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martes, noviembre 4, 2025

Tabaré Rivero: «Hoy la mejor manera de transgredir es ser amable, hacer las cosas bien, agradecer»

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En estos 40 años al frente de La Tabaré, Tabaré Rivero se volvió uno de los grandes artistas de la música uruguaya y, sin duda, uno de sus más lúcidos y originales poetas.

Con una independencia a rajatabla, construyó una obra importante y querida. “Nunca nos fue mal”, dice y tiene razon.

Y estos 40 años y sus decenas de canciones hay que celebrarlos: será en el Teatro de Verano este sábado 8 a las 21.00 (Tickantel).

Sobre eso, Rivero, que siempre es de charla interesante, habló con El País. Acá un resumen de ese diálogo.

—En estos 40 años ha conseguido no perder su independencia. ¿Esa es una victoria personal?

—Eso de la independencia viene de la escuela teatral. En el teatro independiente aprendí que uno tiene que trabajar en otra cosa si quiere hacer el arte que quiere. Si no terminás haciendo algo comercial y fácil para llevar el pan a la mesa. Lo primero que hice fue buscar un laburo para hacer el arte que yo quería y cuando lo conseguí me quería morir: nunca fui feliz laburando. Lo mío era estar en el teatro, en los bares escribiendo poemas horribles. Y con la banda nunca busqué el éxito. Hernán Rodríguez, que tocó conmigo mucho tiempo, me decía “vamos a buscarle la onda para que sea exitoso”. “¡No, no, no!”, le discutía yo con una mezcla de algo hippie y político.

—¿Combina entonces, el espíritu del teatro independiente y del rock?

—En mi formación cultural es muy fuerte el teatro independiente porque me acercó a cosas que no hubiera conocido y me abrió a un panorama intelectual interesante. Eso sí, no soy intelectual: leí mucho pero no tengo memoria.

—Y está el inalterable espíritu rockero.

—Sí, porque en mi vida, si bien nunca fui un reventado, siempre fui muy anárquico (se interrumpe) Perdón, no está bien utilizar la palabra anarco porque ser anarco no es ser pelotudo y yo fui muy pelotudo e hice cosas que no servían para una vida intelectual prolija. Lo mío viene de lo teatral y en la cantidad de música y revistas que consumí desde los 13 años. Cuando mis compañeritos de clase escuchaban a Palito Ortega yo andaba con Grateful Dead o The Who.

—¿Y cómo llegó al rock?

—Mi tía me llevó a ver Help de los Beatles. No quería ir pero cuando salí del cine todo había cambiado. Antes había escuchado a Johnny Tedesco, que para mí es más rockero que Sandro, a los otros de El Club del Clan, alguna de canción de Palito Ortega. Pero cuando cumplí siete años, ya me di cuenta que eso era una bobada. Ahora el rock tiene bastante de esa bobada: hay mucho Palito Ortega en el rock de hoy.

—¿Cuándo murió el rock?

—Con Kurt Cobain. Quizá para mí murió un poquito antes porque me lo mató la dictadura. Tuve 10 años en los que no escuchaba rock y estaba metido en una cosa más política y escuchaba canto popular que si bien me interesaba solo el 30 por ciento de las cosas que había ahí, políticamente quería estar codo a codo con el público.

—¿Y de Cobain para acá, nada?

—Bueno, Jack White me gusta mucho pero porque tiene mucho que ver con el rock de los 70.

—Música de veteranos.

—Exacto.

—El rock para usted era identitario. ¿Qué ve como identitario hoy de los jóvenes?

—Rap, trap, qué sé yo.

—¿Y eso conserva cierta rebeldía del rock?

—Algunos sí. Mi hijo me rezonga diciéndome, “loco, amplia la cabeza porque sos un viejo retrógrado”. Y tiene razón. Y escuché a Wos y a otros y me di cuenta que tienen una rabia y una fuerza al cantar y al expresar arriba del escenario, que está interesantísima y que viene mucho del rock. Todos los géneros siempre tuvieron al que va detrás de algo más elaborado para darle a la gente y el que busca ser aplaudido y nada más. El lado bastardo y el lado interesante y yo siempre pretendí estar del lado interesante. Si lo logré o no, es otro mambo, pero siempre estuve tratando de darle a la gente otra cosa.

—¿Cómo ha cambiado lo que dice con el paso del tiempo?

—Hay cosas que ya no puedo cantar. Por ejemplo, “Todos somos subversivos” o la obra La ópera de la mala leche, que fue un éxito de público para el under en los 80, pero si la tuviera que hacer ahora, me daría vergüenza, porque nada de lo que se decía ahí tiene valor. La rabia era contra los militares y ahora hay un mundo en el que no se sabe cuál es el enemigo. Antes decir “mierda” era transgresor; hoy es más difícil transgredir.

—¿Y cómo vive eso un transgresor como usted?

—Hoy la mejor manera de transgredir es ser amable, hacer las cosas bien, agradecer; todo lo que antes no hacía. Antes le decía a la gente: “Si te gusta, te gusta, y si no te gusta, te vas”. Y ahora es todo lo contrario: “Gracias por haber venido”. Ser educado es transgresor. El mundo se ha convertido en algo muy maleducado.

—¿Cómo es ser rockero a los 68 años?

—Yo la llevo bien, cómodo. Me estoy dando cuenta de que el rock no es masivo. Lo lamento por aquellos que están escuchando otra cosa y se pierden esta energía maravillosa que es el rock.

—¿Cuál fue un gran momento en estos 40 años de carrera?

—Un momento divino fue cuando grabamos Placeres del sado-musiquismo. Tenía muchos amigos dentro de la banda: Daniel Maggiolo, que era sonidista; Rudi Mentario, amigo de la adolescencia; Andrés Burghi; Alejandra Wolffy Andrea Davidovics, amigas muy cercanas y Pablo Reyes, bajista, que en su momento también fue amigo. Era un grupo muy lindo y armé ese disco con mucho amor.

—Es que sus discos tienen rabia, pero también amor.

—Todas mis canciones son de amor. Lo que pasa es que no soy romántico. Pero amor hay: a la humanidad, a la libertad. Cuando digo que odio al poder, estoy diciendo que amo la libertad. Y en mi vida personal amo mucho también.

—¿Cómo es la dinámica de la banda hoy?

—Trato de que seamos un grupo unidísimo. Ellos también tratan. Este grupo me encanta: hace 10 años que estamos. Y, por ejemplo, no se habla de plata en La Tabaré. Hay un fondo común y todos cobramos igual. Yo antes sumaba los derechos de autor porque todas las canciones son mías, hasta que un día decidí no cobrar más del cachet de los toques en vivo, solo cobrar en Agadu.

—Y eso que la banda se llama como usted.

—Si hubiera sabido que íbamos a estar tanto, la llamaba de otra manera. Creí que iba a durar apenas los cinco toques que hicimos en el Circular, pero se agotaron y seguimos.

—¿Cambió mucho el público?

—Cien por ciento. Al principio analizaba, escuchaba todo, les gustaba esto y lo otro. Ahora ya se desvirtuó y se mezcla todo. Escuchan La Tabaré, los Buitres, Los Fatales o un trapero que habla en cubano de Miami, todo junto. Está todo demasiado lavado. Dicen “festival de rock” y te invitan a gente que no hace rock. Es raro.

—¿Está desencantado con el presente?

—Sí, pero ese desencanto lo traigo hace años. Creí que íbamos a transformar algo primero con los hippies y después con los punks. Y no. Muchos se volvieron empresarios, gerentes, o se conformaron con criar panza y mirar televisión. Se les terminó aquella rebeldía.

— Ahora a festejar los 40 años. ¿Está contento de haber llegado tan lejos?

—Sí porque, hay público todavía. Por suerte nunca nos fue mal. Y ahora espero que en el Teatro de Verano tampoco.

—¿Con qué los va a recibir?

—Con un paseo por todos los discos, por las canciones que la gente quiere escuchar, por otras canciones que no tocamos nunca y que la gente quizás no quiere escuchar, y también algunas nuevas. Y, como se suele decir, muchas sorpresas.

Redacción

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