El análisis mostró una relación directa entre la cantidad de pasos y la velocidad del deterioro cognitivo, lo que sugiere que el ejercicio podría actuar como una forma de protección cerebral.
Foto: Freepik.
Redacción El País
Un estudio publicado en la revista Nature Medicine reveló que la actividad física, incluso moderada, puede retrasar durante varios años el inicio de los síntomas del Alzheimer en personas con riesgo elevado de padecer la enfermedad.
La investigación, desarrollada por científicos de Australia, Canadá y Estados Unidos, siguió durante 14 años a casi 300 adultos de entre 50 y 90 años que presentaban altos niveles de proteínas Beta-amiloide y Tau en el cerebro, marcadores asociados al desarrollo del Alzheimer, aunque sin síntomas visibles al comenzar el estudio.
El objetivo era comprobar si el movimiento cotidiano podía influir en la evolución de la enfermedad. Y los resultados fueron claros: quienes caminaban menos de 3.000 pasos diarios mostraron un deterioro cognitivo más rápido que aquellos que mantenían una rutina más activa. En cambio, las personas que daban entre 3.000 y 5.000 pasos al día lograban retrasar la pérdida de habilidades mentales unos tres años, y quienes caminaban entre 5.000 y 7.500 pasos conseguían postergar los síntomas en promedio siete años.
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores midieron la actividad física de los participantes mediante podómetros y analizaron los niveles de las proteínas cerebrales mediante tomografías por emisión de positrones (PET). También realizaron evaluaciones cognitivas anuales durante más de una década, y en algunos casos repitieron las pruebas de imagen para observar la evolución de la proteína Tau.
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El análisis mostró una relación directa entre la cantidad de pasos y la velocidad del deterioro cognitivo: moverse más se tradujo en una acumulación más lenta de Tau, lo que sugiere que el ejercicio podría actuar como una forma de protección cerebral.
Según los autores, este hallazgo aporta una explicación a por qué algunas personas con alto riesgo genético o biológico de Alzheimer mantienen sus funciones mentales por más tiempo. Además, refuerza la idea de que los cambios en el estilo de vida —como caminar más o mantenerse activo— pueden tener un efecto terapéutico real sobre el cerebro.
El equipo de investigación planea ahora estudiar qué tipos de actividad física son más efectivos para ralentizar la enfermedad y cuáles son los mecanismos biológicos que intervienen en este proceso. Su meta es que los resultados sirvan de base para futuros ensayos clínicos que evalúen programas de ejercicio como herramienta preventiva frente al deterioro cognitivo.
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