sobrevivió para contarlo (en este caso, en varios encuentros que sumaron más dos horas y media de charla).
La odisea de un niño de campo: del tren escondido a los viajes en avión militar
La historia de Daniel Rossi no comienza en una rutilante pasarela ni en una gran metrópolis, sino en un pueblo tranquilo llamado Capitán Sarmiento (Provincia de Buenos Aires). Acaso semejante quietud, con negocios que sólo abrían en horarios muy acotados y donde los días tenían mil horas, lo empujó a buscar constantemente una vida más agitada.
Desde muy chico, su curiosidad fue su brújula. En lugar de jugar, se perdía en los libros de historia y geografía de sus abuelos, fascinado por las imágenes de los romanos y de las montañas. «Me interesaba más el tema de las imágenes”, confiesa sin ánimos de que su interés se confunda con erudición histórica. Y rememora lo que esas fantasías le disparaban: “Veía las películas de romanos y me lo imaginaba así… pero eran dibujos. Ahí te saltaba la imaginación”.

Esa creatividad fue el alimento (y la materia prima) de sus locos instintos que marcarían el resto de su vida. Con la excusa de ir a pescar, se escapaba de su casa para subirse «escondido en un tren a Buenos Aires» y así conocer la gran ciudad que sólo veía en las películas. Años después, ganó un viaje a Córdoba en una competencia escolar de avioncitos, una experiencia que lo puso por primera vez en un avión militar.
“Vi montañas… fue una locura”, relata como si sus ojos de niño vieran el territorio imaginado por primera vez. “En un avión se podía alcanzar lo que yo veía en los libros. Tenía 14 años, estaba en séptimo grado”, recuerda. Fue un momento de revelación, la confirmación de que el mundo vasto y desconocido que había imaginado era real.
De los boliches de barrio a la primera portada de Vogue
El salto definitivo a la gran ciudad se dio a los 17 años, cuando su padre, para calmar su espíritu peleador (literal, no dudaba en engancharse a las piñas para defender a tal o cual), le dijo: “Andate para Buenos Aires, así te calmas un poco”. Se instaló en una pensión de estudiantes y una noche, en un boliche, se cruzó con el mismísimo Guillermo Vilas.
“Él me consiguió la entrada para Roland Garros. Yo no entendía nada”, recuerda con total naturalidad. Fue Vilas quien lo presentó a un fotógrafo llamado Pepe, su primer «padrino artístico», quien le sacó unas fotos de traje. Esas fotos, sin embargo, quedaron en el olvido. La verdadera aventura estaba a punto de comenzar.

Sin un plan, solo como un «buscavidas», Rossi partió a Miami con un par de amigos. «Yo tenía que buscar trabajo enseguida», cuenta. Empezó lijando paredes y luego cuidando la puerta de un hotel a cambio de una habitación. Su vida daría un giro surrealista gracias a una idea insólita: «Me compré una víbora, después dos, y luego me compré una de 2,60 metros». Con su nueva compañera y su naturaleza indómita a flor de piel, se instalaba en la playa, cobrando dos dólares a los turistas que querían una foto con la serpiente.
Fue ahí, en una playa tranquila, que una fotógrafa lo vio y se le acercó. “Me preguntó si no quería ser modelo, pero no le entendí porque no sabía inglés. Solo entendía ‘picture’”, recuerda. Gracias a sus amigos que tradujeron la propuesta, Daniel terminó en una agencia. Su primer trabajo fue una sesión de fotos para Vogue. «Yo venía del campo… me dijeron que subiera a una casa rodante enorme, subí y me fui a hacer fotos con Raquel Welch (1940-2023)», relata. Él jamás supo quién era la diva.
Lejos de la euforia o el nerviosismo que cualquiera sentiría, el enigmático joven se mantuvo imperturbable. “No me impresiona la fama. Jamás me impresionó nada”, afirma. “Si me vienen a robar, probablemente les robo yo a ellos. No me asusto… para mí sigue siendo una cosa estándar. El resto es un trámite más”. Esa filosofía también lo acompañó en el momento más explosivo de su carrera: su encuentro con Madonna.

En primera persona, el lado oculto de Daniel Rossi: el elegido por la reina del pop
El nexo con Madonna fue la misma fotógrafa que lo descubrió en la playa. La producción y la reina del pop vieron sus fotos y no dudaron en elegirlo como el protagonista del video de Rain. «No hubo casting. Solo quedé y listo”, asegura. De pronto, y sin buscarlo, la vida de un joven de pueblo se entrelazó con la de una de las figuras más grandes del planeta. Pero revivámoslo con él.
–Yo entiendo que tomes todo con tanta naturalidad, pero bueno, no cualquiera puede estar con un ícono como ella. ¿Qué significó para vos conocerla y vivir un romance con ella?
–No, obvio. Ella era doce años más grande que yo… La bailé en los 80, eso sí, tal como lo bailé a Michael Jackson. Más que nada la bailaba porque sonaba en todos lados.
–¿Es decir que te gustaba más Michael?
–Digamos que sí. Pasa que conocerla a Madonna como artista y en la vida fueron cosas distintas.

–¿Cómo fue?
–Vivir con ella en la cotidianeidad y tener un vínculo como el que teníamos… ¡Vas a tener que comprar el libro! Bueno, no, te lo voy a regalar.
–Dale, pero no voy a esperar, necesito que me lo cuentes ahora, ¿ok? (risas).
–Lo primero que se me viene a la mente para contarte es que cuando sacó el libro Sex, que básicamente no tuvo nada que ver con su vida (N.d.R.: el libro era un compendio de fotos explícitas que retrataban sus fantasías sexuales, a cargo de Steven Meisel, y fue un escándalo), ella armó un personaje y se fue adaptando, renovando su imagen como en una vuelta de página década a década. Toda ella es una cantidad de personajes que se fue armando con los años, personalidad incluida. Como te digo, eso es lo primero que me viene a la menta para contarte…

Cómo era vivir en la corte de la Reina: dulzura y «maternidad» aseguradas, pero también control… y ¿obsesión?
–¿Qué tan diferente era Madonna puertas adentro?
–Y… en la casa no era la misma que en un escenario. Hay gente que sí; yo he visto cantantes famosos que son igual todo el tiempo, eh. ¿Sabés lo que es sostener un personaje así, siempre arriba? Ella era re tranquila, ni siquiera observadora. Ahora… con la gente con la que trabajaba, quien daba un paso en falso quedaba en el camino.
–En ese nivel, la lealtad y la discreción son cosas básicas…
–Sí, en esos casos siempre queda todo dicho. De hecho, cuando algo se escapa o se filtra siempre hay algo atrás.
–¿Y a vos qué te pasó cuando trascendió tu relación con ella? ¿Era algo que te molestó y te tuviste que bancar? Porque viste que hoy es algo que hasta muchos explotarían.
–No fue de parte mía. Esto lo difundió en su momento un periodista que me siguió en Los Ángeles, y que después me hizo una entrevista para Clarín (N.d.R.: Horacio Convertini). Hace como dos años me contacté con él y le escribí por redes, porque él volvió a mencionar algo de ese momento.

–¿Y qué te dijo?
–Yo le dije: «¿Y vos qué sabés para estar hablando de estas cosas si yo nunca conté nada?». Me dijo que me había estado siguiendo y que me fue a ver para esa nota. Yo no me acuerdo. Cuando me contó me describió todo lo que hacía al entrar y salir de la mansión.
–Claro, te estuvo haciendo la típica guardia. ¿Es cierto que Madonna te frustró la carrera de modelo?
–Sí. Porque ella era celosa y no quería que yo me expusiera tanto, entonces me boicoteaba la carrera.
–¿Pero llamaba por teléfono para que te bajen de campañas?
–Y… yo me di cuenta porque la agencia me dio la información. Me dijeron que tenía un trabajo para hacer para una revista con Claudia Schiffer, y ella se odiaba con la modelo alemana. Entonces me dijeron: «Tenías eso, pero te lo cancelaron». Después me llamó Ingrid (Casares), la secretaria de Madonna, para decirme: «Te necesitan acá». Pero fue sin argumentos.
–Llegaste a convivir con ella en su mansión de Los Ángeles. ¿Cómo fue eso?
–Si bien después viví por mi cuenta por ahí, sí, al principio me quedé a vivir con ella. Básicamente porque no conocía el lugar y ahí fui a hacer el video de Rain. A mí siempre me llevaban y me traían en un Mercedes Benz de esos antiguos de los 60 que me seguía todo el día. Hasta me bajaba a hacer los castings y me llevaba de regreso a la casa.
–Ah, bueno, casi secuestrado por Madonna…
–Una cosa así (risas). Después me compré una moto y adquirí un departamento. En ese momento no veía todo tan claro, pero pronto me di cuenta de otras cosas. De hecho, me pasó algo con Peter Savic, su histórico peluquero, con el que trabajó más de veinte años.
–Contame.
–No sé si había una histeria con ella porque él era gay o qué, pero él siempre me presentaba modelos, aunque nunca concreté nada… ¡Hasta me llevó a una fiesta de Cher! Entonces Madonna se enteró de que me movía con él paralelamente así que lo despidió. Nunca más trabajó con ella y se le cayeron muchas producciones. Aún sigo hablando con él y quedó resentido con eso.
–¿Sólo por tu amistad con él se ponía celosa?
–Bueno, con él solo no, también con la secretaria. Pero no aguanté más.
–¿No habrás coqueteado también con la secretaria, no?
–No, no (risas). Bueno, ¿te cuento o no el final con Madonna? Me acuerdo que yo estaba en un cuarto piso de un edificio en Utah, y había unos cactus altísimos, de no sé cuantos metros. Ahí le dije «Fuck you, señora». Y le corté el teléfono.
–¿Pero discutieron?
–No, se lo dije cuando me enteré lo de la revista.
–Ah, le blanqueaste que te habías enterado que te bloqueó laburo.
–Bueno, no llegué a decirle todo eso porque no sé si era capaz de darle toda esa explicación en inglés. Pero bueno, me decía: «¿Cuándo volvés?», «¿con quién estás?» cuando hacía fotos con una chica. Pero igual después la vi mil veces más.

–Es decir que se peleaban un toque y regresaban, una cosa así.
–Claro. Ella nunca me mandó a cagar ni nada.
–¿Y se puede preguntar cómo era en la intimidad?
–Te lo respondo con lo que alguna vez le dije a una amiga: «Te elijo por lo apasionante que sos conmigo». Y yo no sé discernir la pasión del amor.
–¿Y de Madonna te llegaste a enamorar?
–Me encantaba lo dulce que era.
–¿Era dulce o más bien maternal?
–Y… ella era más de diez años mayor y era divina. Hoy veo una de 32 y me quiero matar porque veo a mi hija (Alessia, que acaba de cumplir 18 y vive en Milán con su madre, Ilona).
–¿Y con Madonna siguieron hablando?
–La vi en muchos conciertos, y también en Argentina y en los Ángeles. Cuando vino acá a hacer el musical de Evita, coincidimos en un restaurante. No se lo esperaba, pero la saludé.
–¿Apareciste ahí con quien es hoy tu exmujer?
–Y sí, mis parejas se bancaron todo, pero bueno… era Madonna.

Tocando fondo para emerger: la historia de su resilencia
Lo de Daniel no fue sólo éxitos, glamour y novias célebres (otra de sus parejas mediatizadas fue la que protagonizó con Julieta Ortega, con quien también salió posando en estas páginas casi treinta años atrás). Hubo un momento oscuro en el que tuvo que enfrentarse a sus propios demonios. El camino a la fama a veces es áspero y sí, como casi siempre, no significa nada si no hay una misión. En su vida, se daría cuenta mucho después, la de recorrer penales, darle la mano incondicional al que recae o hasta tejiendo la idea de armar un proyecto terapéutico en algún lugar como Mendoza.

«Salí de un psiquiátrico con 98 kilos, nunca había engordado. Bajé 27. Me cansé de estar tirado en una cama y elegí un lugar porque era muy lindo el gimnasio», cuenta con total honestidad al tiempo en que aclara que hay «lugares de terror» a la hora de internarse. «Si vas a estar en la cama con una botella al lado, siempre es lo mismo, sea donde sea», agrega sobre su adicción con el alcohol. «Vos tomás y quedás arruinado, pero cuando ya sos alcohólico al día no tenés más resaca pero seguís tomando. Eso es si no temblás», narra a flor de piel cuando se refiere a ese espiral.
Antes ya había vivido subidones y bajones con la cocaína. Las «tocadas de fondo» terminaron siendo todo un recorrido y un punto de quiebre. «Angustia, sufrimiento. Todo eso», cuenta. Cuando se le pregunta por «EL click», responde sin vueltas, desde la resiliencia pero también desde la verdad: «Es que hice el click un montón de veces». Todos los días siguientes. «Acá en el año 2000 me consumía en la noche y me iba a Big One», rememora cuando pasa por la época en la que tenía un departamento al lado del café Tortoni y el estado que alcanzaba bajo las sustancias «no me dejaba bailar como tanto me gustaba».

Uno de sus refugios fue la constancia del entrenamiento. Tanto que tiempo atrás, desde Italia le envió un mensaje a un amigo de su pueblo que a los 16 años se inventó un gimnasio en un garage. «Le dije: ‘Si no fuese por vos que me pusiste en este camino del deporte, no sé qué hubiese sido de mí«. Ese reconocimiento lo subraya enfáticamente ahora que, en los próximos días, tiene que volver a la fundación en la que una vez dado de alta se quedó cinco meses más trabajando ad honorem en la lavandería. «Yo no quería salir a la calle e improvisar un trabajo», afirma.
Un poco porque no tenía propósito hasta que se dio cuenta de que podía salir y ayudar a la gente que pasaba por la de él. «Esta mañana en el grupo (de Narcóticos Anónimos) me aclaraban: ‘Vengan con la ropa de entrenar’. Porque la idea es hacer deportes para las endorfinas. Aunque me está costando un poco, creo que voy a usar más la bolsa de box que me regalaron«, cuenta mientras al escucharse aclara ideas y se hace buenas sentencias a sí mismo. En el barrio, además de su mamá, a quien adora, y vive reformándole la casa, viven sus dos hermanos, uno de ellos profesor de box.

La escritura como terapia y la construcción de sus memorias
Hoy, mientras experimenta una profunda introspección, su vida está dedicada a la recuperación y a un nuevo proyecto: un libro. «Me gustaría que cuente la historia de mi niño interior, de dónde soy y cómo fui viviendo todo desde un plano emocional, no tanto mental», revela. Pero no sólo eso, también planea contar una experiencia «fea» que nunca habló con nadie. Porque todavía no está listo. «Un día, cuando me senté a hablar –para el libro–, porque fue mucho dolor… me sentí mal, entonces dije: ‘Bueno, no, hoy no sé si estoy preparado'», profundiza.
El confinamiento por la pandemia fue el catalizador que lo llevó a abrir su computadora y a empezar a escribir en su totalidad la primera parte de lo que serán sus memorias. «Tuve como una inspiración desde escritor hasta las 15 páginas, que me salió así«, confiesa, revelando que a pesar de que la escritura le fluye, la tarea es un desafío emocional. «Fue algo muy lindo que pasó a ser traumático», regresa acerca de eso que todavía no puede largar del todo. Y que, aunque nos dio a entender, son esas cosas que deben ser en absoluta primera persona.

En el libro, agrega Daniel, también estarán las voces de distintas personas que lo conocieron o hasta incluso consumieron como modelo porque les parecía muy hot: hasta una fan que forraba las carpetas con su cara. No se arrepiente de nada y sabe que necesita ser protagonista eterno. Para él, la vida es un ciclo de búsquedas y trabajos, de temporadas de brillo y de tareas de supervivencia.
Bailó con la reina, no se dejó encerrar en el pedestal y, batallas más, batallas menos, sigue siendo ese buscavidas creativo que cambió su destino con una boa al hombro. Todavía le queda dinero pero nunca supo manejarlo bien. Unos días antes del cierre de esta nota continuaba queriendo ayudar a alguien a vender una freidora a un chatarrero para quedarse con una comisión.
Fotos: Gentileza Raúl de Chapeaorouge, archivo Atlántida y archivo personal de D.R.
Agradecemos a Alex Margulis, Sastrería Blue Label, Visteramon y BBQ Texas