“Los que quedamos somos contados con los dedos de una mano”, dice Carlos Tronelli al repasar la cantidad de bodegas que quedan en pie en la región luego de casi 100 años de vida. La bodega Clemente Tronelli fue una de las que dio batalla a los vinos “de mesa” que llegaban desde Mendoza en la década del 60 y el 70 del siglo pasado. “La idea de aquellos años era hacer volumen”, admite mientras administra un establecimiento que llegó a tener una capacidad de almacenamiento de 1.050.000 litros. Se refiere aun pasado en que Río Negro era la tercera productora de vinos detrás de Mendoza y San Juan, con 17.000 hectáreas de vid plantadas. Hoy, con una actividad orientada a los vinos de calidad, esa superficie se redujo a unas 1.500 hectáreas.
Un 26 de diciembre de 1912 su abuelo Clemente llegó desde Italia, y al año siguiente se instaló en General Roca. En ese momento estaba en marcha la obra del canal grande. Un equipo de trabajo avanzaba desde Barda del Medio, y otro desde Ingeniero Huergo. Y allí fue don Clemente, a pedir trabajo, y logró un puesto como cocinero.
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Cuatro hectáreas de viñedo resisten en medio de la urbanización de General Roca. Un mudo testigo de los pioneros y del pasado vitivinícola de Río Negro. Foto: Fabricio González.
17 años más tarde, logró reunir a toda su familia (un 29 de junio de 1929), frente a su propia bodega para celebrar el casamiento de su hermana mayor.
Se trepaba a un sulky, que Carlos aún conserva, y salía a realizar el reparto por el pueblo aún joven que había crecido en torno a un fuerte militar.
Levantó paredes que aún están de pie, un techo de pinotea, sobre el cual se puso barro, y por encima tiene chapa. Dentro de la bodega, en pleno verano, la temperatura se mantiene en torno a los 21°C.
Y el frío es clave para la elaboración del vino. Cuando no se lo controla, los aromas que deben estar dentro de la botella, se escapan e inundan los ambientes.
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El legado que se mantiene: envasar en damajuana y trabajar sin intermediarios son consignas que Clemente Tronelli ha conservado a través del tiempo. Foto Fabricio González.
Del azar a los varietales
A Carlos no se lo ve atado a la nostalgia y sí tuvo -como empresario-, la necesidad vital de reinventarse. Cuando se le pregunta cómo se planificaron las primeras 200 hectáreas y cómo se fueron eligiendo los varietales, asegura que “era todo más o menos al azar, había de cada pueblo un paisano”, y eso lo obligó a iniciar, hace poco más de 25 años, una reconversión que desembocó en plantaciones de varietales puros, como Merlot, Cabernet Franc y Torrontés, además de una reciente plantación de casi una hectárea de pinot negro.
Antes todo pasaba por las uvas blancas, para atender a un mercado que demandaba clarete, blanco y rosado. Hasta antes de la pandemia Carlos cargaba sus damajuanas y botellas y salía a recorrer él mismo los caminos de la región sur para hacer las ventas.
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La reinvención como clave: Carlos impulsó la transición de la bodega Clemente Tronelli, pasando del vino de mesa al cultivo de varietales como Merlot, Cabernet Franc y Pinot Noir. Foto: Fabricio González.
Eso, el trabajar sin intermediarios, y envasar en damajuana son cosas que se mantienen en esta bodega con el paso del tiempo.
“Se trabajaba casi a puertas cerradas. Venían los camiones, cargaban y se iban. Había veces que hasta nos quedábamos sin vino. Uno atendía el camión, y después volvía a trabajar a la chacra”, recuerda.
Hoy sigue al pie de la viña porque considera clave su manejo, sobre todo le etapa de la poda. Y también se trepa al tractor cuando es necesario.
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Paredes levantadas por el abuelo Clemente que aún están de pie. En el interior de la bodega, el techo de pinotea y barro mantiene una temperatura ideal de 21°C para la elaboración del vino. Foto: Fabricio González.
«Cambiar la mentalidad»
Segura que “los análisis son sagrados”; y sobre todo tener en cuenta que todas las variables estén equilibradas antes de embotellar. Antes “no se hacía ni control de ph (grado de acidez), o no había control de temperatura”, acepta. Cuando se lo consulta cual fue el primer paso para pasar de un establecimiento dedicado al “vino de mesa”, a este presente atado a los varietales (lo que antes se llamaban “vinos finos”), asegura que “lo primero que hay que cambiar es la mentalidad”.
“Antes se trabajaba pensando en el volumen y hoy hay que trabajar por la calidad”, y eso desemboca en un presente que no es de abundancia. A pesar del potencial que todos los expertos le reconocen a la región, “el consumo de vino en el mundo viene en caída, y el mercado interno también ha caído”.
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Etiqueta para tapa de bordalesa de cuando se vendía vino a granel. Foto: gentileza
Recuerda una reunión de bodegueros de hace 40 años realizado en General Roca, donde uno de los más prósperos empresarios del sector, ante el avance de los vinos finos, le comentaba: “Si el vino de mesa siempre anduvo, creo que nunca va a dejar de andar”. Eran épocas en que “nosotros, por ejemplo, vendíamos el 100 por ciento de la producción”.
Pero, por escala (mayor volumen y menores costos), la industria del vino de Cuyo, fue desplazando de la mesa diaria los vinos regionales. Así fue que se pasó de 220 bodegas a fines de los años 60s, a las 33 registradas en 2023.
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Las viejas piletas de 90.000 litros fueron redimensionadas a 20.000 litros. El paso a los vinos de calidad exige capacidades más pequeñas y un control más riguroso de las variables. Foto Fabricio González.
Hablando de legados
Dejar de lado el vino de mesa, con su legado y su historia, no fue un paso fácil. En ese proceso se dejaron atrás el manejo intuitivo, y en el caso de Tronelli, desde hace algunos años cuenta con el asesoramiento del enólogo Mario Lascano, reconocido por su paso por otras bodegas de prestigio internacional.
“Me cambió la vida”, admite Carlos, cuyos vinos han ido ganando terreno en la provincia a fuerza de buenas críticas, como las que cosechó a lo largo de algunas exposiciones rurales, donde sus vinos fueron el acompañamiento de almuerzos o cenas de ganaderos.
La premisa es evitar intermediarios, otro de los legados históricos de sus predecesores, y si bien quedó atrás la época de salir por los caminos a vender, hoy se sigue con esa consigna, a tal punto que “entre el 60 y el 70% de nuestras ventas las realizamos acá en la bodega”, a partir de una sólida cartera de clientes de muchos años, a lo que se suma el “boca en boca” que se genera en los restaurantes de la cordillera y en los negocios de regionales que funcionan al costado de las rutas. De allí surgen compras directas por internet, a lo que se suma un punto de comercialización en Buenos Aires, que vende directo a vinotecas.
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Carlos Tronelli, al frente de la bodega familiar que ya suma casi 100 años de historia. Hoy, la producción está enfocada en vinos de calidad y varietales puros. Foto Fabricio González.
Las viejas piletas de 90.000 litros cada una se convirtieron en cuatro piletas de 20.000 litros. Porque ir a vinos de calidad demanda capacidades más chicas. “Para hacer un blend (corte de distintos varietales) tal vez no necesitás más de 2.000 litros”, aclara Carlos, quien ahora junto a sus dos hijas comenzó a andar el camino del enoturismo, y ofrecen almuerzos una vez al mes en su establecimiento.
Carlos trabaja en la bodega familiar, pero su padre supo comprar otra bodega pequeña justo enfrente. O sea que, vive en una bodega, cruza la calle, y trabaja en su bodega. Un alto galón de ladrillo espera ser remodelado, mientras viejas maquinarias se ordenan a modo de museo. Este nuevo emprendimiento tiene la ventaja que la chacra se encuentra a unos 500 metros de la calle Jujuy, uno de los accesos a la ciudad. Resisten aun 4 hectáreas de viñedo en un entorno de urbanizaciones, como testigo de un tiempo que va quedando en el olvido, pero que a través de sus frutos da testimonio de una época de pioneros.





