Las dos entradas del Hotel Embajador quedaron tapiadas con bloques con cemento el lunes pasado. Una frente a la calle San José, en un espacio que hasta hace unos días servía de refugio nocturno para personas en situación de calle. La otra —donde estaba el garaje y el ventanal del comedor— sobre la calle Zelmar Michelini. Por la primera se alcanzaba a ver hasta hace pocos días el hall de ingreso, los muebles quietos bajo una capa espesa de polvo y un manojo de facturas de UTE, Antel y OSE que seguían deslizándose por debajo de la puerta, como si aún alguien trabajara ahí dentro. Del otro lado, donde alguna vez se sirvieron desayunos para empresarios, turistas de paso o gente del interior que llegaba a la capital a hacer trámites, el amplio ventanal que dejaba ver la calle había sido cubierto por un grafiti.
El viejo cartel dorado que anuncia “Hotel Embajador” todavía sobrevive, sostenido sobre un muro ahora tapiado con bloques de arena, resistiendo al olvido. Hace apenas unos meses, un auto se incrustó contra la fachada de vidrio de la calle San José: un hombre de 93 años intentaba estacionar, el vehículo se subió a la vereda y terminó empotrado contra el hotel. La imagen, el auto de color rojo incrustado, el polvo suspendido en el aire, parecía sellar una época.
El hotel se mantiene cerrado desde la pandemia y los dueños decidieron tapiarlo. Los accionistas, consultados por El País, no quisieron hablar porque esperan que salga un negocio.
“Es una situación muy deprimente”, dice con pesar Francisco Rodríguez, representante de la Asociación de Hoteles y Restaurantes del Uruguay (AHRU). No habla solo del Hotel Embajador, sino de una tendencia que se expande como una mancha de humedad sobre los viejos edificios del Centro de Montevideo. El Lancaster, el Balmoral, el Lafayette: nombres que durante años figuraron en las guías de turismo y que hoy, en su mayoría, dejaron de funcionar como hoteles. Algunos se vendieron, otros se reconvirtieron en residencias estudiantiles o para adultos mayores, y varios permanecen cerrados a la espera de compradores o proyectos de inversión.
Rodríguez explica que la decadencia de la hotelería en el centro no es un fenómeno reciente, sino el resultado de un proceso largo que comenzó con el abandono de las galerías comerciales, la migración de la actividad hacia los shoppings y la aparición de nuevas zonas de interés en la ciudad. “Los centros comerciales, algunos incluso con hoteles incorporados, fueron desplazando la actividad del centro. Después llegó la pandemia, que fue el tiro de gracia”, dice el empresario, quien es dueño del hotel Metro, en la calle Javier Barrios Amorín.
Lo que ya venía mal, terminó por derrumbarse.
A la lista de factores que contribuyeron al deterioro se suman la inseguridad y la proliferación de alojamientos informales, entre otros. “La presencia de personas en situación de calle, los campamentos improvisados, la suciedad en las calles, todo eso genera una imagen deprimente. Hay turistas que directamente deciden no hospedarse en el centro porque se sienten incómodos”, explica. También señala los altos costos operativos y las cargas tributarias que enfrentan los hoteles tradicionales, en un mercado cada vez más desigual frente a los alquileres que se ofrecen por internet sin cumplir las mismas regulaciones.
Rodríguez no es el único que ve la situación con preocupación. El hotelero Sammy Arlin, gerente de la cadena Crystal, conoce de cerca tanto el auge como la caída del Centro. “En los años 90 y 2000 hubo un boom impresionante. Llegaron cadenas internacionales, se hablaba bien de Montevideo en todas partes, se invertía. Era una ciudad que generaba expectativas. Pero todo eso se fue desinflando”, recuerda.
Arlin cuenta que su empresa tuvo que cerrar uno de sus dos hoteles y reconvertir el otro en un “coliving” para sobrevivir a la pandemia. “El centro está feo”, dice sin vueltas”. Está sucio, grafiteado, destrozado. La Plaza Cagancha da pena. Y la gente en situación de calle… no es agradable para el turista.” Asegura que el visitante extranjero percibe ese deterioro de inmediato. “Viajaste a Miami, a San Pablo, a Buenos Aires, y después venís a Montevideo y te cobran caro por todo. El turista siente que lo están estafando”.
Arlin compara lo que ocurre en Montevideo con el microcentro porteño, donde también se perdieron hoteles y se multiplicaron los alquileres temporarios o las estancias cortas. “La diferencia es que allá hay más escala y movimiento. Acá el turismo se fue para Pocitos, Buceo, Punta Carretas. En el Centro ya casi no queda nada”, opina.
El ocaso del centro
Para Remo Monzeglio, uno de los referentes históricos del sector, y exviceministro de Turismo, la historia de los hoteles del Centro es la historia del auge y la caída de toda una época. Monzeglio fue gerente del Balmoral en Plaza Cagancha entre 1990 y 1995, y recuerda con precisión aquellos años de efervescencia. “El Lafayette y el Balmoral marcaron un antes y un después. Eran hoteles modernos, con tecnología importada, servicio de primer nivel. Tenían ocupaciones del 90%. Montevideo vivía un momento único”, dice.
Antes de estos hoteles el que dominaba era el Victoria Plaza, que entonces había entrado en cierta decadencia: mientras los nuevos tenían hasta televisión por satélite a color, en el Victoria Plaza las habitaciones no tenían ni televisión a blanco y negro, recuerda Monzeglio.
Esa expansión de algunos hoteles fue posible gracias a políticas de incentivo, como los decretos que en la década de 1980 permitieron la importación de equipamiento hotelero con beneficios impositivos. Uruguay pudo traer lo mismo que tenían los hoteles de Miami. La creación del Ministerio de Turismo en 1987, dice Monzeglio, también fue clave para impulsar la modernización del sector. “Fue una década de crecimiento constante, sobre todo por el turismo argentino. Buquebus ofrecía paquetes que llenaban los hoteles cada fin de semana”, asegura.
Ignacio Sánchez
Pero el cambio de siglo trajo una nueva geografía. Con la apertura del Meliá frente al golf y otros hoteles en Punta Carretas y Pocitos, el público comenzó a desplazarse hacia esas zonas. “El centro se fue llenando de oficinas, perdió encanto. Además, la nueva hotelería ofrecía tecnología y confort superiores. Era inevitable que el eje se moviera”, dice el exsubsecretario.
Y la competencia de plataformas como Airbnb y Booking a partir de 2017 generó una guerra tarifaria imposible de sostener, dice Monzeglio. “Ese año tuvimos récord de turistas, pero igual cerraron 14 hoteles en Montevideo. Las tarifas bajaron tanto que ya no era rentable. Muchos se reconvirtieron o cerraron. Y cuando un hotel cierra no solo se apaga un edificio, se apaga una fuente de trabajo genuino, directa e indirecta”.
Rodríguez, desde AHRU, insiste en que la recuperación del centro requiere acciones coordinadas. “No alcanza con esperar inversiones privadas. Hay que mejorar la seguridad, la limpieza, regular los alojamientos informales, y dar incentivos fiscales que permitan sostener los hoteles que todavía siguen funcionando. Pedimos medidas como la tasa cero para aliviar los costos operativos y hacer viable la actividad”.
La pérdida del patrimonio arquitectónico es otro punto que preocupa. “Se están demoliendo edificios históricos para construir monoambientes que se alquilan como hoteles, sin las mismas garantías ni servicios. Es una pérdida cultural y urbana que no se puede revertir”, advierte Rodríguez.
Residencias y oficinas
Durante décadas, el Hotel Lafayette en la calle Soriano fue sinónimo de elegancia y movimiento en el corazón de Montevideo. Sus 98 habitaciones se llenaban de viajeros de negocios y turistas que buscaban una ubicación estratégica para recorrer la ciudad o cerrar acuerdos en sus salones.
Pero el pulso del centro cambió y con él, el destino de sus hoteles. El Lafayette hoy recibe a otro tipo de huéspedes. Se transformó en la residencia, hotel asistido y centro de recuperación Lafayette, un espacio dirigido por médicos geriatras y psicólogos que acompañan el día a día de adultos mayores y personas en proceso de rehabilitación.
Ignacio Sánchez
El Lafayette simboliza una transformación más amplia en el Centro de Montevideo. Donde antes se levantaban hoteles pensados para un turismo que se fue desplazando hacia la rambla, hoy surgen residenciales y centros médicos que responden a otra demanda: la de una población que envejece y necesita nuevos espacios para vivir.
La otra gran estrella de esa zona, el hotel Balmoral, también cambió de rubro. Hoy es una residencia estudiantil. Esto pasó con otros hoteles que tuvieron que reconvertirse, como el Orfeo, del otro lado de 18 de Julio, frente al auditorio del Sodre.
Hay más reconversiones. Donde funcionó el Four Points by Sheraton Montevideo, y supo ser sede de la transición del segundo gobierno de Tabaré Vázquez en 2014 y después la sede del candidato del Partido Colorado Ernesto Talvi en 2019, hoy funcionan oficinas.
La empresa Sinergia fue la encargada del cambio, transformando infraestructuras hoteleras en modernos espacios de trabajo; no fue una tarea sencilla. “La necesidad de crecer rápido y en puntos estratégicos de la ciudad nos llevó a mirar hacia los hoteles”, dice Bruno Pedreira, gerente de innovación de la empresa.
La historia comenzó en 2018, cuando Sinergia inauguró su primera torre corporativa en Punta Carretas. La respuesta apareció en un contexto particular: el cierre de Pluna, la irrupción de Airbnb y un exceso de oferta hotelera en Montevideo. “Había muchos hoteles sufriendo a nivel de ocupación. Los propietarios sabían que no estaban pudiendo capturar el negocio que habían imaginado y estaban dispuestos a vender metros cuadrados a precios muy bajos”, explica Pedreira a El País.
“Nos dimos cuenta de que si lográbamos meter nuestra operación de oficinas en uno de esos edificios, los volveríamos a poner en valor. Los traeríamos de nuevo a la vida”, dice Pedreira.
Cortesía Sinergia
La transformación no fue sencilla. Reutilizar estructuras existentes implicó enfrentarse a lo que Pedreira describe como “herencias invisibles”: cañerías, sistemas eléctricos, aires acondicionados y estructuras de otra época. “Cuando uno compra un hotel de los años 2000, lo que realmente adquiere es el esqueleto. Lo demás, hay que repensarlo todo”, explica. Sin embargo, en algunos casos se logró reciclar parte del mobiliario y los materiales originales.
Hoy esos espacios están casi completamente ocupados. Empresas multinacionales, como Deloitte, comparten metros con startups que buscan flexibilidad. “Nuestra propuesta funciona tanto para una empresa que recién arranca como para una multinacional. Ambas pueden enfocarse en su negocio y dejar en nuestras manos la operación del espacio”, resume.
La del ex hotel Sheraton, al lado del shopping Punta Carretas, es la reconversión más grande hasta la fecha de Sinergia, con 20.000 metros cuadrados. En total la empresa ha reconvertido entre 30.000 y 35.000 metros cuadrados, de plataforma hotelera a espacios de trabajo, según datos de la firma.
Legado en riesgo
Ana Loffredo, presidenta del Grupo Centro, observa con una mezcla de distancia y preocupación el paisaje que dejaron los hoteles abandonados en el corazón de Montevideo. No habla desde la teoría sino desde lo que ve cada día al salir de su oficina. “Pasa mucho que algo parece funcionar y todos queremos hacer lo mismo. De repente, el mercado se satura”, reflexiona.
Loffredo mira hacia atrás y recuerda que esta historia se repite desde hace más de un siglo. “A principios del siglo pasado ya pasaba. El Palacio Salvo funcionó un tiempo como hotel de lujo y después se reconvirtió en apartamentos. Y el edificio del Hotel Nacional, en Ciudad Vieja, se construyó para ser hotel y nunca llegó a inaugurarse”, recuerda. La empresaria cree que detrás de esos cierres hay un fenómeno más amplio, vinculado al movimiento natural de las ciudades. “Las urbes son organismos vivos”, dice Loffredo. “Se modifican por decisiones políticas, por gobernabilidad o simplemente por el libre mercado. A veces la inversión se corre, y con ella se vacía una parte de la ciudad. Ahí es donde habría que intervenir para evitarlo”.
Ese tipo de edificios, explica, tienen un valor incalculable. “Son metros cuadrados caros, con baño en cada habitación, perfectamente reconvertibles en vivienda. Hay habitaciones más grandes que cualquier monoambiente del centro. Con una inversión, podría ser una oportunidad enorme”, asegura.
Sin embargo, lo que falta, dice, son políticas que acompañen esa transformación en Montevideo.
Darwin Borrelli
“Nadie le está hincando el diente a eso. Se podrían generar incentivos desde la intendencia: reducir costos, facilitar permisos de construcción, ofrecer beneficios a quienes reconviertan estos espacios. Hay mucho para hacer sin necesidad de que el Estado invierta dinero directo”, analiza. Pero eso no ha sucedido por el momento.
Loffredo cree que hay un riesgo real en dejar que esos edificios se vacíen. “Si la cosa se complica, la intendencia deja de cobrar contribución o impuestos, y la zona se degrada. En cambio, si se incentiva la reconversión, se gana en todos los sentidos”, explica.
Mientras tanto, grandes estructuras siguen ahí, vacías o semiocupadas. O se reconvierten. “Son metros caros que a veces no se aprovechan. Acá, frente al Sodre, había un hotel nuevo, precioso, que también cerró con la pandemia. Duró poco. Y ahora, como tantos otros de Montevideo, fue reconvertido”, dice Loffredo.
El problema, claro está, es cuando el edificio se transforma en un enorme elefante vacío y cerrado sin más destino que juntar polvo y cucarachas. Ese es el triste final, por ahora, de los once pisos del Hotel Embajador. Pero esa historia no ha terminado.
Hoteleros cuestionan la ausencia de planificación
Para Francisco Rodríguez, integrante de la Asociación de Hoteles y Restaurantes del Uruguay (AHRU), el deterioro del sector hotelero tiene una causa que va más allá de la pandemia o la coyuntura económica: la falta de planificación estatal.
“No hay coordinación del Ministerio de Turismo con los hoteleros, no hay calendario de eventos, no se aprovecha la llegada de los cruceros. La logística turística es mínima”, señala.
En un momento se manejó que el Antel Arena podía ser un lugar para congresos grandes internacionales y que eso luego repercuta en la hotelería, pero según dice Rodríguez esto nunca pasó.
El empresario asegura que Montevideo, pese a ser la puerta de entrada para la mayoría de los visitantes, perdió su identidad turística y competitividad regional.
“El turista llega, pero muchas veces no se queda. No hay una oferta integrada que lo invite a permanecer más de una noche. Falta promoción, pero también una estrategia clara”, afirma. Claro, es difícil que Montevideo pueda competir con ciudades como Buenos Aires, u otras de Argentina o Brasil.
A su juicio, la recuperación del Centro —donde cerraron hoteles emblemáticos— depende de una mirada coordinada entre el sector público y privado. “Sin planificación, cada uno sobrevive como puede. Y así, el turismo termina siendo una oportunidad que Uruguay deja pasar”, reflexiona.





