La última función de Ellas son Tango, la obra dirigida por Andrea Ghidone, en Origami terminó con el público de pie y una sala que no bajaba del todo la energía. Habían sido tres noches seguidas, pero esa velada tenía un público muy especial que había sido invitado a conciencia. Entre los espectadores estaban: Natasha, la hija de Andrea; los tres hijos de Pablo Otero, la pareja de Ghidone; familiares de la bailarina que habían viajado desde Uruguay; y figuras del ambiente como Carmen Barbieri, Carolina Papaleo y José María Muscari, quienes horas después serían testigos de un momento muy importante. El clima no era de gala ni de fiesta, sino de algo más. Entre el frenesí de la puesta en escena y la emoción de tener a los seres queridos que cruzaron el charco para acompañarla, Andrea agradeció y adelantó lo que vendría: su compromiso justamente con Pablo Otero.
Después de terminar la función, Ghidone se quedó unos minutos sobre el escenario, todavía con el pulso del 2×4. Se abrazó con las actrices, recibió flores, posó para algunas fotos. Cuando tomó el micrófono no buscó un efecto. Lo dijo a viva voz: “Esta noche es especial. Porque hoy voy a comprometerme con el amor de mi vida”. El público respondió con aplausos y acompañando la celebración. La fiesta recién comenzaba.
La preparación y el encuentro

Hubo un pequeño brindis detrás de escena con el elenco y el equipo. Copas, charlas bajas, esa mezcla de cansancio y alivio que queda cuando algo importante se termina. La obra había cerrado, al menos hasta enero. Pero la noche, claramente, no.
Andrea entró al camarín. Martín Blanco, su maquillador de años, la esperaba, también el encargado de peinarla, Fabián Sigona. Había que cambiar todo el makeup para un nuevo evento. La piel bajó de temperatura, el delineado se ajustó, el pelo se recogió con precisión. El vestido blanco calado con piedras pequeñas, de Leandro Sánchez, estaba listo. Sólo faltaba que, después de tres días de pruebas, lo modelara su dueña.
En otra sala, Pablo se cambiaba con la misma calma. Traje oscuro, movimientos lentos, como quien respira antes de nombrar algo importante. Cuando estuvo listo, fue a buscarla. La puerta del camarín se abrió sin ceremonia. Se tomaron del brazo. La gente los esperaba para compartir con ellos la alegría compartida de haberse encontrado.
Antes de entrar al salón, se encontraron con sus hijos. Natasha y los tres chicos de Pablo se acercaron sin hablar demasiado. Se sacaron fotos juntos, una de las primeras de muchas. Después, los hijos fueron al salón y Andrea y Pablo se quedaron un instante más en el pasillo. Respiraron, se abrazaron y rieron con esa sonrisa nerviosa de estar por decirse frente a todos sus seres queridos sus sentimientos.
Los discursos y el pedido

El salón estaba dispuesto con mesas redondas, luz baja y rosas rojas en los centros. Nadie hablaba fuerte. El Chino Laborde oficiaba de maestro de ceremonia, moviendo los tiempos con la sabiduría de quien sabe que lo importante es que la escena respire. Cuando Andrea y Pablo entraron hubo un aplauso contenido, íntimo.
El primero en hablar fue Pablo. “Tuve años difíciles. Mis hijos fueron sostén. Seguí adelante por ellos. Pero faltaba algo”. Hizo una pausa mínima. “Cuando te conocí, Andrea, apareció la calma. Y apareció el amor verdadero. Con vos todo es claro. Sos la indicada. Quiero formar una familia con vos”, dijo.
Andrea continuó: “Pensé que mi vida era sólo el escenario. Y durante mucho tiempo lo fue. Pero con vos apareció algo que no conocía: la posibilidad de estar acompañada sin tener que explicar quién soy”. Mirándolo a los ojos sumó: “Sos la persona indicada”.
Después de esas cálidas palabras, fue el hijo menor de Pablo quien tomó el micrófono en nombre de los tres: “Estamos muy contentos por vos. Sabemos todo lo que hiciste para que tengamos una buena vida. Te lo merecés”:
Y siguió Natasha, la hija de Ghidone. La emoción se le notaba en los ojos. “Mamá, me alegra verte feliz. Te merecés este amor tranquilo”, dijo. Sus palabras terminaron de emocionar a Andrea, quien de la mano con Pablo fue a abrazar a su hija.
Por último, la madre de Andrea también dio un breve discurso y una lección de esas de persona que saben. “Bueno… ahora viene la convivencia. Ahí se ven las cartas”, dijo y todos rieron. “Si se bancan la convivencia, es para toda la vida”, concluyó.
Lo que siguió fue el momento más esperado: el pedido. Después de escuchar a sus seres queridos, Andrea y Pablo se miraron a los ojos y llegó la frase tan esperada: “Andre, te amo. Cambiaste mi vida. ¿Te querés casar conmigo?”.
Andrea dijo sí sin esperar: “Por supuesto que sí, mi amor. Te amo profundamente”.
Los aplausos y los abrazos no se hicieron esperar. El anillo, con piedras relucientes, recorrió las mesas en la mano de Andrea que lo mostraba emocionada.
La fiesta

La cena llegó rápido: lomo con papas rosti. Mientras Pablo y Andrea saludaban a todos los invitados, mesa por mesa, la noche lluviosa afuera y cálida dentro de Origami avanzaba.
Después del postre, llegó el baile.
Los hijos de Pablo bailaron desde la primera canción, también Natasha. No había nadie sentado y la alegría compartida se sumaba a cada uno de los invitados.
La música fue bien bailable, aparecieron remixes de Sergio Denis, temas de los noventa que todos saben sin recordar de dónde, y mucho dance. Cada tanto, desde arriba, caía papel blanco y la máquina soltaba humo que se disipaba en segundos. Incluso hubo un trencito espontáneo: nadie lo propuso, simplemente se formó.
En una mesa, Carmen Barbieri saludaba y recordaba anécdotas. Papaleo conversaba. Muscari observaba y se reía. Las actrices de Ellas son Tango estaban juntas, riéndose con el cuerpo relajado.
Afuera seguía lloviendo; adentro, nadie lo mencionaba. Hubo mesa dulce, fotos y más fotos y mucho baile. Los protagonistas, sin dudas, fueron ellos, que en todo momento se mostraron súper enamorados.

Ellas son Tango: la previa como punto de partida
Ellas son Tango es una obra que no reconstruye un pasado sino que lo reescribe desde el presente. Andrea Ghidone interpreta a María Nieves, no como una figura distante, sino como una mujer que baila con una biografía que se sostiene en la espalda, en la respiración. Marisol Otero toma el pulso de Libertad Lamarque; Anita Martínez revisita el filo y la ironía de Tita Merello; Natalia Cociuffo trae la voz feroz y lúcida de Susana Rinaldi. El tango aparece despojado del museo y vuelto a escena, vivo. Con la participación especial de Lidia Borda y el Chino Laborda.
En la última función, la sala acompañó con atención. Se escuchaban respiraciones profundas en algunos monólogos, risas en momentos puntuales, cierta quietud conmovedora cuando el archivo se superponía al cuerpo en vivo. Quienes estaban ahí no solo vieron una obra: reconocieron un legado que se transmitía en acto. No hacía falta explicarlo. Cada una de las cantantes sabía de quién estaba hablando y qué significaba ese legado.
Aunque, sin duda, uno de los momentos más impactantes de esta obra, que volverá a Origami en enero, fue el momento del baile de salón de Ghidone. Allí, donde Andrea mueve su cuerpo a velocidad crucero haciendo dibujos con sus piernas con una calidad y naturalidad que conmovieron a todos los presentes.
Fotos: Gentileza Andrea Ghidone





