El triple femicidio de Brenda del Castillo, Morena Verdi y Lara Gutiérrez, ocurrido hace un mes en Florencio Varela, expuso la crudeza de la violencia machista y el abandono estatal que atraviesan muchas niñas, adolescentes y mujeres en la Argentina. Las tres jóvenes fueron asesinadas en un contexto atravesado por el narcotráfico y el caso reveló una trama más profunda donde la pobreza, las adicciones y la falta de oportunidades empujan a situaciones de riesgo extremo frente a un Estado nacional que no garantiza protección ni apoyo.

Sin acceso a educación ni a un trabajo formal, miles de mujeres sostienen sus hogares en condiciones precarias, recurriendo a actividades de riesgo para sobrevivir. La prostitución, el narcomenudeo o el trabajo doméstico no registrado aparecen como únicas salidas posibles en un sistema que las explota y cosifica. Según el Observatorio Lucía Pérez, en lo que va del año hubo 217 femicidios, 21 ocurrieron en octubre. Y mientras esto sucede, el mileismo desmantela políticas de género e ignora el contexto de extrema vulneración que viven miles de mujeres.

Frente a esta realidad, la psicóloga y periodista Liliana Hendel, secretaria de Mujeres, Políticas de Género y Diversidades de La Matanza, advierte: “Vivimos tiempos de austeridad en los cuales el dinero que debería llegar a la provincia de Buenos Aires y a los municipios no llega por decisión anticonstitucional del Gobierno nacional”. Explica que, aunque la provincia mantiene sus políticas de género, “el desfinanciamiento nacional afectó los programas más sensibles, como el Acompañar, que brindaba un aporte económico importante para mujeres y diversidades”. Para Hendel, su eliminación “significó la pérdida de una herramienta concreta para iniciar proyectos y recuperar autonomía”.
Contener y acompañar
La Fundación Mediapila
El vacío que deja el Estado es ocupado, en parte, por organizaciones sociales y feministas que sostienen la vida cotidiana de muchas mujeres. Una de ellas es la Fundación Mediapila, que hace veinte años trabaja desde Villa Crespo en la inclusión laboral de mujeres en situación de vulnerabilidad y es impulsada por un grupo de jóvenes comprometidos con la desigualdad social.
Desde un principio, la fundación detectó que muchas de las mujeres que se acercaban para recibir su apoyo eran madres solteras con pocas oportunidades de acceder a la educación o al empleo formal.

La organización trabaja con un modelo integral que combina formación técnica, acompañamiento psicosocial y desarrollo personal, con cursos gratuitos de costura y tecnología. A través del programa “Mujeres Programando Futuro”, por ejemplo, capacitan en programación y desarrollo web para reducir la brecha de género en el sector tecnológico. “En los últimos cinco años hemos acompañado a alrededor de 300 mujeres por año y más de la mitad de nuestras egresadas han conseguido un empleo”, asegura Natalia Stanchi, directora ejecutiva de Mediapila.
El trabajo de Mediapila resignifica lo que fue el espíritu del Programa Acompañar mencionado por Hendel, ya que provee herramientas para la autonomía económica y no solo asistencia temporal. Con un modelo de financiamiento mixto, que combina becas empresariales, donaciones individuales y una unidad productiva textil, la fundación demuestra que la capacitación con perspectiva de género puede transformar vidas. La diferencia es que lo que antes era una política pública hoy depende, cada vez más, del esfuerzo social colectivo, y no llega a todas ni a todo el territorio.
Caracolas Feministas
En los barrios del oeste del Conurbano esta tarea de sostén adopta otra forma en la organización Caracolas Feministas, que surgió en 2017 del encuentro entre militantes de distintos espacios territoriales que buscaban “construir feminismos con una mirada de acompañamiento”. Frente a instituciones que intervenían “desde una lógica vertical y hetero-cis”, propusieron una metodología comunitaria y autogestiva, “centrada en la escucha, la empatía y la presencia”.
“Elegimos el acompañamiento feminista porque veíamos que muchos espacios institucionales no escuchaban, sino que imponían soluciones”, explican desde la colectiva. Caracolas no recibe apoyo estatal y se financia con actividades culturales y aportes voluntarios. A través de teatro-debate y espacios de encuentro, promueven el diálogo y la reflexión sobre la violencia machista, generando redes de contención que muchas veces son la única vía de escape para mujeres en situación de riesgo.



Ambas organizaciones coinciden en que el Estado está ausente ante las problemáticas feministas y que las redes de apoyo deberían complementar las políticas públicas en esta materia, no tener que cubrir su tarea ante la carencia de las mismas. Desde Caracolas afirman que “no hay programa ni ayuda estatal que aborde la problemática de forma integral”, mientras que Mediapila advierte que “muchas organizaciones nacen para cubrir los espacios donde el Estado no llega”.
Liliana Hendel reconoce la importancia de estas redes y afirma que desde la Secretaría de La Matanza se trabaja en articulación con varias de estas organizaciones. “Lo que hicimos fue fortalecer a la sociedad civil y a las organizaciones de base de los territorios, integrándolas a la gestión municipal”, señala. Sin embargo, admite que “la crisis limita nuevas contrataciones y recursos”, lo que hace aún más difícil sostener una política de género integral.
En un país donde la desigualdad y la violencia se profundizan, la sororidad aparece como una respuesta política y vital. Mediapila y Caracolas representan dos modos distintos de la misma lucha, desde promover la autonomía económica al acompañamiento emocional y comunitario de mujeres en situaciones de vulnerabilidad.

El asesinato de Brenda, Morena y Lara fue una herida colectiva, pero también demuestra que, frente a la indiferencia y la cosificación, las mujeres no se rinden, sino que se organizan, se acompañan y transforman su dolor en acción. Las redes invisibles que se construyen son hoy el tejido más fuerte de un país que todavía les debe justicia, igualdad y un Estado verdaderamente presente a las miles de víctimas de violencia de género y sus familias.
Texto: Martina Ransanz
Esta nota fue escrita en el marco del Taller de Gráfica VI de la licenciatura en Comunicación Social de la UNLAM.





