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sábado, septiembre 27, 2025

Ser república es cosa seria: el caso Venezuela

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Venezuela, como casi toda América
Venezuela, como casi toda América Latina, no ha escapado del caudillismo (EFE/ Miguel Gutiérrez)

En la antigüedad, bastante después y hasta en el presente, la metodología para disciplinarnos como seres con virtudes y defectos, demanda analizar cuáles han sido “las regulaciones”, derivadas por acuerdos de nosotros mismos o determinadas, impuestas y acomodadas por terceros, en algunos casos como “individualidades” y en otros en “comanditas”. La tarea inquietante, puesto que se ha percibido que tanto en uno como en otro supuesto, siempre ha habido “un caudillo” y Dios quiera que así no suceda en el tiempo por venir, aunque el cálculo de probabilidades, alimentado por lo que históricamente ha acontecido, pareciera inclinarse por lo opuesto. Ha de pensarse, por tanto, comedidamente, pues “la sistemática caudillista” se esconde, pero no desaparece.

Al “caudillo” suele concebírsele como “Jefe absoluto, dictador político y, usualmente, militar”. Deriva del latín Capitellium que castellanizado equivale a “cabecilla” con las variables de “político, militar o ideológico”. Ese sustantivo es, aunque parezca un invento, el que nos ha acompañado desde bastante lejos hasta el presente. Pero tengamos en cuenta, también, a efectos de entender a “la dupla” el significado del adjetivo “comandita” para referirnos a la “persona que acompaña a otra, séquito, comparsa, congregación, cofradía y “junta”. Esta última, como harto conocido, la que más nos ha gustado, algo mágico con “la propiedad de curar a todos los males”, y que ha servido, como un derivado para la fábrica, con asombrosa rapidez, de regímenes normativos derivados de nuestro vicio ad-infinitud para elaborarlos, al igual, que reformarlos y hasta sustituirlos. Hay bastantes evidencias, por consiguiente, para afirmar que la ecuación “caudillo y comandita” no nos ha sido del todo beneficiosa.

El caudillismo, más bien, ha dejado huellas recónditas en los países que parecieran haber pasado por las marqueterías para ser “repúblicas”, pues, quienes han presumido de ebanistas han actuado asistidos por “la ecuación caudillista y comanditaria” y en muy contados casos por serias intenciones. Los ebanistas, cuesta negarlo, no han sabido qué hacer con la madera. Las prédicas, numerosas, por cierto, se han desenvuelto en una especie de tipología posibilitadora de la consigna ¡arbitraremos una república real, beneficiosa, justa y necesaria!, las cuales han constituido un espejismo, estimulando a reacciones que suelen generarse con posterioridad, en aras de restablecer lo descompuesto y para que nos salvemos, por lo menos, algunos, del “cataclismo”. Las tentativas, tanto en lo relacionado a las expuestas, como a las iniciativas para cambiarlas, tengamos en cuenta que han sido tantas que alteran la confianza de los pueblos, hasta el extremo de que más de uno pierde la esperanza.

Venezuela, como casi toda América Latina, no ha escapado del esquema, por el contrario, ha sido mártir para su mala suerte de “la ecuación” y, por consiguiente, de una complejidad de experimentos para hacerlas realidad, pero, para nuestra mala estrella, los hechos revelan que no nos ha ido bien, generándose por el contrario diatribas insalvables entre unos y otros. En criterio de muchos se ha morado por décadas en una especie de “caterva”, para el diccionario “multitud de personas o cosas consideradas como conjunto desordenado”. Es duro decirlo y mucho más cuando cualquiera que sea el libro que se abra se pone de relieve la posición geográfica de Venezuela en América Latina, con posibilidades de transporte marítimo, aéreo y terrestre. Y, adicionalmente, que cuenta con un excelente capital humano y tiene ventajas de costos competitivas con respecto a la región. No pareciera, por consiguiente, una ofensa a la Patria preguntarse ¿Qué ha sucedido y cuáles las razones?

El fenómeno, como se escribe, es más que común en toda América Latina, calificable, inclusive, como un “maremágnum”, para los diccionarios “abundancia, grandeza o confusión”, pero, también, “muchedumbre confusa de personas o cosas”. Así pareciera calificable más de un capítulo de nuestra historia. Producto de sus propios desengaños. Los países suramericanos de hoy, es inocultable, no están preñados de satisfacciones y tanto en el contexto interno, como en el internacional. Pero, además, la barriga de la preñez, si alguien dijera que la percibe llena de bonanza, más de uno le refutaría argumentando, en chercha, la poca competencia del ginecólogo.

Un análisis objetivo en lo referente al caso venezolano conlleva a una diversidad de ciclos, no ausentes de manifestaciones anárquicas que refleja como que portáramos en los tuétanos una inclinación a rechazar a los buenos pocos momentos, abrazando a los inadecuados, premisa que más de uno toma en cuenta a fin de cuestionar nuestra independencia de España. ¿Habremos gerenciado bien la libertad ganada? No deja de ser una interrogante difícil si tomáramos en cuenta cómo estábamos y estamos.

En un trabajo de investigación titulado “Nuevos significados de la democracia que a partir de 1999 se pretende construir en Venezuela”, de Ingrid Karina Núñez y Nila Leal González, profesoras de la Universidad del Zulia, se acota que “la democracia” propuesta por Hugo Chávez, electo Primer Magistrado el 2 de febrero de 1999, se fundamentó en la legitimidad y conveniencia de los venezolanos, para participar, directa o indirectamente, como titulares de la soberanía, tanto en la elaboración, como en el cumplimiento de las providencias de los poderes públicos en aras del mejoramiento de su calidad de vida. Los valores democráticos fundamentales de la Carta Magna aprobada durante esa referida magistratura y que orientarían la participación ciudadana serían: 1. “La igualdad, 2. La solidaridad, 3. La no discriminación y 4. El bien colectivo”. Este camino conduce a las académicas a calificar al régimen constitucional como “democracia participativa”, camino para la real injerencia del pueblo, titular de la soberanía, llamado a hacer realidad un sistema de gobierno que permita a aquel su aporte y aquiescencia en la deliberación, la toma de decisiones y el control de la gestión pública. En definitiva, la formulación, evaluación y vigilancia de las políticas públicas. En el trabajo se puntualiza que el pueblo no ha de limitarse a la elección de los legisladores, gobernantes y jueces. A pesar de todas las circunstancias descritas y los obstáculos que las dificultan, las profesoras reiteran de que “a partir del orden constitucional del 99 en Venezuela se construirá un nuevo sujeto para viabilizar sus demandas a través de las organizaciones sociales, en su criterio, una derivación de la participación ciudadana». A las investigadoras ha de felicitárseles, pero advirtiéndoseles que en la edificación de las repúblicas la dicotomía entre “teoricismo y realismo” no debe dejarse de lado.

Es igualmente valedero plantear a las académicas que leamos el Preámbulo de la Constitución de la denominada Quinta República: “El pueblo de Venezuela… con el fin supremo de refundar la República para establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado, que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad territorial, la convivencia y el imperio de la ley para esta y las futuras generaciones; asegure el derecho a la vida, al trabajo, a la cultura, a la educación, a la justicia social y a la igualdad sin discriminación ni subordinación alguna; promueva la cooperación pacífica entre las naciones e impulse y consolide la integración latinoamericana de acuerdo con el principio de no intervención y autodeterminación de los pueblos, la garantía universal e indivisible de los derechos humanos, la democratización de la sociedad internacional, el desarme nuclear, el equilibrio ecológico y los bienes jurídicos ambientales como patrimonio común e irrenunciable de la humanidad”. No otra conclusión pudiera ofrecerse, que la de muy poco del abigarrado constituyente revolucionario se haya logrado. Un consejo pudiera ser el de que “las repúblicas pueden edificarse sin lenguajes rimbombantes”.

En el excelente libro del doctor Tomás PolancoJosé Antonio Páez Fundador de la República”, el destacado académico plantea que Venezuela a partir de 1811 inicia su recorrido como un Estado independiente y soberano, el cual por los cambios políticos y la guerra de la independencia fue de variada y difícil sobrevivencia. En 1830, bajo la autoridad de José Antonio Páez nació la República en su forma y con las características que posee. Por esta razón, concluye el profesor, no puede vacilarse en atribuir a Páez el carácter de creador de Venezuela. Para el profesor Rafael Arraiz Lucca la mejor bibliografía con respecto a Páez es la de Polanco.

Se escribe que desde la fundación de Venezuela como república se ha experimentado “un largo y complejo periplo en el cual pareciera que todo ha acontecido. Y la república como que se hubiese extraviado, por no decir, perdido”. Es en 1860, en el primer acto electoral de la historia republicana, cuando se efectúa por primera vez una elección, mediante votación directa y secreta, para elegir el Primer Magistrado, resultando que han sido hasta hoy 48 los presidentes que han gobernado el país. Una consideración especial ha de tener el gobierno presidido por Rómulo Gallegos, por constituir un paso determinante en la consolidación de una democracia, derrocada por el penúltimo “golpe de estado” venezolano. Evidencia, una más, de nuestra incerteza con respecto a ser república. En honor a la verdad, no puede desconocerse, sin embargo, que para 1948, cuando derrocan al novelista, los venezolanos ya habíamos entendido mejor lo que era la democracia y cuáles sus beneficios. Evidencia es que después de una década de dictadura la voluntad democrática renace con la presidencia de Rómulo Betancourt electo Primer Magistrado en 1958.

Pero, también, ha de admitirse que tanto la independencia como el autogobernarse son temas difíciles. En Argentina, país que llegó a ser tanto la primera economía como el granero más grande del mundo, después de la ruina generada por los mismos “pibes” enredados en el denominado “peronismo”, desastrosa concreción de “un populismo a mansalva”, surge el partido “La Libertad Avanza” y la escogencia de Javier Milei como primer Magistrado, hoy enredado entre la denominada “libertad de mercado” y “la motosierra” que exhibiera en la campaña electoral con una determinante necesidad de por lo menos “un motor nuevo”.

El escepticismo, para la lingüística, “doctrina que consiste en afirmar que 1. La verdad no existe o 2. Que, si existe, el ser humano es incapaz de conocerla”, nos lleva a preguntarnos: ¿Será acaso el enemigo que nos conduce al pesimismo o el “pana” a la realidad? La respuesta pareciera encontrársele en el libro “La rebelión en la Granja”, de George Orwell, con respecto al cual el escritor Jesús Carrasco expresa que el británico nos dejó un texto que se lee como una advertencia contra cualquier totalitarismo y como una defensa de la independencia, de la inteligencia y sobre todo de la humanidad. Copiando a Carrasco “El hecho de que, como ciudadanos, asistamos cada día a similares estrategias en política explicaría, por sí solo, la vigencia del libro. Donde ponía “celebraremos siempre elecciones primarias porque somos demócratas”, ahora dice “elegiremos a quien le convenga al líder del partido porque eso es lo mejor para todos”. En este sentido y habiendo descrito de un modo tan preciso el recorrido que de principio a fin sigue cualquier totalitarismo, el libro funciona hoy como una advertencia, igual que en 1945 y que, posiblemente, en 2025. Estos son los signos que anteceden al dominio: tened cuidado, parece decirnos Orwell. “Y esos símbolos, basta con levantar un poco la vista y observar, proliferan hoy por todos los rincones del globo como una señal de lo que puede venir a continuación”.

Finalicemos teniendo presente que este ensayo trae a colación el significado de palabras que en él se mencionan, entre otras, “maremagno”: desorden, confusión, alboroto, barullo, lío, jaleo, follón, desorganización, morondanga, burundanga, pero, adicionalmente, “caudillo” (en latín: capitellium, «cabecilla»), un término empleado para referirse a un “líder” (político, militar o ideológico). Aunque en un sentido más amplio, como leemos, se utiliza, también, para cualquier persona que haga de guía de otras en cualquier terreno. Finalmente se agrega que el uso que se le ha dado a la palabra caudillo ha sido por su determinante connotación política, evidencia de lo cual es “el Collage” con algunos de ellos en nuestro continente: Vicente Guerrero, México, Bernardo O’Higgins, Chile, Manuel Dorrego, Argentina, José Martí, Cuba, Gabriel García Moreno, Ecuador y Agustín Gamarra, Perú.

A los venezolanos, entre quienes afortunadamente estamos incluidos, se nos mira con tristeza por la confrontación de una de las etapas más críticas de nuestra historia, resultando no muy cuestionable si sabemos quiénes somos. ¿Seremos república? difícil la respuesta. Y hasta complejo ver al mar Caribe, que tanto amamos, entre barcos, aviones de guerra y de fusiles, todos de la denominada “nueva generación”. Pero, adicionalmente, lo que no es tontería, colocados por la “Primera Potencia Mundial”.

Permítasenos advertir que este ensayo es una versión más amplia del publicado la semana pasada bajo el título “La independencia y sus derivaciones”. Los agregados ha de manifestarse que no obvian para reiterar nuestros lamentos por no haber alcanzado “Una Patria Grande”.

@LuisBGuerra

Redacción

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