Viernes feriado y parecía que la ciudad dormitaba. Los rincones de Tandil se encontraban casi agobiados por el sol que anunciaba que la primavera llegaba altiva, pero las puertas cerradas de establecimientos gastronómicos de la ciudad no acompañaban la ocasión con el mismo entusiasmo.
Sabía que debía desplazarme un poquito más, así que sólo recordé aquellos desamparados árboles que me indicarían el destino; «vayamos hacia La Elena, podríamos preguntar en Posta Natural si tienen servicio de cafetería abierto al público», dije.
Al llegar a Posta Natural, un puñado de personas entraban en shorts y ligeras remeras con cargados bolsos y maletas, asomándose boyantes sobre el mostrador para hacer el check-in en el hotel. La recepcionista del lugar, percibía la ilusión de los huéspedes y respondía con el mismo tono vivaz generando un ping-pong de sonrisas agradables de observar.
El espacio era imponente, moderno, y plagado de inmensos ventanales que te conectaban a través de la vista, con lo natural. Una señora de cordiales gestos nos indicó el camino y expectantes subimos anchas escaleras que derivaban en un sobrio salón que contenía hileras de mesas y silloncitos que parecían realmente confortables. Frente a él, una larga barra apenas iluminada y numerosos empleados del lugar que circulaban ocupados en sus tareas, mostrándose amables y atentos con aquellos que aparecían repentinamente con «estilo playero».
Decidimos, dado el clima de aquel día, sentarnos al aire libre. Una larga mesa con banquetas fue lo primero que divisé al salir, donde un distendido grupo de amigas parecía completamente complacido. El espacio se abría con vista a las sierras de la ciudad que nos obsequiaba distintos colores verdes y marrones dignos de apreciación. Entre cada grupo de sillones existía una columna, lo que brindaba cierta intimidad a la mesa.
Además de aquella gratificante vista, quedaban expuestas algunas propuestas del hotel. Una cancha de tenis, un quincho donde adolescentes reían descalzos, una pileta testigo de aquellos huéspedes que se encontraban impertérritos sobre las reposeras y otros más que disfrutaban sus bebidas bajo sombrillas de paja que intentaban a toda costa cubrir sus bronceadas mejillas.
La carta era concisa, con opciones de clásicos dulces y salados. Nos inclinamos por el café con leche, un té, una tostada con palta, huevos revueltos y tomatitos Cherry, scones de queso, y scones dulces. Todo trascendía correctamente y cada uno de los camareros que se acercaban a nuestra mesa, preguntaban si todo marchaba como esperábamos, mostrándose dispuestos.
La charla se volvió acotada entre nosotros, y considero que es esa inmensidad frente a los ojos la que demandó calma y confinidad con la naturaleza. Mucho más clara que mis palabras, fue aquella peculiar imagen, la de una señora de rubia cabellera que se quitó junto al enorme jardín, sus calurosas medias, se sentó en la hierba, colocó su mano junto a su pecho y meditó durante unos minutos entre el cielo y la tierra. Interpreté que quizás consideró que aquel momento exigía total presencia y encontró así su forma de volver, apreciando la propuesta de Posta Natural que sabe conectarnos con lo esencial.