La noticia de la muerte del maestro Lluís Permanyer es de aquellas que, por inesperada, aún cuestan más de aceptar. Una inoportuna caída le había provocado una lesión en el brazo que le obligaba a acudir a rehabilitación un par de veces a la semana. Sin embargo, este inconveniente no había mermado ni un ápice su capacidad de trabajo, de análisis de la realidad de esa Barcelona que tanto amaba y que, a la vez, tanto le dolía cuando en sus interminables caminatas por la ciudad su ojo clínico detectaba las mil y una cosas que no funcionan en ella, esos detalles que pasan desapercibidos para la inmensa mayoría de paseantes.
¿Cuántas veces sus comentarios habrán servido para que la autoridad municipal rectificara, corrigiera el desaguisado perpetrado, desde un atentado contra el patrimonio arquitectónico a una mala práctica de la administración y de los administrados pasando por los errores en la urbanización de una calle?
Cada martes, puntualmente, Lluís enviaba a la sección Vivir el artículo de actualidad (Cuaderno barcelonés) que complementaba su Álbum de todos los jueves, pieza semanal de lectura obligatoria para todos aquellos que disfrutamos conociendo la letra pequeña de la historia de Barcelona y sufrimos, como lo hacía él, por los estragos causados por el incivismo, el monocultivo turístico y comercial y, en definitiva, por la pérdida de identidad y de autoestima de una ciudad que demasiado a menudo no sabe hacerse respetar.
Lluís Permanyer, sobre el mosaico de Miró en La Rambla
Roser Vilallonga
Los escritos de Lluís Permanyer eran delicatessen para el lector más exigente. En ellos no faltaba ni sobraba jamás una palabra. Eran fiel reflejo del autor: su elegancia en todas las facetas de la vida, su amplísima cultura y una simpatía natural de la que damos fe todos los que hemos tenido la fortuna de conocerle. Esos artículos, una extensa y variada bibliografía y sus colaboraciones en televisión –sus reportajes para la Televisió de Catalunya sobre la figura de Ildefons Cerdà, el paseo de Gràcia o la montaña de Montjuïc son auténticos oasis de rigor y sabiduría en un desierto de mediocridad– conforman el rico legado cultural y ciudadano de un periodista irrepetible.
Nadie podría discutirle a Lluís Permanyer la condición de gran cronista de Barcelona del último medio siglo, una distinción que este senyor del Eixample (“el manco del Eixample”, como él mismo se presentaba últimamente con ese buen humor que siempre contagió a los demás), no quiso aceptar a pesar de las reiteradas propuestas que le hicieron diferentes alcaldes de la ciudad para oficializar ese reconocimiento.
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A buen seguro Lluís Permanyer será objeto a partir de ahora de los más merecidos homenajes póstumos y, después de abandonar este mundo, se le otorgarán nuevas distinciones –me consta que la Medalla de Oro de la Ciudad ya está en camino– que se sumarán a las muchas que recibió a lo largo de su trayectoria profesional. Pero sus compañeros recordaremos sobre todo la fiesta que pronto hará un año celebramos en su honor en el restaurado Cafè del Centre de la calle Girona. Un disfrutado homenaje en vida a quien más lo ha merecido.





