19.6 C
Buenos Aires
martes, octubre 21, 2025

espacio, tiempo y resistencia en Palestina

Más Noticias

A dos años del inicio de la ofensiva brutal del Estado de Israel sobre la Franja de Gaza (cuyas raíces se sitúan en la Nakba de 1948), Palestina se convirtió en el escenario más extremo de destrucción planificada de un territorio en el siglo XXI. Hasta la fecha, el ministro de Salud de Gaza reportó casi 70.000 palestinxs asesinadxsentre los que se encontraban mujeres, periodistas y trabajadorxs de la Cruz Roja, así como más de 20.000 niñxs. Más del 70% de la infraestructura gazatí fue destruida, incluyendo tanto viviendas como escuelas, hospitales, redes de agua y energía, etc. A lo largo de este artículo, nuestra intención será sostener que este genocidio es una producción espacial [1] : su objetivo es producir un espacio específico con características muy concretas, donde la destrucción y los desplazamientos forzados intentan redefinir la organización entera del territorio palestino.

Como estudiantes de geografía y filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba, creemos que pensar Palestina exige mirar más allá del espacio como mera superficie, entendiendo que también implica un conjunto de relaciones sociales, políticas y económicas que lo constituyen y transforman. Implica preguntarnos cómo se organiza el espacio, quiénes lo producen, quiénes lo destruyen y quiénes resisten su ocupación. En este sentido, intentaremos leer la lucha por el control y la resignificación del territorio palestino desde la perspectiva del geógrafo David Harvey, quien propuso a nalizar el espacio distinguiendo tres dimensiones: el espacio absoluto, relativo y relacional  [2]. Como veremos, esta mirada permite captar la complejidad del genocidio: su dimensión material (la destrucción física del territorio), su dimensión global (los flujos de capital y tecnología que lo sostienen) y su dimensión subjetiva (las resistencias y solidaridades que emergen como respuesta). En otras palabras, nuestro objetivo será colaborar con la comprensión de las geografías de este genocidio a cielo abierto, así como de las resistencias palestinas e internacionales que se plantan en su contra.

A continuación, haremos un recorrido a través de esas tres dimensiones del espacio (absoluto, relativo y relacional) para situarlas en el escenario actual del genocidio palestino y analizar las tensiones dialécticas que suscitan. Comprender el mapa de Palestina hoy implica comprender que “toda la geografía es geografía histórica, y toda la historia es historia geográfica”  [3], por lo que no es posible analizar la dinámica de un espacio sin su dimensión temporal, entendida como el entrelazamiento del pasado, presente y futuro que lo atraviesa. En este sentido, el genocidio se inserta en procesos históricos más amplios que moldean el territorio y las formas de vida que en él se desarrollan.

No es posible entonces comprender lo que pasa en Palestina sin rastrear la historia del sionismo y la formación del Estado de Israel, primero con el apoyo del Imperio Británico y luego de los Estados Unidos, así como las políticas de desplazamiento que comenzaron con la Nakba de 1948. El genocidio del pueblo palestino también se entiende a partir del sistema de colonización en Cisjordania y las masacres en Gaza, así como a partir de las distintas fases de resistencia que surgieron en las Intifadas o la esperanza de miles de palestinxs por regresar al norte de Gaza. Analizar estos procesos desde los tres espacios que propone Harvey nos permite comprender tanto la devastación del territorio como también la constitución de un campo de luchas y resistencias que atraviesan la historia y el presente de Palestina.

El Espacio y Tiempo absolutos

El espacio absoluto se concibe como un espacio fijo y delimitable. Harvey toma el concepto de espacio absoluto de la tradición newtoniana y cartesiana: es un espacio que existe independientemente de las relaciones sociales, que se puede medir, cartografiar y cuantificar [4]. En este marco, Harvey define el espacio absoluto como condición de la propiedad privada, cuya delimitación permite establecer quién posee qué, dónde se ubican los recursos y cómo se organiza la ocupación del territorio. La idea central es que es un espacio en cierta medida inamovible y controlable, aunque en la práctica siempre esté atravesado por relaciones sociales, económicas y políticas, como veremos más adelante.

En el caso del genocidio del pueblo palestino, esta dimensión del espacio se manifiesta en la delimitación del territorio y la organización física del control. Para comprenderla, es necesario situarla en su contexto histórico: el conflicto no comenzó el 7 de octubre de 2023, sino que se remonta a 1948, cuando el Imperio Británico (con el apoyo de Estados Unidos) impulsó la creación de un Estado judío en Palestina. Esta decisión respondía, por un lado, a la necesidad de otorgar un refugio a las comunidades judías tras el Holocausto llevado a cabo por la Alemania nazi, y por otro, a intereses estratégicos sobre los recursos energéticos de una región que poseía la mayor reserva de petróleo y gas conocida hasta ese momento.

Es a partir de aquí que el Imperio Británico decide aliarse con el movimiento sionista, cuyo objetivo era la creación de un Estado judío en las “tierras prometidas”. En efecto, Palestina es considerada la «tierra prometida» en la tradición judeocristiana, el lugar donde, según la Biblia, los antiguos israelitas establecieron su reino. Aunque el sionismo moderno es un movimiento político nacionalista, muchos de sus líderes y seguidores veían en Palestina el retorno a su patria ancestral.

En 1947, la ONU aprobó la Resolución 181, que proponía dividir el territorio del Mandato Británico en dos Estados: uno judío y otro árabe, reservando Jerusalén bajo control internacional. Aunque la población judía representaba tan solo un tercio del total, el plan le otorgaba el 56% del territorio, mientras que a lxs palestinxs (mayoría demográfica)les correspondía apenas el 43%. Este proyecto, rechazado por la población árabe y los Estados vecinos, marcó el inicio de un proceso de limpieza étnica y apropiación territorial que culminaría en la Nakba (1948), durante la cual cerca de 75.000 árabes palestinxs fueron expulsadxs de sus tierras y viviendas. Más de 500 comarcas fueron destruidas, y allí se instalaron los colonos judíos que llegaban para fundar el Estado de Israel. Como se supo a través de investigaciones posteriores, lxs habitantes de tales comarcas sufrieron expulsiones forzadas, amenazas y violaciones sistemáticas de los derechos humanos.

A partir de la Nakba, el territorio palestino fue reorganizado siguiendo una lógica de delimitación precisa: el recién fundado Estado de Israel ocupó el 78% de la antigua Palestina y más de 700.000 palestinxs fueron expulsadxs o huyeron de sus hogares, confinándose en enclaves como la Franja de Gaza y Cisjordania (bajo control militar o administración externa). Esta reorganización ilustra el intento de transformar el territorio en espacio absoluto, en el sentido que propone Harvey: un espacio medible, cartografiable y susceptible de control, donde las relaciones de poder y propiedad se proyectan sobre un soporte material fijo.

Sin embargo, el impulso expansionista de Israel no se detuvo tras 1948. La Guerra de los Seis Días (1967) permitió al Estado israelí derrotar a la coalición árabe (Egipto, Jordania, Siria e Irak) y anexar nuevos territorios, incluyendo Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este, el Sinaí y los Altos del Golán, en abierta violación de las resoluciones de la ONU que prohibían la ocupación de territorios por la fuerza. Tras la Guerra de los Seis Días, en la década de 1990 se firmaron los Acuerdos de Oslo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que establecieron la creación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y le otorgaron un grado limitado de autonomía administrativa y gubernamental sobre ciertos territorios de Gaza y Cisjordania. Sin embargo, estos acuerdos han sido incumplidos de manera sistemática por Israel, que continuó expandiendo asentamientos, ejerciendo control militar sobre amplias zonas y restringiendo la movilidad y los recursos de la población palestina. Esta situación mantiene a Gaza y Cisjordania en un estado de ocupación efectiva.

Volviendo al presente, laBBC publicó recientemente un informe que ilustra de manera contundente la política de genocidio en Gaza, mostrando cómo los ataques israelíes no hicieron más que intensificarse desde el 7 de octubre de 2023. La campaña de destrucción afectó inicialmente al norte de Gaza, obligando al desplazamiento de cientos de miles de personas hacia el sur. Sin embargo, y dado que los ataques se extendieron también hacia estas zonas refugio, podemos observar un patrón sistemático de bombardeo dirigido sobre la población civil y la infraestructura esencial. En el siguiente mapa se observa cómo los ataques, inicialmente concentrados en el norte de Gaza, fueron desplazándose hacia el sur hasta abarcar todo el borde de la Franja hacia marzo de 2025:

Durante la invasión terrestre se destruyó más del 70% de la infraestructura de la Franja, incluyendo hospitales, escuelas, viviendas y zonas residenciales, así como tierras agrícolas, mercados y panaderías, eliminando así un espacio central de abastecimiento de alimentos en medio de la hambruna y sumiendo aún más a la población desplazada en condiciones de extrema pobreza. Asimismo, la agencia de la ONU en Gaza estima que más del 90% de las viviendas quedaron dañadas o destruidas.

Más aún: según un informe de Forensic Architecture, entre octubre de 2023 y septiembre de 2024 se registraron 322 ataques israelíes contra infraestructuras, personal y sistemas de distribución de ayuda humanitaria en Gaza. Estos ataques siguieron también un patrón sistemático, donde los diferentes sitios eran atacados precisamente cuando se convertían en los principales centros de distribución de ayuda:

Al observar cómo fue destruyéndose la infraestructura a medida que se producían los desplazamientos, se vuelve clara la decisión de los mandos militares de las las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) de bombardear también los territorios hacia los que se desplazaban lxs palestinxs para lograr su objetivo de limpieza étnica. Mientras la primera ocupación militar en el norte de Gaza obligaba a más de un millón de personas a desplazarse hacia el sur, la ofensiva israelí se extendía también a estas zonas, intensificando la matanza en ciudades como Rafah y Jan Yunis. Esta estrategia militar de las FDI, combinada con el aislamiento impuesto por mar y tierra, da cuenta de la cartografía del genocidio: un control sistemático del territorio que organiza la vida y la muerte de la población palestina.

Desde la perspectiva de Harvey, podríamos afirmar que el espacio absoluto se manifiesta aquí en la manera en que el genocidio opera como herramienta para imponer un orden espacial rígido y territorialmente delimitado. El espacio absoluto de Israel es el de la política de desplazamiento y matanza del pueblo palestino.

Miles de palestinxs hoy regresan al norte de Gaza aferrándose a la esperanza de reconstruir sus hogares en lugares que hoy tan solo existen como referencias en antiguos mapas. En las redes sociales encontramos videos virales que muestran la felicidad de muchxs al volver a sus vecindarios, hoy reducidos a escombros. Sin embargo, este retorno se produce bajo condiciones extremadamente precarias: las FDI aún mantienen su presencia en la Franja y controlan estrictamente las entradas por mar y tierra. En este sentido, resulta necesario ejercitar la cautela respecto de los acuerdos de paz propuestos por actores externos (como la administración Trump), que no contemplan la autodeterminación real del pueblo palestino. Más bien, reproducen un neocolonialismo respaldado por el imperialismo y las burguesías árabes que deja intactas las estructuras de control territorial y de violencia sobre la población.

Según Al Jazeera, el frágil plan de “alto al fuego” propuesto por Donald Trump prevé que Israel retire parcialmente sus tropas de Gaza, aunque mantendría el control del 58% del territorio y de todos los cruces fronterizos, incluida Rafah (ver mapa debajo). Se denuncia que ya se han asesinado más de 70 palestinos desde el “alto al fuego”. El acuerdo, negociado sin participación palestina, implicaría una retirada por fases bajo supervisión internacional, pero mantendría una presencia militar israelí permanente. Además, tales acuerdos se centraron casi exclusivamente en la Franja de Gaza y en la negociación con Hamás, sin contemplar la situación en Cisjordania, por ejemplo, donde los colonos israelíes continúan hostigando sistemáticamente a la población palestina.

Te puede interesar: La frágil tregua se desmorona: Israel reanudó sus ataques genocidas contra el pueblo palestino

El patrón de destrucción y ocupación del presente genocidio ilustra claramente la dimensión fija del espacio absoluto que propone Harvey: se trata de un orden territorial delimitable que refleja la imposición de poder sobre la población palestina. La cartografía se convierte así en una herramienta de control del territorio. Cabe aclarar que el capitalismo se caracteriza por haber empleado históricamente la delimitación del espacio para definir la propiedad privada, organizar la explotación de bienes naturales y planificar campañas militares, con el objetivo de controlar y administrar el espacio de manera que sea funcional a los intereses del poder económico y político.

En el caso de Gaza, estas mismas lógicas se reflejan en la sistemática destrucción y control de cada sector del territorio, consolidando un espacio rígidamente ordenado y funcional al poder que lo impone.

El espacio-tiempo relativo

Si el espacio absoluto nos permitió pensar la dimensión física del genocidio, el espacio relativo desplaza nuestra mirada hacia los flujos de circulación de bienes y dinero que estructuran el capitalismo contemporáneo. Como señala Harvey, el espacio relativo no es una superficie fija sino un entramado de relaciones que dependen del punto de vista, del momento histórico y de las diversas conexiones que lo atraviesan. En este sentido, el espacio relativo se va redefiniendo continuamente según la velocidad y la intensidad de los flujos de mercancías, de capital, de información, etc.

En la actualidad, el genocidio en Palestina no puede comprenderse sin atender a esos flujos de relaciones que lo configuran desde una escala global. Las bombas que destruyen hospitales y viviendas en Gaza son el punto terminal de una red mundial de producción y logística que une a empresas tecnológicas, gobiernos y la industria armamentística. Los satélites que guían los drones, las plataformas de inteligencia artificial que asisten a las Fuerzas de Defensa de Israel, las inversiones que garantizan la continuidad de la ofensiva y el silencio diplomático de los aliados occidentales forman parte de tal estructura espacial de dominación. El genocidio, en este sentido, no se produce únicamente en Gaza, sino que solo puede sostenerse mediante la circulación transnacional del capital.

El espacio-tiempo relativo es una buena herramienta para comprender los flujos que sostienen el sistema de explotación capitalista. En este sentido, Harvey recupera el concepto de Marx cuando habla de relaciones “inmateriales pero objetivas” [5] para describir el espacio relativo: el valor de una mercancía, por ejemplo, no se muestra en su materialidad concreta sino en la red de intercambios que la hacen circular, y su valor-trabajo está objetivado en los movimientos mismos del capital. Relaciones inmateriales porque no son objetos físicos sino vínculos sociales entre productores mediadas por el intercambio; pero objetivas, porque tienen efectos reales y medibles en la organización del trabajo, en la circulación de mercancías y en la acumulación del capital, determinando así la estructura concreta del espacio y del tiempo en el capitalismo.

De modo análogo, el genocidio en Palestina no se reduce únicamente a su expresión material sino que debe entenderse también a partir del entramado de flujos que lo sostienen. La circulación de capitales, armamento, tecnologías y apoyo gubernamental que permiten su reproducción son corrientes que atraviesan el espacio y desplazan recursos y legitimación diplomática de un punto del mundo a otro. La dominación espacial, por lo tanto, no se ejerce sólo a través del control directo del territorio, sino también mediante el control y la manipulación de esta serie de flujos globales.

Otro ejemplo del espacio-tiempo relativo lo constituyen las tecnologías de la información y la comunicación. Hoy estamos conectadxs 24/7 y el mundo entero puede seguir en tiempo real lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia. Las redes sociales se inundan de videos minuto a minuto de los ataques en Gaza, y es en parte por presenciar un genocidio en vivo y en directo que se configuraron una miríada de resistencias contra Israel y Netanyahu a lo largo y ancho del globo. Sin embargo, el mismo desarrollo tecnológico que habilita la comunicación instantánea y global también se utiliza para perpetuar el genocidio. En efecto, sin las redes internacionales del imperialismo y la colaboración de las principales empresas tecnológicas, Israel no dispondría de las mismas herramientas para someter al pueblo palestino.

El espacio-tiempo relativo, entonces, permite comprender cómo el genocidio se encuentra entrelazado con las dinámicas del capital global. Ya es bien conocido el apoyo histórico de Estados Unidos a Israel, que transfiere miles de millones de dólares y armamento cada año como parte del presupuesto norteamericano, destinados directamente a las arcas del Estado israelí. Pero cabe destacar también el papel de los gobiernos europeos, que sostienen un doble discurso. Por un lado, intentaron mantener una posición crítica y condenar los bombardeos producto de las grandes movilizaciones que pusieron en primer orden la lucha contra el genocidio, pero, por otro lado, también permiten el tránsito logístico de armamento por sus puertos hacia Israel. Asimismo, las principales empresas tecnológicas (como Google y Microsoft) participan activamente en el sostenimiento del aparato militar israelí mediante proyectos de inteligencia artificial y análisis predictivo, utilizados para el “bombardeo selectivo”.

Mientras los grandes capitales sostienen sus alianzas con Israel, se desarrolla un movimiento internacional de solidaridad con Palestina, con multitudinarias marchas que solo pueden compararse con el movimiento antiguerra de Vietnam. Es decir, por un lado intervienen el imperialismo y las alianzas interestatales propias del sistema capitalista; por el otro, emerge un movimiento que se origina en la causa histórica del pueblo palestino y que se intensifica frente a la actual ofensiva genocida. Si en etapas anteriores las expresiones de solidaridad se manifestaban en la toma de universidades en Europa o en los Estados Unidos, hoy se traducen en movilizaciones de masas que alcanzan dimensiones inéditas, como la huelga general italiana del 3 de octubre, que convocó a más de dos millones de personas. La consigna “bloqueemos todo” sintetiza la acción directa contra los flujos logísticos de armamento destinados a Israel, señalando que tales circuitos (sostenidos por sus aliados y cómplices) pueden ser interrumpidos desde los nodos estratégicos del sistema (como lo evidencian los portuarios de Génova al bloquear los buques de carga israelíes).

La paralización total de Italia evidencia que el espacio relativo está condicionado tanto por la estructura de la producción capitalista como por la centralidad de la clase trabajadora en los flujos logísticos. Los lugares estratégicos de la producción y el transporte adquieren, así, un rol decisivo y su acción tiene repercusiones más allá de las fronteras nacionales, proyectándose hacia Palestina, donde se traduce en solidaridad internacional concreta como la participación en la Flotilla Sumud.

Además, la irrupción de la clase trabajadora en la huelga general italiana, expresada en bloqueos de rutas y movilizaciones masivas que articularon en una sola jornada a distintos sectores obreros junto a jóvenes, estudiantes e inmigrantes, pone de manifiesto la capacidad de los métodos de lucha (particularmente la huelga) para incidir en múltiples escalas espaciales, afectando nodos equidistantes dentro de la estructura del capitalismo.

Estos elementos permiten comprender que la dinámica espacial no puede ser analizada de manera aislada ni reducida a su representación cartográfica. Tal enfoque ofrecería, en el mejor de los casos, una visión parcial. Solo a través de la articulación dialéctica entre tiempo y espacio es posible aprehender los factores que operan a escala internacional y que se expresan de forma concreta en los procesos de producción, en la legítima resistencia del pueblo palestino y en las prácticas más violentas del capitalismo contemporáneo. Dichas localizaciones, aparentemente equidistantes, coexisten en una misma trama territorial globalizada, donde se condensan las contradicciones inherentes al sistema-mundo capitalista.

El espaciotiempo relacional

El concepto de espacio relacional, en palabras de Harvey, tiene su fundamento en la concepción espacial del marxismo. No se trata de tres dimensiones separadas (el espacio absoluto, relativo y relacional), sino de una relación dialéctica entre ellas. En otras palabras, “el espacio no es ni absoluto ni relativo ni relacional en sí mismo, pero puede llegar a ser una o las tres cosas simultáneamente dependiendo de las circunstancias”  [6]. Ahora bien, el autor retoma esta perspectiva para situar allí el eje de la conciencia de clase, entendiendo que los elementos subjetivos de dicha conciencia emergen de las relaciones concretas en el espacio, mediadas por la producción y el trabajo.

En el espacio relacional también intervienen el recuerdo y la experiencia humana. Es la memoria encarnada en miles de gazatíes que, aun entre los escombros, regresan a sus vecindarios con la esperanza de volver a ver sus casas. Un mapa puede mostrar las ruinas materiales, pero no logra representar las dimensiones afectivas, históricas y políticas que constituyen el territorio vivido. Hay elementos de la percepción del espacio vivido que forman parte constitutiva de la memoria de lxs sujetxs. En este caso, puede entenderse como una memoria colectiva de resistencia proyectada hacia un futuro de liberación: una Palestina libre.

Partir de las condiciones materiales e históricas de la opresión del pueblo palestino es central para comprender su resistencia actual y su articulación con el movimiento internacionalista, que se expresa tanto en la intención de llegar físicamente a Gaza, como en la Flotilla Sumud y en las grandes movilizaciones y huelgas con bloqueos logísticos (como las ya mencionadas en Italia). En este punto, la memoria espacial y la resistencia se entrelazan como expresiones de una misma lucha contra la barbarie capitalista expresada en un genocidio.

Con el recorrido que hemos hecho entre las dimensiones absoluta, relativa y relacional del espacio, podemos afirmar que no puede haber una Palestina libre sin un proceso profundo que ponga en jaque los puntos nodales en los países aliados o que comercian con el Estado de Israel, otorgando centralidad a la clase obrera con su método de huelga y paralización de la producción que tiene la capacidad de afectar a espacios equidistantes. Si el espacio absoluto del sionismo se basa en la limpieza étnica del territorio palestino, la salida de los “dos Estados” (al absolutizar el territorio) se vuelve impotente.

Estamos ante la mayor reacción del capitalismo mundial, frente a la escena aberrante y barbárica de un genocidio. Las acciones de solidaridad del movimiento internacional evidencian lazos relacionales con el espacio de la resistencia palestina: son el nexo entre la bronca y la indignación de millones de jóvenes en distintos lugares del mundo, y la esperanza del pueblo palestino que resiste por el futuro de su territorio. La pelea por ese futuro (el imaginario espacial de un porvenir libre) forma parte de la dimensión relacional del espacio. Allí se plantean las bases para pensar una geografía diferente, que solo puede construirse a partir de nuevas relaciones sociales de producción. La huelga italiana ofrece bases materiales para pensar que la clase trabajadora es la única capaz de detenerlo todo ante un genocidio, y que, junto a las amplias movilizaciones populares, puede abrir una alternativa distinta a la barbarie capitalista: un futuro socialista como horizonte para una Palestina libre.

[1Lefebvre, H. (2013). La producción del espacio (E. Martínez Gutiérrez, Trad.). Madrid: Capitán Swing.

[2Harvey, D. (2017). El cosmopolitismo y las geografías de la libertad. Madrid: Akal.

[3Harvey, D. (2017). El cosmopolitismo y las geografías de la libertad. Madrid: Akal. p. 157

[4Harvey, D. (2017). El cosmopolitismo y las geografías de la libertad. Madrid: Akal., p. 156

[5Harvey, D. (2017). El cosmopolitismo y las geografías de la libertad. Madrid: Akal, p. 160

[6Harvey, D. (2017). El cosmopolitismo y las geografías de la libertad. Madrid: Akal. p.164

Redacción

Fuente: Leer artículo original

Desde Vive multimedio digital de comunicación y webs de ciudades claves de Argentina y el mundo; difundimos y potenciamos autores y otros medios indistintos de comunicación. Asimismo generamos nuestras propias creaciones e investigaciones periodísticas para el servicio de los lectores.

Sugerimos leer la fuente y ampliar con el link de arriba para acceder al origen de la nota.

 

- Advertisement -spot_img

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Advertisement -spot_img

Te Puede Interesar...

El fin de semana de furia de los Hell Angels: convención anual, peleas callejeras y hasta una foto con la UOCRA

Tenían todos los componentes para presentarse como los “chicos malos” de la película: vestían camperas negras y musculosas, exhibían...
- Advertisement -spot_img

Más artículos como éste...

- Advertisement -spot_img