La primera vez que escribí sobre la invasión de senecio en este diario fue en septiembre de 2012. Eran los días finales del verano, había llovido y en la montaña de Llançà identifiqué una plantita con unas pequeñas margaritas amarillas que crecía en los bordes del camino y que entraba tímidamente en los pinares de repoblación forestal. Los brotes de los pinares eran largos y descompensados y acababan arrastrándose por el suelo. Pero las plantas de los bordes formaban unos arbustos leñosos, muy tupidos. Investigué y descubrí que existía una plaga de Senecio inaequidens, el senecio del Cabo que, al parecer, desembarcó en Europa, des de Sudáfrica, con las exportaciones de lana y ganado. Deduje que al Alt Empordà llegaba cómodamente en tren desde la Catalunya Nord. Porque en la Vía 1 de la Estación de Llançà –que viene de Figueres– no había. Mientras que en la Vía 2 –que viene de Cervera de la Marenda– era un festival. También entendí que las semillas viajaban en coche –la montaña de Sant Pere de Roda estaba llena de matas– y que era una guerra perdida. Arrancas una planta aquí y salen quince allá. En los bordes, la muy puñetera, se mezcla con las zarzas. No me importa arañarme las manos y las arranco con zarza y todo. A nuestro favor: la raíz es muy superficial. En contra: se llena de unas bolitas con decenas de semillas, centenares de bolitas con incontables semillas voladoras.
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¿Cuántos miles o decenas de miles de matas de Senecio inaequidens he arrancado desde 2012? Cuando regresé al Montseny estaba muy sensible con el tema y empecé a seguirle el rastro. Las primeras matas las localicé en un tramo de la carretera entre Santa Fe y Sant Marçal. Lógicamente, porque es una planta automovilista. Con Cris y Pau las arrancamos a cientos, sobre todo las que pasaban del borde al terraplén y buscaban la manera de entrar en el bosque. Los ciclistas nos ponían mala cara y nos regañaban tomándonos por arboricidas. “¡Son invasoras!” –gritábamos a los esforzados de la ruta–. Otro punto crítico era una collada entre la casa del Serrat y Pladúfol, en el camino de Viladrau. Se puede entender fácilmente. El viento desplazaba las semillas, que seguían el flujo aerodinámico hasta que llegaban a la collada, que actuaba como barrera. Conseguimos mantenerlo a raya hasta que Cris enfermó y, de hospital en hospital, dejamos de subir al Montseny.
¿Cuántos miles o decenas de miles de matas de ‘Senecio inaequidens’ he arrancado desde 2012?
Cuando regresamos a Llançà, tras la fase aguda de la enfermedad, constatamos que las campañas de los últimos años han surtido efecto y que se ve menos Senecio inaequidens que antes. En el Montseny ha proliferado, pero no sé si por el tipo de suelo o por la humedad, parece que no está tan a gusto. Aquí el problema gordo es el Senecio pterophorus. Dentro de quince días les contaré mis escabechinas.





