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martes, octubre 28, 2025

Donde el tiempo se esconde entre las torres

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Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello

Hay edificios que cuentan una ciudad.  Erguidos entre el río y el viento, se vuelven testigos del tiempo. En Montevideo, esa voz la tiene el Palacio Salvo, una torre que no envejece porque está hecha de memoria. Desde hace casi un siglo, domina el horizonte con la misma solemnidad de un viejo narrador que ha visto pasar todas las historias y aún las recuerda con claridad.

Diseñado por el arquitecto italiano Mario Palanti e inaugurado en 1928, el Salvo fue, por años, el edificio más alto de Sudamérica. Su silueta inconfundible, mezcla de Art Déco y fantasía, marcó el perfil urbano de la ciudad y sigue siendo su punto de referencia más simbólico. Pero más allá de su altura, lo que lo vuelve único es su alma. Cada rincón guarda un misterio, cada pasillo susurra una historia.

Allí donde hoy se alza el edificio, estuvo la confitería La Giralda, uno de los lugares más populares de la Montevideo de principios del siglo XX. Fue en ese salón donde, en 1917, sonó por primera vez “La Cumparsita”, el tango que terminaría convirtiéndose en himno del Río de la Plata.
De aquel eco musical surgió el deseo de levantar algo majestuoso, una torre que uniera la historia y el cielo.

Palanti, el mismo arquitecto que dio vida al Palacio Barolo en Buenos Aires, concibió el Salvo como su gemelo espiritual. Inspirado en la Divina Comedia de Dante, imaginó un edificio que simbolizara el viaje del alma: desde los niveles bajos, que representaban el infierno, hasta las plantas altas, concebidas como el paraíso.

El resultado fue una obra que desbordó cualquier categoría. Con sus 95 metros, su cúpula recortada contra el cielo y su fachada ornamentada con símbolos alquímicos y masones, el Salvo fue un manifiesto de ambición y belleza. Nació para ser un hotel de lujo y edificio de oficinas, pero la crisis económica de 1929 frustró el sueño original. El proyecto se adaptó: el hotel nunca abrió, y la torre se convirtió en un laberinto de viviendas, estudios, talleres, tiendas y sueños.

Hoy, casi cien años después, el edificio sigue habitado por más de mil personas. Es una pequeña ciudad vertical donde conviven artistas, vecinos, músicos y curiosos. Desde sus ventanas se asoma el alma plural de Montevideo.


Los misterios del Salvo

Con el paso del tiempo, el Palacio acumuló más que historia: acumuló leyendas.
Se dice que sus corredores están atravesados por túneles secretos; que Palanti escondió en sus planos claves esotéricas; que la torre, vista desde el aire, reproduce símbolos masónicos. Y aunque la verdad se confunde con el mito, todos coinciden en algo: el Salvo tiene un magnetismo inexplicable.

De esa fascinación nació el tour “Misterios del Salvo”, una propuesta de Peatonal Tours que permite recorrer sus entrañas desde una mirada íntima y narrativa.
No se trata de una visita guiada tradicional: es una experiencia sensorial, una caminata por la historia viva del edificio y de la ciudad.

Los guías —verdaderos narradores urbanos— conducen a los visitantes entre pisos y escaleras, relatando los secretos de su construcción, las leyendas que lo rodean y las vidas que lo habitaron. Se habla del sueño de Palanti, del eco de “La Cumparsita” y de los tiempos en que la ciudad se miraba en sus ventanales con orgullo.

En cada parada, el visitante percibe algo más que datos: siente la vibración de un lugar que respira.
El sonido de las pisadas en los pasillos vacíos, el olor a madera antigua, la penumbra de los ascensores de hierro, todo construye una atmósfera que roza lo onírico.
Y cuando finalmente se llega a la terraza, el silencio lo explica todo.

Desde arriba, el río se extiende como un espejo de plata, las cúpulas de la Ciudad Vieja parecen maquetas, y el aire tiene un brillo que solo se ve en Montevideo.
Allí, al borde del cielo, el Salvo revela su verdadero misterio: su belleza no está solo en la piedra, sino en la mirada que provoca.

Entre los tantos relatos que el edificio conserva, hay uno que late con especial fuerza.
En el subsuelo del Salvo, en el lugar exacto donde estuvo La Giralda, funciona hoy el Museo del Tango, pequeño y apasionante espacio que conserva objetos, partituras y fotografías de los grandes nombres del género.

Allí, “La Cumparsita” suena una y otra vez, como si el tango se negara a envejecer. Los visitantes pueden recorrer su historia, conocer el rostro joven de Gerardo Matos Rodríguez y entender cómo aquella melodía compuesta en una servilleta se convirtió en uno de los símbolos culturales del Río de la Plata.

El museo y el edificio forman una continuidad perfecta: ambos nacieron de la misma pasión, ambos sobrevivieron al tiempo.
El tango le dio identidad a la ciudad; el Salvo, su silueta.

Un centinela del tiempo

Declarado Monumento Histórico Nacional en 1996, el Palacio Salvo no es solo una joya arquitectónica: es un retrato vivo de la Montevideo que fue y la que sigue siendo.
Su fachada, vista desde la Plaza Independencia, parece dialogar con el Teatro Solís y el mausoleo de Artigas, formando un triángulo de historia y arte.

Cada hora del día lo transforma. Por la mañana, el sol dibuja sombras largas sobre sus balcones. Al atardecer, la piedra se tiñe de cobre y la cúpula se enciende como un faro.
Por la noche, iluminado, parece un castillo suspendido en el aire.

Quienes lo recorren descubren que no hay edificio más humano. Está hecho de grietas, de ecos, de suspiros.
El Salvo no se contempla, se siente. Es una presencia que acompaña a la ciudad, como un abuelo que todo lo sabe y sonríe desde su altura.

Cada capital tiene su símbolo, y el Salvo es el de una ciudad que eligió la belleza sobria, la poesía cotidiana y el silencio amable.
Desde su terraza, el visitante comprende que esta no es solo una torre: es una metáfora.
Representa el sueño de construir algo que trascienda el tiempo, una obra que conecte tierra y cielo, historia y deseo.

Quizás por eso, quienes lo visitan salen con la sensación de haber sido parte de algo más grande.
El Palacio Salvo no se impone: inspira.
Y mientras las luces de la plaza se encienden y los tambores del Barrio Sur comienzan a sonar a lo lejos, el viejo guardián del cielo sigue en pie, mirando el horizonte, como si supiera que aún le quedan muchos secretos por contar.

Para la ruta Buenos Aires–Montevideo, Buquebús opera con 25 frecuencias semanales, manteniendo salidas diarias y múltiples horarios por jornada. 


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Redacción

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