María (40 años) trabaja de teleoperadora para un servicio de información institucional. Acostumbrada a lidiar a diario con ciudadanos demandantes y a menudo impertinentes, atendió recientemente a uno que la increpó. Sucedía a menudo. Lo inusual fue su respuesta. “Le dije que nadie le tenía manía, que no sabíamos quién era y que no nos importaba. Que dejara ya de molestar y de hacerse la víctima, que teníamos demandas más importantes que atender. Me asustó descubrir que estaba de pie y que había subido el tono de voz hasta gritar”.
]]>





