Primero los hace sentar en un sillón diseñado como por Marta Minujín y después los lleva hasta una barra de bar para que se pongan un poco alegres. De de eso trata el programa de Nancy Pazos, un envío semanal donde la conductora parece aburrirse de los entrevistados políticos y busca incomodarlos de todas las formas posibles.
Cada envío de Inteligencia Artesanal (C5N, domingo a las 23) está organizado de la siguiente manera: editorial al estilo «yo sé algo que vos no porque tengo una confianza bárbara con los políticos» y luego viene la entrevista desde la escenografía más incómoda de la televisión argentina.
Por ejemplo, el otro día estuvo con Martín Lousteau. Ese domingo, el radical se sentó en el asiento menos parecido al sillón de Rivadavia. Arriñonado, encogido, alto como es, dijo al aire que no sabía qué hacer con sus piernas, cómo cruzarlas, si para acá, si para allá, si cortárselas.
El escote de Nancy, casi tan pétreo como el de Moria Casan, debe ser una estrategia para que escuchemos con más interés. Dicen que el razonamiento con actitud mejora el lugar común de las ideas. Fuentes cercanas a las Nereidas aseguran que esa cualidad quiere decir: Dolly Parton también puede hablar de cosas presuntamente serias. Tratándose de un programa político, habría que declarar a Nancy solemnemente sexy.
La audacia es el mensaje. Eso y su tirria por elevación contra la casta, manía que se expresa en una puesta en escena donde un tipo agita la coctelera y mete bocadillos estilo el Contra de Calabró.
Nancy Pazos trata a todos sus invitados con suma familiaridad.Todo el tiempo la periodista quiere darnos a entender que en política nada es demasiado serio. Inteligencia Artesanal ofrece un formato donde no debe haber distancia. Unos y otros respiran del mismo oxígeno. Delante de cámara, Pazos legaliza su familiaridad con casi todos los personajes que la visitan.
La frescura, la espontaneidad, el tono de comunicación que deberíamos manejar. Lo que se le pide a un influencer anida en el generoso plexo solar de nuestra novicia rebelde. Cuando los invitados piensan más o menos como ella, el alcohol parece precipitarse. Cuando no, el clima -como diría Serrat- es más «entre estos tipos y yo hay algo personal».
Pero Nancy nunca intimida ni somete, ni levanta la voz. El tema siempre es una cierta lealtad hacia el género profesional que le viene dando frutos hace décadas.
Es como Carlos Pagni en el «momento del whisky», pero a la manera de María Rosa Fugazot: lo que en Odisea sería aflojar, distender la velada, en Pazos tiene una vuelta de tuerca muy Almodóvar.
Mejor el off que el on
Es que ella sabe que las entrevistas en «on» tienden a ser un fracaso, pero lamentablemente tiene un programa de entrevistas. Sabe que el «off the record» no es muy televisivo y entonces elige una barra de bar digna de Palermo Soho para probar una suerte distinta y etílica.
Nancy Pazos, en una fiesta de «LAM». Sabe cómo combinar política y farándula. Foto: movilpressLa entrevista finalizará allí porque en realidad no le gusta entrevistar a ese Lousteau. Sabemos que puede estar bailando en lo de Tinelli y que al mismo tiempo sabe verbalizar sus menesteres sobre el caso Spagnuolo. Nancy sólo quiere divertirse.
En un momento, probablemente harta de todo, patea el tablero y tira del brazo de Lousteau. «¡Daale…!» Nancy quiere bailar y el senador nacional que acaba de decir «Milei tiene disonancia cognitiva», se planta como un espartano. Nancy quiere que Lousteau baile y de paso escabie con ella.
Pretende una salida distinta, un eructo, un insulto, algo que por favor pueda viralizarse. Pero habrá que ser una viuda negra para conmover la humanidad del espigado economista. El tiempo de la televisión es demasiado tirano para el secreto que Nancy esconde en sus ávidos ojos.
