La notificación llegó al celular de Juan Bettiga cuando el reloj ya drenaba otro día de espera. Había pasado una semana sin señales de su hijo, Dante, el fueguino de 23 años que en febrero había volado a Rusia para estudiar el idioma y, según su familia, terminó atrapado en la guerra. El texto fue breve, directo, imposible de olvidar: “Estoy en la línea de fuego. Sacame de acá, me quiero volver a Argentina como sea”.
Hasta ese mensaje, la historia se había contado con silencios. Dante, estudiante de Relaciones Internacionales, había llegado a Rusia para perfeccionar el idioma y, en el tramo más tenso de su estadía, intentó renovar la visa.
Allí, según reconstruyó su familia, dos conocidos brasileños le ofrecieron un atajo: firmar un contrato con una unidad militar de Ekaterimburgo para realizar tareas administrativas, con la promesa de residencia y tranquilidad migratoria. Parecía simple. No lo fue.
Tres semanas después de alistarse, el joven fue trasladado a Moscú y sometido a entrenamiento militar con prácticas de tiro.
El siguiente paso, relataron en casa, fue aún más abrupto: lo enviaron al frente, en la región de Donetsk.
Desde entonces, las comunicaciones se volvieron intermitentes, los mapas se transformaron en puntos rojos sin nombre y el miedo ganó espacio entre llamados a embajadas, correos a autoridades y mensajes que nunca llegaron.

“Estoy en la línea de fuego. Sacame de acá, me quiero volver a Argentina como sea”, insistió el texto que Juan leyó y releyó como si pudiera encontrar respuestas entre las comillas.
El padre, que padece cáncer de hígado, adjuntó su historia clínica en los pedidos formales como parte del reclamo por una intervención humanitaria.
Además, el hombre aclaró que su hijo había viajado a estudiar, que “no simpatizó con las armas nunca ni tampoco tuvo una jamás en sus manos”, y que, cuando supo del contrato firmado el 26 de agosto, ya había pasado casi un mes.. Sucede que Dante recién lo informó el 25 de septiembre. “El error ya estaba hecho y no quise centrarlo en eso a Dante, no lo quería poner más nervioso de lo que estaba”, explicó en las entrevistas.
Juan también contó que su hijo pidió la baja por enfermedad, pero —según su versión— se la negaron. “Nosotros nos comunicamos con la Embajada Argentina en Moscú y nos brindaron información pero la verdad no tuvimos respuestas”, dijo en diálogo con Nelson Castro al aire de Telenoche (El Trece).
La familia marcó, además, el modo en que el viaje académico derivó en frente de batalla: primero, Ekaterimburgo; después, Moscú; por último, Donetsk, donde —describen— el ruido de la artillería no permitió distinguir el día de la noche.
Desde Ushuaia, el padre siguió el derrotero con archivos médicos sobre la mesa, números de contacto subrayados, y una carpeta que ya no cerró por la cantidad de notas y presentaciones.
El mensaje de este lunes reabrió la urgencia. Confirmó que Dante seguía vivo y, al mismo tiempo, lo ubicó en el lugar más peligroso: “Estoy en la línea de fuego”. Para la familia, esa línea fue literal y también simbólica: el borde en el que un joven que salió a estudiar el idioma quedó atrapado entre promesas migratorias y uniformes que no buscó. El pedido ahora fue uno solo, dicho en voz alta y repetido en cada escritorio: traerlo de regreso.





