Cualquier persona que haya llevado a cabo una reforma, ya sea de una vivienda, de un local comercial o de algún espacio cultural, es probable que haya escuchado una bienaventuranza barcelonesa que dice “Dichosos aquellos que puedan hacer obras sin tener que pasar por Patrimonio o Paisaje Urbano del Ayuntamiento”. Siempre que haya seguido el trámite habitual en estos casos: redactar un proyecto, visarlo y entrarlo en la correspondiente oficina municipal. Aunque también hay otros modos, como vemos de vez en cuando.
El pasado 23 de junio, Manel Pérez explicaba en la sección de Economía de este diario el caso de una joven y digital compañía financiera que estaba en negociaciones para ocupar un emblemático edificio situado en la confluencia de la avenida Diagonal y el paseo de Gràcia. A tal efecto, la empresa solicitaba del área de Paisaje Urbano la autorización para instalar un rótulo comercial en la fachada, solicitud que ya ha recibido un dictamen favorable, obviamente condicionado a la correspondiente licencia de obras. Esta celeridad no es criticable, pero es la que deberían disfrutar todos aquellos que, mientras pagan el alquiler por un local cerrado, esperan permisos indispensables para su actividad y que tardan demasiado en llegar.
Barcelona debe preservar su legado, pero con igual flexibilidad para todos
La lentitud de estas áreas municipales, y peor aún, una preocupante arbitrariedad, no son de ahora. Ni del anterior gobierno municipal ni del de más allá. Es una inercia que dura demasiado, generando la sensación, incluso para otros servidores públicos, de la existencia de un estado pontificio dentro del gobierno de la ciudad.
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Barcelona debe preservar su legado, pero con directrices claras y con igual flexibilidad para todos. Los mismos responsables que no tuvieron reparos en permitir la desaparición del cine París del Portal de l’Àngel, para autorizar en su lugar un enorme escaparate, son los que años después obligaron a modificar la fachada de la entonces cervecería Baviera. En aquel momento, el que siempre será maestro y referencia de muchos, Lluís Permanyer, escribió al respecto: “Todo lo contado posee un gran valor histórico y ciudadano. Baviera era mucho Baviera como para escamotear su imagen histórica en la Rambla. Lo peor es que era innecesario. (…) La imposición se basaba en la exigencia de devolverle el perfil original.”
Esta repetida exigencia de recuperar el aspecto inicial parece un buen criterio pero que a menudo se sirve a la carta, dejando la idea de que los grandes tienen más capacidad de sacar adelante sus proyectos mientras a los pequeños solo les queda el desamparo.
Además, si nos ponemos rigurosos, deberíamos delimitar primero hasta cuándo y dónde queremos buscar el aspecto original, sobre todo en Ciutat Vella. No sea que algún día vuelvan a aparecer restos de alguna de las tres murallas de Barcelona y alguien exija su demolición ya que, antes de los romanos y los íberos, todo esto eran campos, hijo mío.





