Con una demora de media hora, y apenas pasadas las 13 en Buenos Aires, apareció, vía Zoom, en la pantalla el flamante Premio Cervantes, el intelectual y académico mexicano Gonzalo Celorio. El esplendor de la escenografía lo puso el Instituto Cultural Helénico, donde tuvo lugar la rueda de prensa con treinta y cinco periodistas conectados de todo el mundo hispanohablante y más reporteros presenciales.
Gonzalo Celorio. (AP Photo/Berenice Bautista)“Elegante voz y azote de la memoria”, le llaman algunos compatriotas. Con casi cincuenta y cinco libros publicados, Celorio es –con palabras del narrador mexicano Jorge Volpi– “una sinuosa mirada hacia el mundo, reconcentrado en la Ciudad de México, siempre desde la perspectiva de un yo curioso y acechado, que aprehende su propio pasado, y con él el pasado compartido, y a partir de allí lo retuerce y reinventa”.
Celorio ha concentrado su obra y su trayectoria en una frase memorable: “La ciudad se vuelve la geografía de la memoria: todo lo que he sido, y todo lo que he perdido, permanece inscripto en sus calles como una partitura secreta que sólo yo puedo leer”.
Generoso y gran lector, es dueño de una biblioteca monumental. Hijo de una familia numerosa, su vida ha transcurrido entre libros, propios y ajenos. Narrador, ensayista, académico y figura central en la literatura mexicana contemporánea, “una memoria del México moderno y un espejo de la condición humana”. Profesor, crítico literario y editor (dirigió el Fondo de Cultura Económica), ama todo lo vinculado con los libros: desde sus encuadernaciones hasta su nomenclatura, el peso de los volúmenes y las primeras ediciones, varias de ellas autografiadas por sus contemporáneos, algunos ya fallecidos.
Primera novela
Publicó su primera novela, Amor propio, en 1992, y ha seguido sin pausa hasta su última ficción, Los apóstatas (2020), y su trabajo autobiográfico más reciente, Mentideros de la memoria, de 2022.
Y retiemble en su centro la Tierra (1999), Tres lindas cubanas (2006), El metal y la escoria (2015) y Los apóstatas (2020) se cuentan entre sus obras más destacadas, todas publicadas por Tusquets (sello del Grupo Planeta). Celorio se reconoce como discípulo del exilio español, y ese lazo con España es robusto por historia familiar: su abuelo paterno era asturiano y el materno, aragonés.
El director de Tusquets, Juan Cerezo, destacó que Celorio haya sido reconocido por el jurado del Premio Cervantes como un intelectual integral. “Su obra está repleta de ironía, de erudición, de ternura y de rigor”, afirmó. Cerezo dijo que la reciente memoria del Cervantes, Ese montón de espejos rotos, que toma su título de un poema del argentino Jorge Luis Borges (“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”), publicada hace apenas tres semanas, reafirmará su valor a la luz de la distinción recibida. El Premio Cervantes es el galardón más alto en lengua española.
Esta es la síntesis del diálogo de Celorio con la prensa, que comenzó con una pregunta sobre la violencia en México, que en sus diferentes expresiones está en el día a día de los mexicanos.
Gonzalo Celorio. (AP Photo/Berenice Bautista)Con la voz un poco disminuida, el Cervantes respondió: “Hay una diferencia importante entre texto y contexto. Este contexto de violencia es desesperanzador, un ámbito muy deprimente, pero sigo pensando en la fuerza y la paz que existe en el texto que, de alguna forma, refleja el contexto, pero que se opone también. Hay una serie de recursos literarios y creativos donde se va creando un mundo, donde la violencia que sirve de referente de alguna forma queda exorcizada con un espíritu esperanzador que no existe en la realidad, pero sí existe en otra realidad, que es la literatura. No porque la literatura pueda competir contra esa realidad, pero sí es una suerte de remanso de paz, de reflexión y de imaginación, que resulta muchas veces alentador. La literatura refleja la realidad, pero también la exorciza”.
Y siguió: “Toda obra narrativa es una especie de respuesta a un conflicto que genera la necesidad de escribir. Un conflicto que no se resuelve necesariamente en la novela misma. El conflicto que suscita la escritura no lo resuelve la novela, pero lo exorciza. La literatura rearticula la realidad, porque amplía las escalas y las categorías. La realidad que genera la literatura es mucho más amplia”.
Puso luego un ejemplo precioso: “Nosotros podemos conocer mejor la problemática del medio rural mexicano leyendo la literatura de Juan Rulfo que leyendo cualquier otro discurso político, histórico o sociológico. Esta literatura no se limita a decir lo que los seres humanos dicen, hacen o piensan, sino que también da cuenta de lo que sueñan, lo que inventan, lo que recuerdan, aquello en lo que creen. En el caso de México, la literatura puede dar cuenta no solo de la violencia, sino también de lo que anhelamos y lo que quisiéramos que ocurriera”.
Enseguida respondió una pregunta de Clarín, que le trasladó Myriam Vidriales, directora de Marketing y Comunicación de Grupo Planeta en México. Quisimos conocer su opinión sobre la relectura que se está haciendo en América Latina sobre la colonización española, sus actos de civilización pero también de barbarie.
Al respecto, Gonzalo Celorio reflexionó: “Este es un tema muy en boga, porque efectivamente desde el sexenio pasado hay una actitud del sistema político, de los gobernantes actuales, de señalar que lo de España en la conquista fue una atrocidad. No quiero decir que esa atrocidad no existió, porque fue una conquista violenta. Pero hay que decir que cuando aquello ocurrió España no era España, como México no era México. Si nos ubicamos en el contexto ideológico, político y cultural, advertiremos que esta violencia era más o menos pertinente. Hay otro fenómeno que debería tomarse en cuenta para complementar y, a veces, para contradecir esta consideración. La conquista española, a diferencia de la inglesa, en América Latina tuvo una actitud de integración muy importante. Es decir, frente a la otredad, que no estaba en el repertorio de valores de la cultura hispánica, no había más que dos maneras de enfrentarla: o se acababa o se asimilaba. Así se procuraba que esa otredad se comportara conforme a este repertorio de valores. A eso se refiere el mestizaje, desigual por supuesto, porque la mayoría de esa mixtura fue entre hombres españoles y mujeres indígenas, y no al revés”.
Gonzalo Celorio. (AP Photo/Berenice Bautista)Agregó que “la otra corriente de asimilación fue la catequesis. La idea de que la religión cristiana era ecuménica y no la religión de un pueblo elegido. En ese sentido, los españoles trataron de llevar la palabra de Dios, en términos alegóricos, a esa viña sin cultivo. En términos lingüísticos resultó importante. Siempre se dice que el español fue la lengua de conquista, pero la conquista espiritual fue más importante y configuró una cultura y una ideología. Para cumplir su cometido, los misioneros aprendieron las lenguas originarias. Al final de los tiempos coloniales, muy pocas personas hablaban español. No llegaban a ser más que tres millones en comparación con la población original. Fue con los movimientos de las revoluciones de independencia que el español se vuelve una absoluta necesidad para configurar una nacionalidad”.
Y concluyó con una tesis muy atractiva: “Más que la lengua de la conquista, el español fue la lengua de la independencia. Es representativo de lo que ocurre en la cultura. No podemos negar de ninguna manera una parte integral de nuestra propia identidad. Negar la hispanidad es tan grave como si nos suicidáramos a medias, como si negáramos una parte integral de nuestro propio ser. No significa no apreciar las llamadas lenguas originarias, pero tenemos una cultura mestiza y eso debe predominar”.
La tensión entre México y España
Tras la rica respuesta de Celorio vino la pregunta que varios formulaban con anticipación en el chat del encuentro virtual: la tensa relación entre ambos países, que se hizo manifiesta en la asunción de la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, del partido político de Andrés Manuel López Obrador, quien se negó a invitar al rey español Felipe VI a su acto. Las cosas parecen haber mejorado apenas por vía de la diplomacia blanda, como se llama a la gestión cultural.
El Cervantes dijo: “Últimamente ha habido una notable presencia de la cultura mexicana en España. Los premios literarios, como este que acabo de recibir, pero también el Premio Princesa de Asturias que le ha precedido, son guiños. Por ejemplo, en la última edición se le dio al Museo Nacional de Antropología de México, y es nada menos que en la categoría de la concordia. Eso es lo que hay que buscar. Por otra parte, se le dio también el Asturias de las Artes a una gran fotógrafa mexicana, Graciela Iturbide, que ha sido retratista de los pueblos indígenas”.
Celorio abogó por que no se reavive la violencia de la conquista, que transcurrió hace cinco siglos, y continuó destacando los gestos de España con México a través de distintas exposiciones y expresiones culturales que tienden a recomponer los vínculos entre ambos países.
Gonzalo Celorio. (AP Photo/Berenice Bautista)Vino luego una pregunta sobre la literatura del Cervantes. Allí recordó el movimiento estudiantil del 68 y las repercusiones de la revolución cubana en su generación. “Mi generación creía en la revolución cubana como una esperanza para toda América Latina”, subrayó y dijo que su novela “Y retiemble en su centro la Tierra” exorcizó aquella decepción que le causó la revolución fallida de Cuba.
Admitió luego que sus novelas “son memorísticas. Las escribo fundamentalmente para olvidar. Es algo paradójico. Son memorísticas porque ya no está el conflicto en mí una vez que escribo. El conflicto pasa del pecho del autor al pecho del lector. Los lectores de novelas suelen ser masoquistas, pues viven leyendo conflictos ajenos. ¿Por qué somos lectores? Porque esos conflictos de los demás también nos pertenecen en nuestra condición humana. Eso hace la literatura: es su nutriente y su objetivo”.
Dijo luego que escribe por “una necesidad apremiante. Tengo un conflicto que quiero exorcizar. Cortázar decía que sentía como si le cayera una alimaña y, para desprenderse, tenía que escribir un cuento”.
Explicó que no escribe como un plan previo, sino que se lanza al mar de la escritura sin saber si va a alcanzar Ítaca. “Creo en aquella frase maravillosa que decía que escribir una novela era como lanzarse al mar dispuesto a oír el canto de las sirenas. Uno sabe cuál es su embarcación, pero no sabe dónde va a llegar. Una novela es una aventura”, definió.





