En su ensayo Las etapas de la vida, Jung plantea que no se puede vivir la segunda mitad de la existencia con los mismos objetivos que guiaron la primera.
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Redacción El País
Para el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, la vida humana se desarrolla en dos grandes etapas. La primera, centrada en adaptarse al mundo exterior, consiste en construir una identidad, una carrera y relaciones sociales. Pero llegada la madurez —alrededor de los 40 años— comienza un giro profundo: una etapa que Jung describió como “la tarde de la vida”, en la que el foco ya no está en lograr, sino en comprender y dar sentido.
En su ensayo Las etapas de la vida, Jung plantea que no se puede vivir la segunda mitad de la existencia con los mismos objetivos que guiaron la primera. Lo que antes representaba éxito o verdad, decía, pierde fuerza con el paso del tiempo. La madurez, lejos de ser un declive, es una transformación interior que invita a redefinir prioridades y a mirar hacia adentro para encontrar propósito. De ahí surgió, con el tiempo, la idea popular —aunque no literal— de que “la vida empieza a los 40”.
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Otros teóricos profundizaron en esta mirada. El psicólogo Erik Erikson describió la mediana edad como una etapa de generatividad, en la que la persona busca contribuir, cuidar y dejar huella, en contraposición al estancamiento. En tanto, Daniel Levinson, desde la Universidad de Yale, estudió la llamada transición de la mitad de la vida, ubicada entre los 40 y los 45 años, y la interpretó como un momento de reevaluación y reajuste personal. Más que una crisis, la consideró una oportunidad para equilibrar las aspiraciones con la realidad y definir un nuevo rumbo.
Desde una perspectiva junguiana actual, el psicoterapeuta James Hollis sostiene que el desafío de esta fase vital consiste en reconectarse con el alma, es decir, dejar atrás los roles impuestos —profesionales, familiares o sociales— y recuperar la autenticidad. A partir de la mediana edad, cuidar los lazos y simplificar las prioridades resulta esencial.
Más de un siglo después, las ideas de Jung conservan plena vigencia en una cultura que tiende a asociar el valor personal con la juventud y la productividad. Su mensaje propone una mirada diferente: la madurez no es el final de un camino, sino el comienzo de otro. Replantear las metas, cuidar de uno mismo y de los demás, cultivar la curiosidad y dejar un legado son tareas que dan sentido a esta nueva etapa.
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En base a El Tiempo/GDA
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