En la 39ª Asamblea General de Naciones Unidas, el entonces presidente reafirmó la soberanía argentina sobre Malvinas, se pronunció contra el apartheid y pidió respeto al derecho internacional. Su intervención culminó con una ovación fuera de protocolo.
El 39º período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas fue escenario de uno de los discursos más recordados de la diplomacia argentina. Allí, el entonces presidente Raúl Alfonsín pronunció una intervención que quedó grabada como símbolo de dignidad republicana y firmeza soberana.
“Las civilizaciones viven y se expanden cuando están fundadas sobre bases morales”, expresó el mandatario en un pasaje de su alocución, que combinó reflexiones filosóficas con definiciones políticas de gran peso.
En el tramo final de su discurso, Alfonsín ratificó la intención del país de retomar el camino del diálogo con el Reino Unido por la soberanía de las Islas Malvinas, invitando a Londres a respetar las resoluciones de la ONU. Además, manifestó su preocupación por el apartheid en Sudáfrica, advirtió sobre la creciente tensión en el Golfo Pérsico y se refirió al extenso conflicto en Centroamérica, temas centrales de la agenda internacional de los años ’80.
La escena final resultó inédita: tras concluir su exposición, Alfonsín recibió una ovación prolongada y fuera de todo protocolo, que lo obligó a volver a ponerse de pie para agradecer los aplausos de un auditorio colmado. Fue un reconocimiento pocas veces otorgado a un representante argentino en ese ámbito.
Ese discurso, considerado por muchos analistas como un punto alto de la política exterior democrática, dejó sentada una postura de independencia, respeto y firmeza que trascendió fronteras. Más allá de los aciertos y errores de su gestión, la intervención de Alfonsín en Naciones Unidas se mantiene como un testimonio de la dignidad de la República en el escenario internacional.