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viernes, octubre 24, 2025

Relocalización, energía y tecnología: el nuevo mapa estratégico entre América Latina y Estados Unidos

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FOTO DE ARCHIVO: La bandera
FOTO DE ARCHIVO: La bandera estadounidense ondea con la brisa sobre una de las entradas de la Bolsa de Nueva York, Nueva York, Estados Unidos. 19 de noviembre de 2012. REUTERS/Chip East/Archivo

En décadas asesorando operaciones y estrategias transfronterizas entre América Latina y Estados Unidos, he visto varios ciclos de entusiasmo y desencanto. Esta vez es diferente. La relocalización productiva, la transición energética y la digitalización están reconfigurando la interdependencia entre ambas regiones. Y esta oportunidad exigirá una madurez institucional y una capacidad de ejecución sin precedentes.

En un mundo marcado por las tensiones geopolíticas y la disrupción tecnológica, América Latina ha regresado al primer plano de la agenda de inversión de Estados Unidos. El capital internacional redescubre a la región por su valor estructural y su cercanía estratégica en un entorno que privilegia la confiabilidad sobre la distancia.

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en su informe del 2025, la inversión extranjera directa alcanzó en 2024 cerca de US$188.962 millones, un crecimiento de 7,1% respecto a 2023, con Estados Unidos como principal origen de capital (alrededor de 38%).

Ello demuestra que más que una cifra, esto refleja una nueva realidad, y es que los flujos ya no son unidireccionales. La relación evoluciona hacia una interdependencia madura que combina energía, infraestructura, tecnología y servicios avanzados, y que también exporta innovación regulatoria e inclusión financiera útiles para la transición energética y digital.

Relocalización productiva: El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) estima que la región podría generar hasta US$78.000 millones adicionales por año en exportaciones si capta parte de la producción que las empresas buscan acercar a sus mercados de destino.

En ese sentido, se observa cómo manufactureros norteamericanos evalúan trasladar líneas de producción a México y Costa Rica, o cómo grandes farmacéuticas exploran plantas en Brasil. El reto es transformar ventajas macroeconómicas en ecosistemas industriales integrados con energía confiable, puertos eficientes y talento técnico calificado.

Transición energética: América Latina es clave en la economía verde por su dotación de minerales críticos y potencial renovable. Perú y Chile destacan por sus marcos regulatorios y estabilidad jurídica, lo que atrae capital paciente y proyectos con métricas ambientales verificables.

Transformación digital: La digitalización atraviesa todos los sectores, generando una nueva frontera de productividad. La integración entre lo físico y lo digital mejora el monitoreo, la eficiencia y la bancabilidad de los proyectos, es decir, su acceso a financiamiento competitivo.

A diferencia de ciclos anteriores, hoy el capital global prioriza entornos estables y transparentes. En un mundo donde la política industrial responde a la seguridad nacional y la sostenibilidad, la previsibilidad regulatoria se ha vuelto el activo más valioso.

Los países deben garantizar seguridad jurídica, promover asociaciones público-privadas con reglas claras y mantener disciplina financiera. El sector privado, por su parte, debe integrarse competitivamente a cadenas de valor con estándares ambientales y de transparencia global.

Los bloques y acuerdos pueden ser plataformas de productividad si promueven interoperabilidad regulatoria y facilitación comercial.

La Alianza del Pacífico ofrece una base concreta para acumulación de origen, mientras que el T-MEC sirve de referente para integración productiva. Mercosur tiene la oportunidad de avanzar hacia mecanismos concretos que reduzcan fricciones y aceleren inversiones. El sector privado puede catalizar esa interoperabilidad impulsando estandarización, trazabilidad y financiamiento conjunto.

Energía e infraestructura: La demanda por redes eléctricas más robustas y soluciones de agua sigue creciendo. Los proyectos mejor estructurados logran financiamiento competitivo.

Minería del futuro: El foco está en extraer mejor, con menor huella y mayor productividad, gracias a la analítica avanzada y la gestión de datos.

Manufactura y servicios cercanos al mercado: Componentes eléctricos, alimentos con valor agregado y servicios de conocimiento podrán escalar con parques industriales listos y logística eficiente.

Economía digital: Los pagos, identidad digital y protección de datos serán pilares de competitividad en la geopolítica mundial.

La geografía vuelve a importar: Las Américas pueden construir una arquitectura de crecimiento compartido basada en confianza, innovación y sostenibilidad. Estados Unidos necesita una región estable y cercana; América Latina, capital y tecnología. Esa interdependencia, gestionada con madurez, puede convertirse en ventaja duradera.

Para el empresariado regional, el llamado es claro: anticiparse, asociarse y liderar. Elegir proyectos bancables, exigir reglas previsibles y profesionalizar la gestión de riesgos. Los proyectos exitosos comparten tres rasgos: gobiernos que escuchan, empresarios que invierten en gobernanza y estructuras contractuales equilibradas. El resto es ejecución.

El momento de las Américas no se medirá por anuncios, sino por proyectos ejecutados. La región ya no necesita promesas; necesita resultados. El futuro ya no se mide por potencial, sino por ejecución.

Redacción

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