Si es usted peruano y desea llegar a lo más alto en la política de su país, no le arriendo la ganancia, como diría un castizo. Desde hace cuarenta años (por no remontarnos mucho más atrás), llegar a la presidencia de la República es la mejor garantía de un mal final. El presidente Alan García se descerrajó un tiro en la cabeza cuando la policía se disponía a detenerlo por una acusación de financiación ilegal. El presidente Alberto Fujimori, acosado por denuncias de corrupción y homicidio, huyó a Japón y le acabaron cayendo veinticinco años de cárcel. El presidente Alejandro Toledo fue condenado por corrupción y blanqueo de capitales, delito este último por el que también fueron condenados los presidentes Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski. Por su parte, el presidente Martín Vizcarra, acusado de haber aceptado sobornos, se encuentra en la actualidad en prisión preventiva, y el presidente Pedro Castillo, que hace tres años intentó darse un golpe de Estado a sí mismo, se enfrenta a una petición de treinta y cuatro años de cárcel. Está por ver qué le ocurrirá a su sucesora, la presidenta Dina Boluarte, apartada del cargo hace dos semanas, después de que el Congreso le atribuyera una “incapacidad moral permanente”…
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